Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 18 de julio de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Cultura

Olga Harmony

Aguila de dos cabezas

El regreso de Ofelia Medina al teatro, en el escenario en que inició su carrera, era muy esperado. A todos nos cuesta mucho trabajo separar a la actriz de tantas escenificaciones memorables de la activista de causas nobles, por las cuales es una persona muy querida. Por desgracia, su retorno se hace en un lamentable montaje de El águila de dos cabezas, de Jean Cocteau, en adaptación de José Esquivel Obregón y José Luis Moreno, quien también dirige.

La adaptación misma hace muy confusos algunos momentos, sobre todo el sacrificio final de los amantes, en esta historia casi neorromántica que hace aparecer como verosímil el amor de la reina y el anarquista. Si a lo mejor la reina podía olvidar el luto guardado por su amado esposo muerto antes de consumar su matrimonio, sea porque en verdad admira el aliento poético de El final de la realeza, libelo escrito por Stanislás bajo el seudónimo de Azael, sea porque el impetuoso joven que le recuerda al amado hace que dé rienda suelta a sus deseos reprimidos, es muy difícil que el anarquista olvide sus principios ante esa soberana despótica y derrochadora y, bien que no se atreva a asesinarla, es muy fuerte que la ame apasionadamente.

A pesar de que el autor hace que Stanislás convenza a su amante de cambiar, el artificioso texto de Cocteau resulta un tanto envejecido no obstante que es atractivo -sacrificio de amor e intrigas palaciegas al canto- para un sector del público y podría serlo para todos si se hubiera enfrentado con rigor e inteligencia.

José Luis Moreno es más conocido como actor, aunque ya tenga alguna experiencia previa en la dirección escénica. En esta ocasión el cometido le queda inmenso y su montaje está plagado de los errores más obvios. La escenografía de Víctor Zapatero y Flavia Hevia sustituye los espacios pedidos por el autor -aposento de la reina y biblioteca en el castillo de Kranzt- por una supuesta torre de metal y finísimo alambrado que permite transparentar parte de las acciones y tiene dos aberturas, una puerta y una ventana. La verdad es que una vez realizada más parece una jaula, lo que podría ser simbólico pero le resta -junto a algunos muebles que no llegan a transmitir idea de época- el ambiente requerido y, para peor, la torre gira pero no logra, en sus diferentes ángulos, sustituir los larguísimos oscuros en que se colocan o se quitan muebles o se cambia el vestuario de la protagonista. Y a propósito de esto, causa extrañeza ver a la reina en pantalones (en el vestuario especial que diseñó Xóchitl Vivó a Ofelia Medina), porque una cosa es un traje de amazona y otra pantalones y luego botas sobre éstos, con todo y espuelas, que por cierto conserva la soberana en su final entrada al castillo. Tampoco es posible que en una corte tan estricta el conde de Föhen tome asiento ante su soberana cuando ésta permanece de pie y no le ha dado permiso de que lo haga, como resulta igualmente impropio que el conde se presente en el castillo en mangas de camisa. Estos detalles dan al traste con la posibilidad de ubicar tiempo y costumbres, por lo que la historia se difumina en la mayor irrealidad.

Es penosa la escena en la que la reina lee las cartas como lo hiciera una gitana, alumbrada la actriz sólo por dos candelabros y con un traje negro, por lo que sólo se escucha su cantarina voz y se vislumbra apenas uno que otro de sus ademanes. Y más penoso que cada actor y cada actriz imposten a sus personajes sin guía de director. Mientras Ofelia Medina hace una reina de grandes gestos estilizados, Ana María González interioriza de tal manera a Edith de Berg que, sobre todo en su primera escena con Félix de Willenstein, nos hace entender los motivos de su traicionero personaje.

Ever Arzate carece del encanto apasionado que debe tener Stanislás, de tal modo que el súbito amor regio resulta bastante incomprensible, más si se toma en cuenta la odiosa manera en que la soberana trata al sordomudo Nur en su primera aparición, que habla de un carácter poco propicio a la empatía humana: ya en esta escena el personaje queda desvirtuado y poco podemos identificarnos con su historia.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año