Ciudad de México. En el primero de sus tres conciertos en México dirigida por Gustavo Dudamel, la Filarmónica de Viena se pintó de cuerpo entero: es una orquesta que sonríe, sabe bailar, conoce el don de la sensualidad, conjura talento con disciplina; es un agrupamiento en transición y luce sus bondades de la misma manera como una flor florece, la luna brilla, el agua fluye y mañana será otro día.
El primer programa fue también el típico de una orquesta en gira: excesivo.
Porque es un exceso programar una sinfonía que elegirían, de acuerdo como nos instruyó Julio Cortázar, los famas y los esperanzas, mientras los cronopios preferiríamos algo más sexy: iniciar con la segunda de Charles Ives (1874-1954) con sus exquisiteces cuasi anacrónicas es un exceso diplomático solamente porque vienen de tocarla en el Carnegie Hall de Nueva York y el protocolo indica: Gringolandia, obra de compositor gringo/ emblema; en su lugar, las creaturas del Enormísimo Cronopio hubiéramos puesto a Volfi Mozart, su sinfonía Praga, por ejemplo.