icolas Sarkozy, presidente de Francia durante el quinquenio de mayo de 2017 a mayo 2012, puede hoy ser descrito como un personaje pintoresco que no carece de visos cómicos y termina por ser simpático gracias a una gestualidad nerviosa que recuerda los tropiezos de un payaso en la arena de un circo. Con la diferencia de que el manoteo de Sarkozy tiene lugar en la arena donde, a veces, el personaje es librado a los leones y otras fieras salvajes, tan hambrientas como ambiciosas, de la política.
Sarkozy logró imponerse como sucesor del presidente Jacques Chirac, a pesar de haberlo traicionado para aliarse con su rival Balladur, creyendo que éste ganaría las elecciones presidenciales. Gracias a una de esas piruetas, cuya destreza posee, Sarkozy consiguió cambiar de vestuario, de escena y de programa en un acto digno de magia.
Nunca fui partidaria de Nicolas y más bien me parecía un tipo sin grandeza de ideas ni estatura presidencial. Demasiado narcisista, su actuación durante el secuestro de los niños de una guardería de Neuilly cuando él era el alcalde, cargando a uno y otro párvulo, siempre situándose frente a las cámaras de televisión, me pareció grotesca. Pero el público, siempre sentimental cuando se trata de tiernas creaturas, se dejó hipnotizar por la imagen que dio en esa ocasión de bienhechor al rescate.
Aparte sus jugarretas de juglar de la política, sus devaneos sentimentales para no decir sus traiciones amorosas, me chocaban, no por su falta de moral, ausencia que puedo admirar cuando la amoralidad se presenta con el cinismo del marqués de Sade y la inmoralidad se expresa con orgullo maquiavélico, sino a causa de la repugnancia que me inspira la cara contrita del Tartufo de Molière, que esconde sus crímenes y bajezas tras una falsa virtud y bellas palabras.
Pero el tiempo pasa y las cosas cambian. Como igualmente varía la impresión que puede darnos una persona. En el caso de Sarkozy, creo que él se ha ido transformando e imagino que yo también he ido dejando de ser la que fui.
La personalidad de Sarkozy no deja indiferente. Es un hombre que inspira pasiones, sentimientos de odio como de fanatismo. Así, nuestro antihéroe logró atraerse una buena cantidad de enemigos, pero de enemigos de veras mortales. Entre otros, buena parte de la magistratura de donde salieron los jueces que no cesaron en su empecinamiento para meterlo tras las rejas o, en el caso, tras los altos muros de la prisión de la Santé en París.
Perseguido por la justicia durante meses, a pesar de su condición de ex presidente, y aunque nadie hubiera podido imaginarlo, Nicolas Sarkozy se dirigió él mismo a la prisión de la Santé. Sería olvidar su carácter para imaginarlo sin hacer nada tras las rejas. Así, tomó la pluma y se puso a escribir un “diario”. El resultado no se hizo esperar y, apenas salido de la cárcel, apareció un volumen titulado Journal d’un prisonnier. El libro inspiró, desde luego, la curiosidad general. No es para menos: Sarkozy sabe cómo hacer reír y llorar, qué tecla tocar, qué modulaciones dar a su voz y a su palabra.
El primer día de su encarcelamiento, el ex presidente se arrodilla para rezar: “Sucedió como una evidencia. Me quedé así durante largos minutos. Oraba para tener la fuerza de cargar la cruz de esta injusticia”, prosigue detallando sus pláticas dominicales con el capellán. Protegido por dos oficiales de seguridad, por completo aislado de otros prisioneros, el ex presidente quedó encerrado en su célula 23 horas sobre 24, exceptuadas las horas de visitas.
“Habría dado cualquier cosa para poder mirar por la ventana y ver pasar los autos… Era necesario que yo respondiera a esta simple pregunta: ¿cómo fui a dar ahí? Que me interrogue sobre esta vida tan extraña que es la mía, que me hace pasar por tantas situaciones extremas.”
En todo caso, Nicolas Sarkozy sabe sacar provecho de cualquier situación como demuestran las ventas de su Journal d’un prisonnier.











