Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 5 de febrero de 2002
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Ronda la muerte a diario sobre poceros

En las minas de Barroterán, Coahuila, inseguridad y explotación cotidianas

ROSA ELVIRA VARGAS ENVIADA

Minas de Barroteran, Coah, febrero. Arrancarle a la tierra algo que no sea carbón es literalmente imposible. Cuando una sepultura debe abrirse a punta de trascabo y cuando ya ni las creencias antiguas de colgar víboras de cascabel en los árboles resultan útiles para hacer llover, puede entenderse que, por encima de cualquier consideración, los mineros de Barroterán, Las Esperanzas, La Mota, Ulleras y otros poblados de esta zona acepten irse a los pozos carboníferos sin la menor garantía de seguridad.

A esto se suma la maraña de intereses -corrupción y bajos precios por el mineral (para los extractores)- creados por los sindicatos de la minería, las grandes compañías acereras, la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y las propias autoridades laborales.

Por trabajar en una de las grandes minas se pagan 70 pesos diarios, en promedio, mientras que un pocero puede lograr en un día regular el doble de ingresos. Eso, que tampoco es mucho, al menos sirve para ''irla pasando'', sobre todo si se suma a esta pesada labor la mano de obra de los hijos, yernos, hermanos y sobrinos, que es como generalmente se organizan y enganchan con el contratista o el subcontratista, que explotarán el pozo y exigirán resultados por volumen y no por tiempo.

Los mineros de pozo trabajan siempre en pareja. Uno extrae el carbón y el otro se encarga de llenar la carretilla y llevarla hasta la plancha -donde termina el tiro de la mina- para que un responsable de contabilizar la producción vacíe el metal en un bote rudimentario (el mismo que utilizan los trabajadores para su ascenso y descenso) y luego el malacatero lo lleve a la superficie y se encargue de amontonarlo.

Diez carretillas hacen una tonelada (que se paga, en el mejor de los casos, a 40 pesos) y para acumularlas los mineros se turnan: el que escarbó luego pasa a maniobrar la carretilla, y así hasta acumular entre seis y ocho toneladas diarias. Al final de la jornada dividirán la paga entre los dos. Casi todos llegan a trabajar entre seis y siete de la mañana y concluyen por ahí de las 13:30 horas; ganan alrededor de 800 pesos semanales.

En cambio, un trabajador de las grandes compañías de la región, como las del Grupo Acerero del Norte (Micare y Mimosa), Industrial Minera México y Grupo México, aunque labora bajo adecuadas normas de seguridad e higiene, obtiene al mes apenas unos dos mil cien pesos, con un bono de asistencia -sólo en algunos casos- de 250 pesos.

De ahí le llegan descuentos por Infonavit y cuotas sindicales. Esto último también se lo ahorran los mineros de pozo, si acaso registrados ante el Seguro Social, pero no afiliados al Sindicato de Trabajadores Mineros, que ahora dirige Napoleón Gómez Urrutia.

De este modo, por trabajar a destajo, por obtener unos pesos más que en las minas horizontales y requerir menor especialización para la faena, los poceros aceptan jugarse la vida todos los días.

Si hay aparato para medir el metano, bien. Si no, pues a atenerse al comportamiento de las ratas que los acompañan en el subsuelo y que, a diferencia del hombre, sí perciben el gas. Cuando los roedores huyen, los mineros se van tras ellos.

Pero cuando de lo que se trata es de filtraciones de agua, ahí los mineros y los contratistas se guían más por el puro tanteo. Si perciben humedad, la norma indica que deben introducirse barrenos para medir a qué profundidad semineros_m30l3 ubica el manto. También deben conocer con precisión -vía estudios topográficos- si el pozo colinda con alguna mina que se haya cerrado por inundación.

Esto debió hacerse en La Espuela, pero no se hizo. El diario Zócalo, de Monclova, dos días después de la tragedia, recogió el testimonio de Mario Alberto Ramírez -primo de los hermanos Magdaleno y Juan Antonio Abitúa Ibarra, que murieron en la mina-, señalando que en el interior ''el agua caía como si estuviera lloviendo''. El dejó de trabajar ahí 15 días antes del accidente.

Y al contrario de lo que aseguran las autoridades de la Secretaría del Trabajo, delegación Coahuila, de que el pozo había sido clausurado por incumplir las normas de seguridad, Mario Alberto jamás supo que la mina fuera inspeccionada. El peligro era latente pero fue subestimado incluso por el propio subcontratista y viejo minero Juan Angel Garza, quien al ocurrir la inundación había salido momentáneamente de la mina, no así sus tres hijos, a los que hoy llora inconsolable y que quedaron ahí, junto con diez hombres más.

El carbón extraído de los pozos, que en muchos casos es de mejor calidad que el obtenido en las grandes minas de arrastre, se vende casi en su totalidad a la CFE para las carboeléctricas José López Portillo, en Nava, y Carbón II, pero lo hacen sólo quienes tienen concesión para ello. Otro es el propietario del terreno donde se abren los pozos y el trabajo final lo realizan los contratistas o subcontratistas que habilitan las minas para la extracción.

Cinco condiciones mínimas de seguridad tendrían que cumplir los pozos: ventilación, fortificación, polveo, malacate y castillo. Ninguna se cumplía aquí en La Espuela, pero todos aseguran que tampoco lo hacen prácticamente en ninguno de los 130 pozos (aunque algunos hablan de que podrían ser 300) que están abiertos en la zona.

Esta es la historia de La Espuela, pero es la misma -aunque distintas causas provoquen la desgracia- en todos los pozos de la zona. Nadie ha sido procesado penalmente por accidentes de este tipo. Y cuando César de la Garza, el contratista de este pozo -muy conocido en la región por su militancia priísta, puesta al servicio de los candidatos en campaña, como ocurrió con la del gobernador Enrique Martínez-, fue interrogado por La Jornada sobre si pudiera ser acusado penalmente por este hecho, una mezcla de sorpresa e indignación contuvo su respuesta. Al final, muy enojado, sólo acertó a decir que el tiempo diría qué pasará. Y se fue.

Se sabe que los mineros del carbón no llegan a viejos. Las enfermedades que causa la prolongada exposición al mineral y los accidentes en las minas se los llevan jóvenes. Por eso tienen prisa por vivir. Son recurrentes los casos de hombres como Francisco, que a sus 37 años ya tiene nuera y yerno, cuyo cuerpo aguarda desde el miércoles 23.

Ese día en la región carbonífera de Coahuila ocurrió una nueva tragedia minera que pudo evitarse, como casi todas las ocurridas aquí a lo largo de un siglo. Pero no se hace porque, como dice el sacerdote de Nueva Rosita, Alejandro Carrillo, ''el trabajador, el minero de este sistema de los pocitos es casi un infrahumano. Los patrones se aprovechan de las necesidades mínimas de subsistencia y usan al trabajador sólo como un elemento para la ganancia y el lucro''.

Los orgullosos mineros del carbón que jugaron un papel destacado en la Revolución mexicana por sus conocimientos en el manejo de la dinamita, y que en 1951 caminaron desde Nueva Rosita , Coahuila, hasta la ciudad de México en la recordada Caravana del hambre -que el gobierno del presidente Miguel Alemán Valdez no quiso atender y reprimió para terminar regresando a la gente en un tren-, siguen escribiendo páginas y páginas de tragedia y dolor. Y nadie hace nada.

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