asta ahora, la carrera del realizador texano Richard Linklater no podía ser más desigual. Su filmografía tiene aciertos como la trilogía del Antes de…, pero también algunos petardos definitivos (¿alguien vio ¿Dónde estás Bernardette?, de 2019?). Sin embargo, este año se ha redimido totalmente con un par de títulos: Nouvelle vague y la próxima a estrenarse, Blue Moon.
La primera no es otra cosa que la canción de amor más sentida que se le ha hecho a esa fundamental corriente epónima del cine francés que, a fines de los años 50, empezó a transformar la concepción misma de la narrativa cinematográfica.
Estrenada en Cannes, donde no recibió premio alguno, la película es la divertida recreación del singular rodaje, en el París de 1959, de Sin aliento, la ópera prima de Jean-Luc Godard (Guillaume Marbeck). Linklater identifica con letreros a todos los cineastas, actores, personalidades que influyeron en la Nueva Ola, de una forma u otra. Y homenajea además a Roberto Rossellini, Robert Bresson y Jean-Pierre Melville como padrinos simbólicos del movimiento y figuras definitivas del cambio.
El relato, en radiante blanco y negro, comienza con la aclamación recibida en Cannes por Los 400 golpes (de François Truffaut, claro) y la evidente envidia que eso le provoca a Godard, el último de los críticos del influyente Cahiers du Cinéma que no ha filmado su primer largometraje. El mismo Truffaut (Adrien Rouyard) ha escrito un guion sobre la relación entre un hampón de poca monta y una gringa, y Godard decide debutar sobre esa base, bajo el patrocinio del bonachón productor Georges de Beauregard (Bruno Dreyfürst).
Sobre un ocurrente guion de Holly Gent y Vincent Palmo Jr., adaptado por las francesas Michèle Halberstadt y Laetitia Masson, Linklater hace la crónica de las tres semanas de rodaje. Godard es caracterizado como un mamón inspirado, quien no utiliza un guion si no consulta su libreta de notas sobre la naturaleza del cine. Es el origen de un cine de ruptura, de un cambio que no tiene marcha atrás.
Como en sus escritos, el cineasta –de sempiternas gafas oscuras y cigarrillo en la boca– se basa en citas célebres y aforismos para darse a entender. Su negativa a ser convencional lo lleva a hacer rodajes de un par de horas diarias –o incluso, a cancelar labores fingiendo estar enfermo– y a no cumplir ningún precepto de la industria, para exasperación de Beauregard y de la actriz estadunidense Jean Seberg (Zoey Deutch), acostumbrada al método hollywoodense de hacer las cosas.
Ahora que las biopics no se preocupan mayormente por conseguir el parecido físico del biografiado (ahí tienen a Jeremy Allen White como Bruce Springsteen), es loable el casting realizado en este caso. Todo el reparto está integrado por réplicas muy convincentes de los originales, detalle que le da especial convicción a las escenas recreadas de Sin aliento, interpretadas por Aubry Dullin, como Jean-Paul Belmondo y la ya mencionada Deutch, quien nos brinda una Seberg mucho más creíble que la interpretada por Kristen Stewart en Vigilando a Jean Seberg (Benedict Andrews, 2019).
Sin duda, el cinéfilo empedernido gozará Nouvelle vague mucho más que quien ignore las glorias de la Nueva Ola francesa. No obstante, aún sin ese contexto, la película es una de las más inspiradas miradas al proceso creativo de hacer cine, visto como un juego genial.
Nouvelle vague:
D: Richard Linklater/ G: Holly Gent, Vincent Palmo Jr., adaptado por Michèle Halberstadt, Laetitia Masson/ F. en ByN: David Chambille/ Ed: Catherine Schwarz/ Con: Guillaume Marbeck, Zoey Deutch, Aubry Dullin, Adrien Rouyard, Antoine Besson/ P: ARP Sélection, Detour Filmproduction, Ciné + OCS, Francia-Estados Unidos, 2025.
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