Sólo un millón de personas atestiguó
los tres días de la 159 representación de la Pasión
En Iztapalapa, Cristo cayó 7 veces y los centuriones
lo tuvieron que cargar
Este año, el juicio ante Herodes incluyó
un número de danza árabe que gustó mucho al público
MARIANA NORANDI ESPECIAL
Ayer finalizó en Iztapalapa la 159 representación
de la Pasión de Cristo con una asistencia de un millón de
personas, cifra menor a la esperada. El trayecto del vía crucis,
en esta ocación al parecer fue más duro para el actor que
representó a Cristo, ya que en vez de las tres caídas que
cuenta el Evangelio, cayó en siete ocasiones y a veinte metros del
lugar donde fue crucificado, Jesús, prácticamente desmayado,
se desvaneció, por lo que miembros del cortejo tuvieron que reanimarlo
y tras quince minutos, Jesús tuvo que ser cargado por los centuriones
hasta la cruz debido a su cansancio. A las cuatro de la tarde fue crucificado
ante el llanto de la Virgen María.
Bajo un eficiente despliegue de seguridad los iztapalapenses
disfrutaron de esta tradicional Semana Santa que inició su principal
escenificación la noche del jueves, a las 20 horas, en la explanada
de Cuitláhuac, donde se llevó a cabo la última cena
de Jesucristo. Enmarcada en una buena escenografía y un vestuario
cuidado, los actores realizaron esta escena con entusiasmo y, pese a que
no son actores profesionales, demostraron haber trabajado mucho para esta
representación.
A las 21 horas, tras la cena, Jesús y los apóstoles
se dirigieron a orar al Monte de los Olivos situado en el Cerro de la Estrella.
Ante un público numeroso, la escena acabó con la traición
de Judas y la aprehensión de Cristo por los romanos. El desalojo
del cerro se complicó debido a la presencia de los caballos pero,
finalmente, los centuriones fueron organizando la bajada del cerro, y la
gente pudo trasladarse a la explanada de Cuitláhuac sin problema.
Simultáneamente a la representación en el monte, en la explanada
se había desarrollado la escena del primer concilio de Herodes.
Acabado el juicio, a las 23 horas llegó Jesús para ser encarcelado
en la casa marcada con el número 7 en la calle de Aztecas. Con este
hecho terminó la representación del Jueves Santo.
El viernes, desde las 7 de la mañana comenzaron
a maquillar a los actores, y a las 9 salió la procesión por
los ocho barrios de Iztapalapa. Algunos nazarenos tuvieron que ser atendidos
por la Cruz Roja, pues al caminar descalzos muchos sufrieron lesiones o
heridas. Juan Luis Enríquez, de 16 años, comentó:
"es el primer año que hago de nazareno y me salió una ampolla
que se me explotó pues ayer caminé ocho horas y hoy he seguido
caminando descalzo. Pero no me importa porque la experiencia es tan emocionante
que el año que viene voy a volver a hacer de nazareno". El Viernes
Santo son cientos los nazarenos que caminan por las calles de Iztapalapa.
Con túnica morada y corona de espinas, cargan su cruz hasta el Cerro
de la Estrella.
Al mediodía, Jesús llegó a la explanada
de Cuitláhuac. Detenido por dos centuriones es presentado ante Herodes
y Pilatos. Este año, por primera vez, se incluyó un número
de danza árabe en la corte de Herodes, el cual gustó mucho
al público. Bajo un intenso calor, Jesús fue sentenciado
a muerte y azotado.
Más tarde, a las 15 horas, comenzó el viacrucis.
Delante de la procesión, Judas mostró su arrepentimiento
en la calle de Cuauhtémoc, donde lanzó monedas de chocolate
al público como rechazo a las obtenidas por su traición.
El trayecto es sumamente duro, por lo que Jesús,
en vez de las tres caídas que cuenta el Evangelio, cayó en
siete ocasiones. A pesar de que Pedro Reyes, quien interpretó este
año al Mesías, había entrenado mucho para realizar
esta representación, le costó mucho llegar hasta el Cerro
de la Estrella, donde finalmente fue crucificado, junto a los ladrones
Dimas y Gestas. A poca distancia apareció colgado de un árbol
el cuerpo de Judas.
Con esta escena acabó la 159 representación
de la Pasión de Cristo. Tras estos años, Iztapalapa sigue
demostrando y dejando constancia del entusiasmo de sus habitantes por seguir
manteniendo esta tradición, a la cual Tito Domínguez, el
organizador, la califica como "una lucha por defender nuestras raíces
en un mundo que tiende a globalizar las identidades individuales de los
pueblos".