espués de la cordial, y en muchos aspectos sorprendente, reunión el viernes pasado entre el presidente estadunidense, el republicano-MAGA Donald Trump, y el alcalde electo de Nueva York, el demócrata socialista Zohran Mamdani −los políticos que antes se han tildado de “comunista” y de “fascista”, respectivamente, con Mamdani, curiosamente, reiterando su opinión durante y después del encuentro con Trump (t.ly/Wp7Gt)−, en la que ambos prometieron “trabajar juntos”, hubo quienes aseguraron que hemos observado, en un contexto estadunidense, la creación de una suerte de “frente populista” o, al menos, un indicio “de que este tipo de política antiélites sin importar los signos es posible”. Para ellos, el encuentro era un desarrollo “novedoso” e indicativo de la desaparición de la vieja división “derecha-izquierda” y la constitución de una nueva: “arriba-abajo”.
Si bien el afán de ver así el campo político no es nuevo −y algo, como bien sabemos, propuesto por ejemplo ya hace tiempo desde la política antisistémica en un contexto y con un tono un poco distinto−, durante la reunión en la Casa Blanca no ocurrió nada parecido. Y aunque en los últimos años en Estados Unidos han tenido lugar ciertas reconfiguraciones de la lucha política, no son las mencionadas. Trump y Mamdani, conservando más bien las viejas divisiones, son, en sí mismos, productos de estos procesos, no profetas de “algo novedoso”.
En lo más básico, la cordialidad del encuentro se entiende como el despliegue de la “política 101”: cada una de las partes cedió algo para obtener algo a cambio. A Mamdani le urgía obtener el reverso del envío de la Guardia Nacional a Nueva York y asegurarse el financiamiento federal para poder arrancar con su proyecto de “socialismo pragmático” centrado en la asequibilidad (t.ly/wCWKs); a Trump, mejorar su imagen en compañía de un “ganador”, el único tipo de gente que le gusta, sin importar los signos políticos.
Aunque ambos aprovecharon la ocasión para diferenciarse de los establishments de sus partidos −Trump, en efecto, ha sido más amable con Mamdani que la mayoría de los demócratas y los republicanos que rutinariamente, por su parte, lo pintan de “yihadista”−, el nuevo-viejo presidente de Estados Unidos, por si hace falta decirlo, no es “antiélite”, sino el mero representante de una parte de ella.
Lo único en lo que realmente coinciden es su origen neoyorquino, algo que les sirvió como plataforma para el encuentro. Ambos comprenden también que la mayoría de los estadunidenses están cansados del statu quo, pero mientras Trump explota estos sentimientos para sus fines electorales y los traslada al campo simbólico: la identidad nacional, el agravio cultural, etcétera, el programa de Mamdani está centrado en la transformación concreta de las condiciones de vida de la gente común.
Pensar que “hay coincidencias”, más allá de la cordialidad, entre un representante del “socialismo municipal” −una corriente con larga tradición en Estados Unidos (t.ly/ZdmOt)− y un vendedor estafador de bienes raíces, propietario inmobiliario multimillonario e hijo de un slumlord que hizo su fortuna exprimiendo las rentas de sus arrendatarios −otra, shall we add, “gran tradición” estadunidense− y además un político que corteja a los oligarcas y los empresarios, construye un lujoso salón de baile y se enriquece a sí mismo y a su familia es no entender nada de la política (y del capitalismo).
Y si el punto de la supuesta “afinidad” es que “ambos usan y/o quieren usar al Estado” −la acusación que, desde otro ángulo, ha hecho The Washington Post (t.ly/wO6FJ)−, Trump lo utiliza (bueno, las partes que le sirven, mientras las demás las condena a recortes) para multiplicar su riqueza y la de la clase capitalista, no para defender a los de “abajo”. Para Mamdani, en cambio, es un medio para ampliar los derechos y la provisión pública y ya sólo esto los ubica bien en los antípodas del espectro político (t.ly/yeWSm).
De allí, lo único que confirmó dicha reunión no es “la viabilidad de una coalición populista”, sino el vacío del término mismo: una forma deliberadamente mistificadora divisada por las ideologías neoliberales para crear una amalgama entre la extrema derecha y la izquierda en general –“los extremos que se tocan”, “amenaza rojiparda”, etcétera−, ambos opuestos a las “razonables políticas del centro liberal” (Enzo Traverso). El “populismo” es así, en sí mismo, una herramienta para ir borrando las líneas “derecha-izquierda”, no algo sobre lo que se puede edificar una nueva política “más allá de las divisiones”.
Como argumentan Dylan Riley y Robert Brenner, con la vuelta del siglo −algo más visible en Estados Unidos− hemos observado el auge del “capitalismo político”, una nueva forma de acumulación caracterizada por la penetración de las esferas del poder mediante las dinámicas autoritarias por parte de los capitalistas con tal de asegurarse los beneficios en un periodo de prolongada desaceleración y falta de crecimiento económico (t.ly/DRUvM).
Dado que en ausencia del crecimiento ningún partido puede ofrecer un programa capaz de mantener mayoría electoral, el resultado es la nueva configuración de la lucha política (t.ly/aeeS2). No es que las viejas divisiones desaparecen, sino que, en este escenario, la clase trabajadora, fragmentándose así, se organiza también sobre las bases “adicionales” (nativistas, etcétera) a los intereses de clase. Trump, con su “bonapartismo regresivo” −no “fascismo”−, es un quintaesencial producto (y beneficiario) de esta mutación. Este es también el contexto del auge de Mamdani −después de que los propios demócratas destruyeran la anterior corriente socialista de Bernie Sanders−, cosa que no los hace “aliados”, sino dos partes contendientes en la actual realidad político-económica.











