Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 3 de agosto de 2002
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Política

Francisco López Bárcenas

"Hoy venimos a hablar por nuestros muertos..." y por nosotros

"Hoy venimos a hablar por nuestros muertos, pero fundamentalmente por aquellos que no queremos que lo sean". Así se iniciaba una carta que en el año de 1986 el Movimiento de Unificación y Lucha Triqui escribió al secretario de Gobernación, protestando por el asesinato de sus compañeros que luchaban por la defensa de sus tierras y recursos naturales. Al conocer las noticias de los recientes asesinatos de campesinos que luchan porque no los despojen de sus tierras, no pude evitar recordarla y estremecerme por lo actual de su contenido. San Salvador Atenco es el extremo, pero desgraciadamente no es el único caso. Ellos de algún modo han logrado hacerse visibles gracias a su tenaz resistencia, que como la rebelión zapatista, devuelve la dignidad a la práctica política; su unidad, que ha resistido todos los intentos del gobierno por dividirlos; pero sobre todo, las razones de su lucha, que todos han tenido que reconocer aunque no lo acepten; así como el ilegítimo actuar del gobierno.

Desafortunadamente no todos los casos trascienden su localismo ni se convierten en noticia nacional; por eso muchas veces, lo que se ve es sólo una mínima parte del problema. Muertos ha habido en los últimos años en distintas partes del país: en la región de los Chimalapas, la Mixteca y la región triqui, entre los más visibles. Pero la irritación en el campo también se ve en Yucatán, Distrito Federal y Durango. Y si se escarba más se encuentra en toda la República Mexicana. Todos los casos tienen en común que los muertos fueron defensores de la tierra y de los recursos naturales, o de manera más general, de su derecho al trabajo y a una vida digna.

En el caso de San Salvador Atenco sus habitantes son conscientes de que la construcción del aeropuerto en sus tierras no sólo afectaría las áreas expropiadas, sino también las aledañas, pues con él llegarían empresas a colocarse a su alrededor, como las maquiladoras y la Coca-Cola, que ya se asoman. Pero también sufrirían daños los mantos acuíferos y sus minas de arena, sin que reciban algún beneficio por ello; igual que sus lugares sagrados, como el Cerro de las Promesas, adonde año con año acuden a realizar rituales que les dan identidad y cohesión a sus lazos sociales.

Esto debería ser suficiente para que los funcionarios gubernamentales y el gran capital entendieran que no se trata de que los campesinos quieran más dinero del que les ofrecen por sus tierras sino de que no quieren venderlas a ningún precio, porque eso significaría su extinción.

Desgraciadamente el caso de San Salvador Atenco no es una excepción. En cualquier parte de la República que se ponga la mirada se encontrarán problemas similares, lo que tampoco es una novedad, porque bien sabido es que toda la obra pública de este país se ha construido sobre el patrimonio de los más pobres, sin que ellos vean los beneficios y, lo que es peor, sin que se respeten sus derechos más elementales. Las presas hidroeléctricas y las grandes autopistas, por hablar de lo más visible, se construyeron destruyendo el patrimonio de los habitantes del campo sin que ellos vieran los beneficios, como no fuera desde la acera de enfrente. La diferencia de los casos de ahora con los de décadas anteriores es que la situación ha llegado a su límite y los afectados no están dispuestos a ser despojados impunemente, aunque en ello les vaya la vida.

Por eso es importante la lucha del pueblo de San Salvador Atenco, como lo es la lucha de todos los campesinos en defensa de sus tierras y sus derechos. Su triunfo habrá dejado atrás toda una época donde el desarrollo y el progreso se fincaron sobre las espaldas de los más pobres, a quienes se sumió en la miseria mientras unos cuantos se enriquecían, para arribar a otra donde se respeten los derechos de todos y las obras públicas beneficien a quienes ponen su patrimonio para que sea posible. Los gobernantes deberían entender esto de una vez por todas. Buscar las causas del descontento donde no se encuentran, además de ofensivo para quienes defienden sus derechos, significa dar respuestas atrasadas a nuevos problemas. Por eso mismo la lucha debe ser cosa de todos. Sólo así puede dejar de tener vigencia aquella demanda que los triquis de Oaxaca enarbolaron hace años para hacerse escuchar.

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