na de las propuestas musicales más interesantes y sugerentes en mucho tiempo: el reciente debut de Jordi Savall al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín, ocurrido el sábado pasado en la Philharmonie berlinesa. El violagambista, director, musicólogo, organizador y divulgador catalán se ha hecho famoso, con plena justificación, por sus numerosas y variadas incursiones en el mundo de las músicas antiguas, incursiones caracterizadas, por una parte, por su acuciosidad en la búsqueda de fuentes auténticas y, por la otra, por su admirable enfoque ecuménico y auténticamente multicultural, de manera que su primera vez ante una orquesta como la OFB se antojaba (y lo fue) como una ocasión imperdible.
En una entrevista previa al concierto, realizada por Joaquín Riquelme García, violista de la orquesta alemana, Savall refirió algunos hitos de sus inicios musicales: su pasión por Elvis Presley, su canto en un coro de niños y el quiebre de su voz, su elección primera por el violoncello y su mudanza a la viola da gamba ante el hallazgo de partituras para este instrumento en la legendaria Casa Beethoven en Barcelona. Habló también, con elocuencia singular, de los comienzos de su fascinación por la música del Ars Nova, por los documentos musicales del monasterio de Las Huelgas y de la Escuela de Notre Dame, y de su admiración particular por las monjas y monjes que componían música en aquellos tiempos y lugares. De su diálogo con Riquelme García, extraigo su afirmación contundente y digna de consideración de que en el vasto linaje sonoro que va del Ars Nova hasta los compositores más destacados de hoy se encuentra lo mejor de la historia europea. Y después del diálogo, la música.
Desde los primeros compases de la suite de la ópera Naïs de Jean-Philippe Rameau, primera obra de su programa, Jordi Savall dio noticia de que tanto los filarmónicos de Berlín como el público se enfrentaban a algo nuevo. Y la novedad habitó tanto los elementos expresivos externos como las profundidades de la materia musical. Savall dirigió sin batuta, como debe ser dadas las circunstancias, y empleó en el podio berlinés una gestualidad específica, apartada de lo acostumbrado cuando se trata de directores y repertorios más modernos: lo suyo fue todo discreción, eficacia y claridad. Y desde esas primeras páginas fue posible percibir también la capacidad de Savall para extraer de esta modernísima orquesta sinfónica sonoridades cercanas (hasta donde es posible) a las de los ensambles que realizan interpretaciones históricamente informadas del repertorio antiguo. Particularmente apreciable en Naïs, la inclusión de instrumentos de época para reforzar esa sonoridad: clavecín, tiorba, guitarra barroca, y una cornamusa para enfatizar el elemento pastoral. En el contexto de una interpretación iridiscente de esta suite de Rameau, destacó brillantemente la extrovertida sección Tambourins conducida por dos modernos piccolos a guisa de rústicos pífanos, uno de muchos logros en este arreglo de Naïs realizado por el propio Savall.
El evidentemente meticuloso trabajo de Jordi Savall en la preparación de su debut con la OFB (donde extrañó los detallados ensayos de seis horas que realiza con sus propios ensambles) dio como resultado una aproximación aún más perceptible a la sonoridad de antaño en su versión de la suite del ballet Don Juan de Christoph Willibald Gluck. El músico catalán ofreció aquí una versión abundante en matices, tanto dinámicos como tímbricos, que condujo a una realización poderosamente dramática de la tremendista escena final del ballet.
Savall concluyó su espléndido programa con una fresca, innovadora (mas nunca iconoclasta) ejecución de la Sinfonía Júpiter de Wolfgang Amadeus Mozart, obra que ya había interpretado y grabado con su propia orquesta especializada, Le Concert des Nations. La ejecución estuvo marcada por un riguroso apego al estilo y por un cuidado extremo en las cuestiones de fraseo y articulación que son el pan y mantequilla de las interpretaciones auténticas de la música temprana. Todo ello dio como resultado un Mozart luminoso y renovado, poderoso sin excesos y expresivo de principio a fin
Y no, no estoy en Berlín, qué más quisiera; asistí a este brillante debut de Jordi Savall ante la Filarmónica de Berlín a través del servicio de streaming (impecable en calidad de imagen y sonido) de la orquesta.











