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En Crónicas de Altavilla, Luis Tovar configura un retrato narrativo de Ecatepec

Los relatos del libro establecen: “el norte de la ciudad también existe” // Publica el sello Puerta Abierta

 
Periódico La Jornada
Martes 2 de diciembre de 2025, p. 5

El escritor y crítico de cine Luis Tovar asentó con su libro Crónicas de Altavilla, que narra una colonia de Ecatepec, un alegato en el sentido de “decir de forma figurativa a la literatura mexicana contemporánea: no sólo existe San Ángel, Polanco, Del Valle, Narvarte y Coyoacán”, y en pos de hablar con ternura y calidez de “un estrato social que merece la pena ser narrado”.

En entrevista con La Jornada, el también narrador dijo: “Seremos minoría, nos han mirado por encima del hombro mucho tiempo, y, parafraseando a Serrat y a Benedetti, el norte de la ciudad también existe”.

En torno al texto, publicado de forma reciente por el sello Puerta Abierta Editores, con el que Tovar (CDMX, 1967) explora a través de la literatura sus años de crecimiento en un ambiente de carencias, añadió: “recuerdo con una nostalgia muy afectuosa a todos esos seres que rodearon mi infancia”.

El director de La Jornada Semanal refirió que cuando se ve con distancia a los personajes de sus relatos, tienen un rasgo frecuente: “el barrio y la comunidad misma donde comparten ciertas costumbres, usos, rutinas colectivas; si pones esas partes en una visión amplia conforman un todo en el que por más peculiares que sean tienen cosas en común”.

Crónicas de Altavilla significó para Tovar elegir que lo que iba a contar le constaba, porque lo vio o se lo platicaron. Así, “nada de lo que se lea en él es invención literaria. Todos son hechos tal como recuerdo que me pasaron, me contaron o vi. Decidí ponerle ‘crónicas’, aunque son relatos, porque proceden de la realidad. No inventé al adicto, no inventé al policía que mató a un ladrón, no inventé a la loca que después andaba con las bolsas en el pelo”.

El autor contó que una de las particularidades de estos seres es que están en el norte de la ciudad de México, una región olvidadísima en lo literario. “Nadie mira para allá. Más allá de que soy de Ecatepec (crecí allá de los 17 a los 18 años), me parecía importante hablar de esa colectividad que no vive en la Roma o en la Narvarte, o más al sur, muchísimo más exhibidas, más visibles”.

Insistió en su interés en “volver visible lo que siempre ha estado allí, pero que como no forma parte de un canon lector o de autoría de narradores, pareciera que no existe, pero claro que sí, y es una de las muchas ciudades que coexisten en la gran urbe, y es muy rica”.

Tovar contó que nació en la colonia Del Valle, luego pasó su primer año en Clavería, de donde se mudaron sus papás a Ecatepec. “Ahí crecimos. Ahí está otra vez ese fragmento del todo que sí lo refleja como un prisma. Si se amplifica, la mayoría de mis vecinos llegaron igual: porque ahí era donde les alcanzaba comprar”.

“El personaje del primer relato está basado en mi madre. Contaba ella que mi papá se iba a trabajar, no tenían teléfono, sólo había un camión que llevaba a La Villa. Entraba y salía dos veces al día. Decía: ‘¿qué estoy haciendo aquí, Dios mío? ¿Adónde fui a parar?’ Se echaba a llorar en el patio, pensando que estaba como en el exilio interior, refundida en la nada. En los alrededores había milpas, campo y vacas.”

El texto tiene de referente al padre del autor, quien era uno de los cientos de miles que veían en tener un coche un “signo de progreso y de bienestar”. Cuando compró su primer auto, “que cuento ahí, se lo llevó el tren, literalmente. Era tan feliz con su carro. Para él significaba mucho. Y para mi madre significaba mucho tener un lugar que fuera suyo. Rechazó que elementos como esos fueran lugares comunes o clichés, sino “la vida misma como se vivía en ese tiempo. Era real”.

El también poeta rechazó las narraciones marcadas por el “miserabilismo, el folclorismo miserable. No me interesaba en absoluto hacer esa explotación de la miseria, refocilarme, babear o que tenga una historia cabrona y tomarla como punto focal en torno al cual girara todo el mundo que quieres retratar, porque no me gusta esa postura”.

El cine mexicano, recordó el periodista, ha exhibido y vendido el miserabilismo durante década y media, hasta que se acabó, y aún así hay sucesores de eso. “El narco, los desaparecidos, las buscadoras, a todo le hallan forma de mina temática, mediática y explotable para beneficio de quien lo mira desde esa perspectiva.

“Mi tirada es visibilizarme también a mí, porque yo soy parte de eso; o sea, yo no llegué de la Condesa a Neza a ver como son los de allá y decir: ‘¡Qué cabrona vida! ¡Qué jodido está ahí! ¡Qué chingones porque resisten!’ No, yo vengo de allí y lo conozco. Esa vida cotidiana que se identifica me importa más que el suceso supertrágico y mediaticote.”

Un ejemplo, externó Tovar, sobre su tratamiento es el relato “Noticias de la muerte”, donde el narrador cuenta cómo se encontraba la muerte aquí y allá, en esa zona, donde, “como en muchos barrios, pasaba la camionetita, el carrito madreado o alguien a pie vendiendo un pinche pasquín: ‘Entérese de los muertos que mataron acá! ¡Una pelea de borrachos! ¡Vea cómo los dejaron!’

“El amarillismo a todo lo que daba. Lo miro tangencialmente porque era parte de un todo, en el que me pareció igual de importante todo lo demás. No centrarme en eso, porque me parece una vampirización horrenda.”

Afirmó que “la literatura tiene que reflejar tu realidad; claro, vas a mirarla con cierto color, pero que no ser una sanguijuela. En todo caso, el texto tiene un tono más bien afectuoso, amable, amoroso”.

Explicó que la literatura lo es todo para él y su “afirmación más grande”, aunque tiene un pie en la crítica de cine. “La literatura es mi forma de entender el mundo. Es un vehículo, a la vez, de interpretación y una vía para entender mejor la realidad y de la manera en que mejor la puedo devolver a la realidad”.