Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 2 de febrero de 2002
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Cultura

Juan Arturo Brennan

Purcell y McCreesh

Paris. Sólo en un ambiente cultural como el de París (o Londres, o Roma, o Nueva York) es posible presenciar el trabajo de dos semidioses musicales dirigiendo ópera barroca en el breve lapso de tres días. En sendas, frías y brumosas noches parisinas, Paul McCreesh dirigió Dido y Eneas de Henry Purcell en el Teatro de los Campos Elíseos, y William Christie se encargó de la Rodelinda de Georg Friedrich Händel en el Teatro del Châtelet.

Al frente del ensamble The Gabrieli Consort and Players, fundado por él mismo en 1982, Paul McCreesh preludió su versión de concierto de Dido y Eneas con otro par de obras de Purcell cuya ejecución hizo pensar que el grupo y su director no estaban en su mejor forma. Tanto en la oda Bienvenida a todos los placeres como en la suite instrumental de La reina de las hadas, McCreesh y sus músicos realizaron un trabajo más que decoroso, incluso destacado, pero sin llegar a los niveles de excelencia que de tales intérpretes se suele esperar. Más aún: al interior de ejecuciones pulcras y equilibradas a las que les faltó un poco de contraste, chispa y picardía, los músicos encargados de los instrumentos de cuerdas punteadas sufrieron un par de momentos de espasmo musical y le perdieron la pista a McCreesh. Las obras mismas, justo es decirlo, no están entre lo mejor del catálogo de Purcell.

Para la segunda parte del programa todo volvió a la espléndida normalidad, y la versión de concierto de Dido y Eneas fue inobjetablemente triunfal. Un grupo orquestal y coral reducido, solistas de perfil vocal transparente y dicción impecable, técnicas instrumentales al servicio de la claridad y la concisión, fueron complementados por una dirección a la vez detallista y flexible por parte de McCreesh (quien, por cierto, se dio el lujo de dirigir todo el programa de memoria), dedicado casi por entero a su labor orquestal y dejando a los cantantes la responsabilidad de su propio trabajo. Entre otros detalles interesantes de esta versión de concierto de Dido y Eneas en el Teatro de los Campos Elíseos cabe destacar un aspecto que, además de enfatizar la economía de medios musicales, produjo una interesante continuidad sonora: todos los solistas vocales (con excepción de Susan Bickley en el papel de Dido) también realizaron labores corales. Observar y escuchar el tránsito sutil y efectivo entre una labor y otra resultó de lo más instructivo. Justo es mencionar también que, después de los tropiezos de la primera parte del programa, Fred Jacobs y William Carter se reivindicaron con creces y realizaron una soberbia labor de bajo continuo a lo largo de esta breve ópera de Purcell. Para más señas, en el primer acto protagonizaron un extenso interludio instrumental para guitarra barroca y tiorba que resultó una joya digna para coronar el admirable trabajo del director, su ensamble y sus solistas. Otro momento delicioso: el exquisito balance vocal logrado en un pasaje en eco para las dos mitades del pequeño coro. En el plano vocal, además del sólido trabajo de la ya mencionada Susan Bickley, destacaron las voces de Peter Harvey como Eneas y Julia Gooding como la segunda hechicera, esta última con un rico y atractivo timbre. Esta versión de concierto a cargo de Paul McCreesh y The Gabrieli Consort and Players sirvió para reafirmar, entre otras cosas, que la hermosa música de Dido y Eneas fue creada por Purcell sobre un libreto muy flojo en el que Nahum Tate no le hizo ninguna justicia al cuarto libro de La Eneida que le sirvió de inspiración. Como línea general de conducta musical, Paul McCreesh abordó y realizó la partitura de Purcell desde la óptica del sonido suave, sutil y delicado, lo cual no necesariamente implica que ese sea su estilo invariable. (Para muestra, recomiendo específicamente al lector oír la grabación de la Misa de Navidad de Michael Praetorius dirigida por McCreesh para la serie Archiv de la etiqueta DGG; innumerables, gloriosos decibeles, sabiamente distribuidos en el interior de una gran catedral.)

Si el Dido y Eneas dirigido por Paul McCreesh resultó de gran valor musical, un par de días después William Christie y sus colaboradores se cubrieron de gloria con su interpretación de la Rodelinda de Händel.

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