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Desde el Cerro de la Silla

12 de diciembre de 2024 00:02

El corrido de Monterrey entraña una historia que late en el presente. El barrio del mero San Luisito es la referencia central de varios asentamientos entretejidos por condiciones y necesidades que datan de hace siglo y medio, según cuenta en sus páginas el libro La colonia Independencia, barrio donde nací.

El barrio San Luisito y otros semejantes quedaron bajo la nomenclatura de colonia Independencia con motivo del centenario de la lucha independentista iniciada en 1810. Radican en las faldas de la Loma Larga, una de las estribaciones de la Sierra Madre Oriental que se extiende entre los municipios de Monterrey y San Pedro Garza García. Frente a sí tiene al río Santa Catarina, un río estepario que se llevó en la gran riada de 1909 a unas 5 mil personas. En su cauce se registró la homilía del papa Juan Pablo II ante la asistencia –se dice– de 300 mil feligreses y allí mismo Rigo Tovar justificó el nombre de ídolo de las multitudes atrayendo a 350 mil seguidores.

Por la poca actividad pluvial, el cauce del Santa Catarina albergó varias canchas donde los jóvenes de la Indepe solían jugar futbol. Con la reforma de 1995 al artículo 115 constitucional, que rige la vida del municipio, la administración del de Monterrey encontró una coyuntura para hacer explotable esa superficie y los jóvenes se quedaron sin la posibilidad de practicar el popular deporte. Poco después quedaron involucrados en la violencia de que fue presa Monterrey en el tercer lustro del siglo XXI.

En el seno de los barrios de la Loma Larga es posible leer, como en un palimpsesto, épocas, transiciones, tragedias; e igual, tradiciones de comunidad, de trabajo, de lucha y el embate constante de los predadores urbanos.

Llamados constructores y desarrolladores, esos predadores cuentan con capitales y la complicidad –si no es que la iniciativa del gobierno–, cierto sector social y la Iglesia católica para engrosar sus arcas.

Desde mediados del siglo XIX, los asentamientos más o menos marginales de esa zona han tenido por identidad el desarraigo. Se han poblado con migrantes de otras partes del estado, del país y aun de otros países. Todos han debido abandonar su lugar de origen atraídos por las luces de la ciudad, más tarde por su industria y las oportunidades de una mejor vida que en ella han columbrado. Las industrias que se desarrollaron a principios del siglo XX tuvieron en el suburbio de la Loma Larga un lugar adecuado para tener más o menos cerca a su fuerza de trabajo, pero lo suficientemente separada de sus dueños y de su periferia familiar y de clase.

Las familias que allí habitan se han venido enfrentando a proyectos de obras estatales, privadas o mixtas, que ponen en riesgo su convivencia y residencia en el lugar. La extensión de la Gran Plaza o Macropaza en el corazón de la ciudad; un túnel para desahogar el tráfico vehicular entre San Pedro Garza García y Monterrey y ahora la construcción del Memorial de la Misericordia, en torno a una monumental cruz de 160 metros de altura, como bastidor de la soberbia de una iglesia cuyos principales beneficiarios son las familias más ricas de la ciudad.

Por más de cien años sus habitantes no han dejado de ser, como lo fueron los tlaxcaltecas aliados de los conquistadores, carne de discriminación. Útiles para concretar fines e intereses ajenos, de repente empezaron a ser vistos como la sobrevivencia de lo indeseable: la barbarie, el vicio, la violencia. Y se les estigmatizó. El estigma es un instrumento primario cuyo fin último es la expulsión de los que estorban a los supuestos de la normalidad, la civilización y el progreso.

La respuesta a la gentrificación ha sido la resistencia. Hasta ahora han tenido éxito los habitantes de la Independencia, por la fuerza interna y la solidaridad externa que han logrado conjuntar para defender su morada y su destino. Pero, neoliberales los empresarios regiomontanos y el propio gobierno del estado, el riesgo de la gentrificación crece, y no sólo para los habitantes de la Loma Larga. Los capitales que se vieron ociosos luego de la venta de industrias y bancos, en gran medida se han invertido en la construcción inmobiliaria. El desmonte, el traxcavo civilizatorio y la revolvedora de concreto no duermen.

Al fardo de la angustia de ser expulsados, los habitantes de la Loma Larga suman y comparten con los demás, por némesis urbana, la incomodidad, el desorden, el hacinamiento, la acromegalia, el déficit y la fealdad de Monterrey. La que recibió a los primeros pobladores de la Loma Larga era entonces una ciudad que, según numerosos testimonios, estaba dotada de múltiples atractivos –entre ellos sus bosques rodeados de manantiales y cursos de agua– y en nada se parecía a la que luego historiadores, intelectuales y periodistas le dieron traza de yermo convertido, por obra de los industriales, en un valle próspero y hospitalario.

Si en algún lugar de México se refocila el neoliberalismo, ese se halla, sobre todo, en las entidades federativas y en las capitales donde la asimetría social es mayor y se torna en injusticia orgánica.



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