Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 28 de marzo de 2002
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Política

Adolfo Sánchez Rebolledo

Apuntes de memoria

No recuerdo con exactitud si conocí a Pepe Ayala en 1971, antes o después del 10 de junio, pero de seguro fue en esos dias y en los pasillos del Taller de Análisis Socioeconómico (Tase) que estaba en la avenida Coyoacán, justo en los altos de una fábrica de moldes de plástico remetida en una casa enfrente del mercado de Mier y Pesado. Para esa época, Tase ya se había convertido en centro de reunión y laboratorio de ideas de un grupo de profesores y estudiantes universitarios capitaneados por Rolando Cordera que se habían dado a la tarea de aclimatar en México la experiencia de los "institutos antiimperialistas", que la nueva izquierda había creado en Londres, París o Berlín siguiendo a Rudi Dushke, el fundador del legendario SDS alemán, y la saga de la revuelta contra la guerra de Vietnam en el propio Estados Unidos.

Con la participación pionera de Eugenia Huerta, Carlos Pereyra y Guillermo Ramírez se publicaba una serie en mimeógrafo con ensayos sobre la economía y el Estado en México; más adelante, en el 68, el taller editó en folleto el texto de Carlos Monsiváis La manifestación del silencio, que fue, por así decir, la primera gran crónica de los acontecimientos, en una época en que los espacios periodísticos se reducían al suplemento cultural de la revista Siempre! y a brevísimas excepciones en la prensa nacional. En pleno diazordacismo, con su existencia crítica, Tase quiso dar una respuesta racional e inteligente a la barbarie del gobierno, un intento de superar con lucidez el trauma -si eso fuera posible- causado por la represión, al antiintelectualismo, que ya entonces se montaba sobre la desesperación, y al dogmatismo que dominaba a los partidos y grupúsculos de izquierda más tradicional.

Durante mucho tiempo, José Ayala Espino fue el coordinador del taller, tarea nada fácil en tiempos de escasez. Siempre serio, formal y persistente, su actitud mesuraba el ímpetu desordenado de otros habituales y el entorno un poco surrealista del lugar: para subir al pequeño departamento que servía de oficina había que pasar entre varias figuras de formas extrañas depositadas en el vano de la escalera. Sobresalía entre ellas el "negativo" en fibra de vidrio de un coche deportivo que yacía en el patio. Sin embargo y no obstante el lugar y las apariencias, aquél era un sitio tranquilo y libre de sospechas, donde se podía estudiar y debatir siempre en un laberinto de revistas y papeles apilados en espera de los archivistas voluntarios. Me parece que la vocación magisterial de Ayala ayudó a que ese espacio se mantuviere, a pesar de las dificultades.

No hubo asunto político o teórico nacional o latinoamericano de cierta relevancia que no ocupara la atención del taller, que sirvió así como punto de referencia también para la izquierda que se nutría con nuevas camadas de exiliados procedentes de todo el subcontinente.

Recuerdo en particular los debates en torno a las tesis innovadoras de Arnaldo Córdova sobre la Revolución Mexicana, las discusiones intensas e iluminadoras con Rafael Galván acerca de las perspectivas de la insurgencia sindical y el futuro de los electricistas democráticos que él obstinadamente mantenía en el frente de batalla contra la corrupción de las empresas y la traición del charrrismo, o las discusiones sobre la reforma política de 1977 en las que la claridad del Tuti Pereyra prevaleció sobre el romanticismo revolucionario.

El segundo recuerdo vital que tengo de Pepe Ayala se remonta a la experiencia colectiva que fue la edición de Punto Crítico. Durante varios años, fue el responsable de la comisión económica de la revista, cargo de responsabilidad evidente en una época especialmente complicada para la vida del país. Parecía lógico que el grupo del taller se incorporaba a plenitud a la tarea de hacer una revista mensual que habían propuesto Raúl Alvarez Garín, Gilberto Guevara Niebla y Roberto Escudero, y otros líderes y militantes del ME que recién volvían del exilio.

El gobierno de Luis Echeverría fue el primero en tratar de vender la idea de que era necesaria -y por lo tanto ya estaba en curso- una reforma modernizadora tras el fin del llamado milagro mexicano. Según esto, la planta productiva reclamaba una rápida reconversión que, sin embargo, tropezaba con resistencias múltiples provenientes tanto del inamovible orden sindical corporativo como de los dueños del dinero, que aún estaban sujetos al maridaje tácito con la burocracia detentadora del poder político y a las inercias del proteccionismo. Echeverría, como se sabe, fracasó en el intento reforzando hasta el delirio la crisis que el 68 había manifestado. La discusión cotidiana de los "límites del reformismo" oficial hizo posible una reflexión mucho más rica y compleja sobre el Estado y la economía, que serían a partir de entonces teman centrales en la extensa obra académica de Ayala.

Han pasado desde entonces más de 30 años y la realidad ha superado cualquier fantasía. El mundo y el país son otro y no siempre fue para bien, pero muy pocos tuvieron la oportunidad de seguir la respiración de los cambios. Y uno de ellos fue Pepe Ayala, un verdadero maestro a quien envío un caluroso saludo en este momento difícil.

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