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Noticias del sexenio

08 de agosto de 2024 00:02

Américo Saldívar, amigo y contemporáneo mío del 68 (acaba de publicar sus interesantes memorias), me llamó a raíz de mi artículo anterior y dice que me siente un tanto escéptico. Me imagino que para algunos habré resultado infidente, impresentable, etcétera. El escepticismo es preguntarse, dudar y buscar criterios para escardar lo verdadero de lo falso. Me siento obligado a dar ciertos pormenores de por qué soy escéptico desde una visión de izquierda.

A esa visión quiero dar la mayor coherencia posible. Siempre he preferido a una fuerza política o gobiernos de izquierda que a aquellos de derecha. Un ejemplo: en la disputa por el poder en Venezuela estoy a favor del gobierno de Maduro y en contra del eje golpista Estados Unidos-Elon Musk-María Corina Machado (la cara de Edmundo González, el candidato “triunfante”, basta para saber del montaje avalado por la OEA). Esto no quiere decir que apruebe incondicionalmente todas las medidas, gestos y expresiones del presidente venezolano.

Lo mismo puedo decir del gobierno israelí, a cuyo líder genocida le rindió gran aplauso el poder legislativo de Estados Unidos. En realidad fue un autoaplauso. Estoy con el pueblo palestino.

E igual con el gobierno que preside Andrés Manuel López Obrador. Lo prefiero a su oposición de derecha carente de autoridad política y moral. Sus reformas me parecen necesarias aunque ajustables en el debate, así como vana la reiteración de exonerar al Ejército en el caso de los 43 de Ayotzinapa y defender así su fuero e impunidad. Con esto me deslindo del periodismo que, salvo excepciones, pulula en las redes sociales cargado de amarillismo y tono oficialista.

En mi artículo anterior decía que el neoliberalismo se extiende hasta el actual sexenio. Una prueba científica de ello: en una noticia de La Jornada se hablaba de los cinco ultrarricos de México clasificados por Bloomberg. En el gobierno amloísta, estos individuos incrementaron su fortuna en una cantidad equivalente a 20 por ciento de la deuda pública del país.

El actual gobierno ha respondido a las características definitorias del neoliberalismo: el mantenimiento de las condiciones estatales, apropiatorias, financieras, productivas, infraestructurales, fiscales y laborales para aumentar aceleradamente la acumulación del capital. Que las haya benignizado no quiere decir que las haya desaparecido. Y asumir su erradicación es cesar la lucha contra ellas.

La parte del capital acumulado hay que restarla del fondo único que genera la producción; lo que sobra, muy poco, queda en manos de los trabajadores, la gran mayoría social. No son fondos distintos. López Obrador consiguió otorgarle una porción mayor de la riqueza producida, y esta medida del todo plausible diferencia a su gobierno de todos los anteriores, pero no basta para considerar que la distribución de la riqueza en México se haya mejorado sustancialmente. Sigue siendo uno de los países más desiguales de América Latina.

Con hacer que paguen los billonarios no es suficiente, y negarse a efectuar una reforma fiscal progresiva es una medida netamente neoliberal. Claro, la diferencia parece magnificada, al igual que el rescate de recursos nacionales y la soberanía, por la rapacidad y gemela desmesura del empobrecimiento de la sociedad y de la nación por los gobiernos anteriores.

Altagracia Gómez, una de las principales dueñas del Grupo Promotor Empresarial de Occidente (Dina, Minsa, Campo Fino, Almer y Siembra Capitales) es la coordinadora del comité de empresarios que asesorará a la virtual presidenta electa, Claudia Sheinbaum.

En la entrevista que le hizo Sabina Berman (Largo aliento) a la agraciada, culta e inteligente jalisciense, ésta decía que de lo que se trata es de que haya menos pobres, pero no menos ricos, ante la tesis de Sabina de que un peso de más para los ricos es un peso menos para los pobres, y al revés.

Lo que cada rico y ultrarrico se apropia de esa riqueza –1 por ciento– se resta automáticamente a 99 por ciento de la población. Y a esto se pretende llamar democracia. Donde no hay una horizontalidad socioeconómica aceptable no hay justicia y donde no hay justicia no hay democracia.

Las elecciones son el nido donde se mata la representatividad. La gran mayoría de los ciudadanos sólo cuentan con su voto; los ricos cuentan con su inversión para financiar las campañas. Y las cobran con creces a los candidatos triunfantes. ¿Por qué, como ocurrió en el sexenio que está por concluir y en el que lo sustituirá, se conforma un comité asesor de ricos y no, también, otro de pobres? ¿Porque el pueblo es sabio, pero no tanto como para hacerse escuchar en corto por el/la Presidente de la República?

Los pobres no están organizados ni el propósito es que se organicen. Pero pensemos en los trabajadores. Ellos sí están organizados. Aunque se trata, con alguna salvedad, de cacicazgos antidemocráticos y corruptos o extensiones administrativas de las empresas. No representan los intereses de la clase trabajadora.

Como sea, si los pobres –por lo general son trabajadores– no están sino para votar por los individuos en el poder u ofrecerles sus saludos y porras, eso me parece que es clasismo. Así como racismo es permitir que un puñado de empresas se enriquezcan quitándoles el agua a numerosas comunidades indígenas para luego venderles esa misma agua, simple o azucarada.



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