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Los libros, objetos mágicos

Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil en Chapultepec, en la Ciudad de México, el 8 de noviembre de 2025. Foto
Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil en Chapultepec, en la Ciudad de México, el 8 de noviembre de 2025. Foto Yazmín Ortega Cortés
12 de noviembre de 2025 00:03

Hoy es el Día Nacional del Libro, oportunidad para detenernos en reflexionar sobre el pequeño hábito de leer y sus consecuencias. Abundan elogios acerca de los beneficios de la lectura cotidiana; sin embargo, el panorama del acto de leer en México arroja datos preocupantes.

Para conmemorar el natalicio de Sor Juan Inés de la Cruz (12 de noviembre de 1651), por decreto presidencial en 1980 quedó establecido el Día Nacional del Libro, como recordatorio y celebración de la vida de una gran lectora y escritora.

Bien por la efeméride, pero no tan bien por el estado de la lectura en México. Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) muestran que en 2024 el porcentaje de la población que dijo ser lectora de libros disminuyó, en comparación con el de 2015, de 50.2 a 41.8, es decir, casi 10 puntos porcentuales.

Las cifras del Inegi correspondientes al Módulo sobre Lectura son resultado de las respuestas de encuestado(a)s sobre si son lector(a)s o no y, en caso afirmativo, qué leen. En el sondeo se consideró lector(a) a “todo sujeto que declare leer cualquier tipo de material escrito, no restringido a la lectura de libros (incluye, además, revistas, periódicos, historietas, páginas de Internet o blogs), con el objeto de no dejar fuera a la población que lee sobre otros soportes de escritura”. En cuanto al porcentaje de quienes dijeron ser lectore(a)s de libros (41.8), es muy factible que en realidad el número sea menor, pero como el Inegi registra lo dicho por las personas, entonces no es posible cuantificar con certeza qué por ciento solamente dijo ser lector(a)s sin serlo.

Los lectore(a)s de libros, de acuerdo con el Inegi, mayores de 18 años leen 3.2 libros en promedio al año y, “de acuerdo con el tipo de lectura predominante, 41.2 de la población lee principalmente por entretenimiento, siendo mayor este porcentaje entre las mujeres; 23.4 lee por trabajo o estudio; 23.2 por ciento por cultura general; 10.6 por ciento por religión, y 1.4 por otros motivos”. Que se tenga por lectore(a)s de libros a quienes leen un libro cada cuatro meses es una realidad que no alienta mucho, sino que más bien muestra la debilidad del hábito de recorrer atentamente páginas como forma de aprendizaje constante.

Además de los esfuerzos gubernamentales y de instituciones escolares (que también sean educativas, porque no es lo mismo escolarizar que educar) en el rubro de fomentar la lectura, en instancias de la sociedad civil hay infinidad de posibilidades para contagiar el gusto de leer. En la actualidad hay más libros y formas de hacerse de ellos que nunca antes en la historia. A pesar de su costo, ya sea en formato impreso o digital, los libros son hoy más baratos que en el pasado. Cuesta mucho más pagar, por ejemplo, la entrada al Vive Latino, a la Fórmula 1, a los estadios de futbol o casi a cualquier otro espectáculo.

Una forma de acercar los libros a la población, desde la sociedad civil, es la multiplicación de clubes de lectura, en los cuales sus integrantes compartan experiencias, puntos de vista, retos y propuestas. Porque los libros abren horizontes, perspectivas y, también, funcionan como herramientas para “leer” la realidad en la que estamos inserto(a)s. La lectura comunitaria de una obra descubre ángulos insospechados porque, aunque el libro es el mismo para quienes componen el club, las personas que lo leen tiene distintas formaciones y sus miradas enriquecen la lectura individual.

Si la lectura colectiva es acompañada de café, el ejercicio de intercambiar pareceres con otro(a)s es, definitivamente, más placentero. Por esto el círculo de lectura del que formo parte se llama Entre Libros y Café. Es un proyecto pequeño por el número de integrantes, pero anhelo que se replique por algunos de sus participantes en otros lugares y con nuevos cautivados por la lectura en grupo. Hemos aprendido a compartir lecturas y beneficiarnos de lo que otro(a)s están leyendo, además de la obra que en común comentamos. La multiplicación de clubes de lectura puede ser un buen antídoto contra la intolerancia, porque como Rintaro (heredero de una librería de viejo) dice en la novela El gato que amaba los libros, de Sosuke Natsukawa, “el poder de los libros radica en que nos enseñan a entender los sentimientos ajenos […] Los libros describen muchos pensamientos y sentimientos humanos. Hablan de personas que sufren, que están tristes, que están alegres, que se ríen […] Al entrar en contacto con sus historias y sus palabras, nos identificamos con esas personas y podemos comprender sus sentimientos y conocerlas mejor. Y no sólo hablo de las cercanas, sino también de las que viven en mundos distintos de los nuestros. Gracias a los libros podemos sentir todo esto”.

En un mundo en el que por doquier abundan los griteríos, las estigmatizaciones y juicios simbólicos sumarios, pretensiones de monopolizar la plaza pública (el ágora, que por definición es y deber ser plural), la lectura, la magia de los libros, nos ayuda para escuchar con atención otras voces y la existencia de otros ámbitos. Por esto, ¡lectore(a)s del mundo, uníos!

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