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Adviento a la puerta
E

l próximo domingo inicia el Adviento. Éste consta de cuatro domingos previos al día de Navidad, que es el 25 de diciembre. El Adviento es la temporada en la que se prepara el advenimiento, la llegada de lo que en el Evangelio de Juan se llama la encarnación del Verbo, es decir, Jesús.

En tanto que los evangelistas Mateo y Lucas ofrecen información sobre la extensa genealogía de Jesús, las condiciones de su nacimiento y las reacciones de distintos grupos y personas frente al acontecimiento, Juan es prolífico en el significado teológico de la encarnación y a lo largo de su Evangelio describe detalladamente cómo fue la vida de quien “habitó entre nosotros” (1:14, Biblia del Peregrino).

Es contrastante la imagen juanina con la parafernalia que se desata cada inicio de diciembre y su caudal de jolgorios y comilonas. Sobre las celebraciones de Navidad, Gabriel García Márquez hizo un diagnóstico certero: “Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tantos estruendos, cornetas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales, que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2000 años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David. 954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran” (texto publicado originalmente el 24 de diciembre de 1980, Obra periodística 5, Editorial Diana, p. 64).

Las tinieblas se disipan con la más pequeña luz. Inicia el Adviento y una de sus imágenes es la luz. Por ello entre las porciones de la Biblia más citadas en la temporada está el anuncio mesiánico de Isaías: “El pueblo que andaba en la oscuridad ha visto una gran luz; sobre los que vivían en densas tinieblas la luz ha resplandecido” (9:2, Nueva Versión Internacional).

El de la luz es un tema que recorre toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. A tono con el anuncio lumínico del profeta Isaías, Zacarías, padre de Juan el Bautista, afirmaba que el ministerio de su hijo sería proclamar que “la misericordia entrañable de nuestro Dios nos trae de lo alto un nuevo amanecer para llenar de luz a los que viven en oscuridad y sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por caminos de paz” (Lucas 1:78-79, La Palabra).

En el bello e inagotable capítulo primero del Evangelio de Juan se presenta al Logos (el Verbo) como una luz en toda su intensidad, que alumbra lo más recóndito y antes devorado por la más cerrada oscuridad: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla […] Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo” (versículos 4-5 y 9, NVI).

Sobreponiéndonos al despelote celebratorio al que aludió Gabriel García Márquez, tal vez sea posible reflexionar en la encarnación de Jesús como acto amoroso y solidario, la manifestación de la misericordia y compasión por la humanidad lacerada y desesperanzada. La identificación plena con la condición de los seres humanos hizo necesario, e imprescindible, que Jesús el Cristo se acuerpara en la fragilidad de un bebé nacido en circunstancias de marginación y desamparo. Fue dado a luz como migrante, su madre “lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada” (Lucas 2:7, NVI).

La modélica misericordia/compasión de Jesús como Verbo humanado, leemos en Lucas 1:79, es para “guiar nuestros pasos por la senda de la paz” ( NVI). La encarnación desde la vulnerabilidad del niño yacido en el pesebre nos hace un llamado para dejar los caminos violentos y construir veredas de paz. Es una convocatoria insólita en un mundo que idolatra la violencia. Jesús, desde la óptica bíblica, en la encarnación, trastocó la normalidad de las tinieblas con la luz que comenzó a irradiar en el establo de una aldea en los confines del imperio romano. La salvación llegaba desde la periferia, no desde el centro del poder, mediante la ternura encarnada y como antítesis del dominio opresor.

Que cada quien celebre como quiera, o no celebre, la temporada por venir. Una posibilidad de ir más allá de los ánimos fiesteros es mirar con detenimiento lo que pasó en un establo. El hecho lo describió C. S. Lewis, autor de Las crónicas de Narnia, en pocas y contundentes palabras: “Hubo una vez en el mundo un pesebre, y en ese pesebre algo más grande que todo el mundo”.

En el Adviento, la debilidad humana encuentra el renacimiento de la vida, la luz se acrecienta y eclipsa el poder de la oscuridad que nos mantiene cegados. Así sucedió con Bartimeo quien, cuenta el evangelista Marcos, deambulaba en densas tinieblas porque era ciego. Él caminaba tanteando veredas, clamaba y mendigaba por ayuda “junto al camino”. Pidió a Jesús que le devolviera la vista, sucedió que sus ojos muertos fueron llenados de vida y luz, entonces él siguió “a Jesús en el camino” (Marcos 10:46-52, Reina-Valera, 1960).