Donald Trump volverá a la Oficina Oval. Tras un atentado fallido y reditando como narrativa de campaña sus demagógicas posturas racistas, nativistas y chauvinistas, el candidato republicano ganó las elecciones y se convertirá por segunda vez en presidente de Estados Unidos. Declarado culpable de 34 delitos graves en mayo pasado, el magnate y ex presentador del reality show The Apprentice (El aprendiz), quien encarna en la realidad al empresariado lumpencapitalista rapaz, carroñero y depredador, recurrió durante su primer mandato al chantaje y las amenazas urbi et orbi −típico modus operandi de EU− para infundir miedo, y ahora, un Trump recargado parece decidido a impulsar el proyecto proteccionista/ arancelista de los poderes fácticos que lo manufacturaron (a él), no para cambiar el statu quo, sino para reproducir la lógica del imperialismo con su base clasista común −hoy más elitista y excluyente−, la de la plutocracia monopólica y financiera (la “guerra de clases” de Waren Buffett, pero con esteroides), cuyo núcleo se resume en la esencia blanca, anglosajona y protestante (white, anglo-saxon, protestant, WASP, por sus siglas en inglés).
La víspera de los comicios, Michael Roberts advirtió que para los banqueros, los grandes fondos de inversión y los megamillonarios de las Siete Magníficas (el tecnocapitalismo de plataformas: Apple, Microsoft [LinkedIn], Alphabet, Amazon, Meta [Facebook, WhatsApp, Instagram], Nvidia y Tesla), poco importaba si ganaba Trump o Kamala Harris. Dijo: “Ambos candidatos están dedicados al sistema capitalista y a hacer que funcione mejor para los propietarios del capital”. Y citó al especulador Larry Fink, CEO de BlackRock, el fondo buitre más grande del mundo, quien afirmó que “con el tiempo no importa” quien gane: la realidad es más poderosa que cualquier política concreta aplicada por un gobierno. Ergo, Trump o Harris eran buenos para Wall Street. Y también para las corporaciones dominantes del Estado profundo (deep state) y el lobby sionista. Tras el resultado todos ganaron. Pero en particular, dos magnates de Silicon Valley, contratistas del deep state, en particular, de los servicios de inteligencia: Elon Musk, el hombre más rico del planeta, y Peter Thiel (Palantir), quien puso a Trump como vicepresidente a su delfín o “ahijado político”, J. D. Vance.
Primer ejecutivo de Tesla y dueño de la red social X, el golpista Musk (recordar “Daremos un golpe de Estado contra quien queramos. Lidiad con eso”, 25/7/20), quien antes cultivaba una imagen de genio tecnológico excéntrico, apolítico y libertario, con 118 millones de dólares fue uno de los mayores donantes individuales en la carrera presidencial de Trump y su movimiento MAGA (Make America Great Again o Hagamos Grande de Nuevo a EU) y un actor habitual en su campaña electoral, una rareza entre los plutócratas de EU que prefiere influir en la política detrás de bastidores. Como señal de esa cercanía, Trump −quien sugirió que Musk podría ayudarle a supervisar la “reducción de costos” en el próximo gobierno−, lo tuvo a su lado el 8 de noviembre durante su conversación telefónica con el presidente de Ucrania, Volodimyr Zelenski, y éste habría agradecido (a Musk) que permita a sus tropas usar el sistema de Internet satelital Starlink.
Los demócratas apostaron a que los estadunidenses no querrían a un criminal convicto, al que acusaron de fascista y nazi, en la Casa Blanca. Pero a juzgar por la victoria aplastante del magnate neoyorquino, todo indica que la preocupación por la “democracia’, con sus mitos fundacionales difundidos en el imaginario popular (como los de la “tierra prometida”, el “Destino manifiesto” y el “Excepcionalismo” estadunidense) −y con un sistema electoral heredado de la esclavitud y signado por su arcaísmo e inconsistencia con los estándares modernos de elecciones directas−, fue sobrevalorada. Si bien el tema influyó en millones de votantes, los resultados demuestran que el dicho “es la economía, estúpido”, aplicó ahora en EU; millones de ciudadanos de a pie (incluyendo de manera notable 45 por ciento del voto latino), sufragaron con el bolsillo, diezmado por una inflación anual de 8 por ciento que provocó una subida de precios (promedio) de más de 20 por ciento, escandalosa para las mayorías populares.
Millones están convencidos de que las causas penales contra Trump son persecución política (lawfare) y que el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 −amplificado por la dictadura mediática liberal demócrata−, por más grave que sea, no es peor que el estancamiento económico. Además, les resultó ofensivo que el supremacista y clasista Joe Biden los tildara de “basura” y Harris de “fascistas” por apoyar a Trump, cuando lo único que quieren es “su” sueño americano: tener mejor calidad de vida. Trump le sacó casi 5 millones de votos de diferencia a Harris, por lo que su show mercadotécnico fue más eficaz. Además, el Partido Republicano ganó el Senado y todo indica que también triunfará en la Cámara de Representantes. Por lo que Trump ejercerá su presidencia con el control de los poderes Legislativo y Judicial, y también de una Suprema Corte ultraconservadora, integrada por ministros que él designó en su anterior mandato.
Trump ha dicho que los principales ejes de lo que denominó Maganomics serán aranceles más agresivos sobre las importaciones de todo el mundo (especialmente de China y México), y una represión draconiana a los inmigrantes, a quienes acusó, en su grosero racismo, de “envenenar la sangre” de EU. Dijo que revocará la política de “puertas abiertas” de Biden y completará la construcción del muro fronterizo con México, reforzando su vigilancia con personal dotado de mayores competencias y apoyo de tropas actualmente desplegadas en el extranjero. También planea reimponer las prohibiciones de entrada desde países que llamó “indeseables”, y restaurar la política “Quédate en México” y “Título 42”, que facilitaban el rechazo de entrada a oleadas de migrantes a través del territorio mexicano. Además, al vincular la violencia armada y las drogas con la inmigración, Trump planea lanzar el “mayor programa de deportaciones en la historia” de EU, en un intento por superar al Nobel Barack Obama.
Retomando la denominación satírica que CJ Hopkins hace del republicano, ¿sería posible el regreso de Trumpenstein, el “monstruo nazi”, sin el aval de sectores del Estado profundo y la plutocracia?