l lamentable ataque a dos soldados de la Guardia Nacional en la ciudad de Washington es sintomático de la tensión que se vive en algunas ciudades estadunidenses debido a la militarización de sus calles ordenada por el presidente Trump. Era de esperarse que los roces entre la población civil y los miembros de la guardia civil derivaran en confrontaciones debido al rechazo que existe por la infortunada e innecesaria orden presidencial. La única forma de entender una decisión tan impopular es la necesidad que tiene de distraer la atención de la sociedad sobre una cuestión elemental: la carestía, que ha ocasionado que su popularidad continúe su tendencia a la baja. Según apuntan los observadores políticos en Estados Unidos, hay que evitar caer en el ilusionismo con el que el presidente pretende disimular o esconder la precariedad y los problemas por los que las mayorías atraviesan cotidianamente.
El ataque a los miembros de la Guardia Nacional fue perpetrado por un ciudadano de origen afgano que había colaborado con la inteligencia estadunidense durante la ocupación de Afganistán, y se acogió a la política de asilo y protección que se ofreció a quienes, de una u otra manera, colaboraron con las fuerzas armadas. El presidente no perdió la oportunidad para insistir en su xenófoba actitud, y la de su asesor en materia de migración, Stephen Miller, sobre los peligros que representa la población inmigrante en Estados Unidos. En respuesta al ataque a los miembros de la Guardia Nacional, el presidente ordenó una “pausa permanente” a la migración proveniente de los países del tercer mundo, (no especificó cuáles), y la revisión del estatus de los miles que llegaron al país en el marco de la política migratoria de su antecesor. Además, agregó que terminará con todos los apoyo que se otorgan a miles de asilados políticos, quienes, según él, “alteran la tranquilidad en el país, y son incompatibles con la civilización occidental.” (Reuters, 27/11/25). Así, de un plumazo puso nuevamente en una situación angustiosa a los miles de inmigrantes que viven, trabajan y estudian en todos los rincones del país.
Advirtió que el ataque será la justificación para apelar las órdenes de una docena de jueces que han ordenado en diversos estados que el ejército regrese a sus cuarteles, debido a la inconstitucionalidad en el uso de las fuerzas armadas para patrullar las calles sin que exista una condición extrema para ello.
En otro acto de ilusionismo y distracción sobre los problemas esenciales por los que atraviesa su gobierno, se congratuló por el bombardeo y destrucción de una decena de embarcaciones que supuestamente transportaban drogas de Venezuela a Estados Unidos. Escaló su política de amenazas al gobierno del presidente venezolano, Nicolás Maduro, por considerarlo un mandatario ilegítimo. Refrendó sus intenciones de desembarcar tropas estadunidenses en suelo venezolano, con el supuesto fin de restaurar la democracia en aquella nación. Independientemente de la cuestionable forma en que Maduro se religió, diversos especialistas le han advertido que proceder de esa manera violaría el derecho internacional y la soberanía de una nación, y que por añadidura, históricamente se ha probado la inconveniencia e inutilidad de promover la democracia de la forma en que él pretende.
Al fin de cuentas, para Trump es necesario proseguir inventando excusas para distraer la atención de los ciudadanos de su país. El problema de fondo es que sus decisiones conforman un panorama tenso e incierto sobre el rumbo en que el país navega, en un mar donde todo existe, menos la tranquilidad.












