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Trump: articulación injerencista
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uando reporteros le preguntaron si extendería a México su campaña de bombardeos y ejecuciones extrajudiciales en altamar, el presidente Donald Trump dijo que “le sentaría bien” y que hará lo que sea necesario para detener el tráfico de drogas. Sin embargo, se negó a responder si requiere autorización del gobierno mexicano para lanzar tales ataques, limitándose a afirmar que “ha estado hablando con México” y que sus homólogos conocen su postura al respecto. El magnate cerró su conferencia de prensa con una declaración de su descontento hacia nuestro país.

El exabrupto de ayer supone la enésima provocación del doble discurso de la administración republicana hacia México desde el regreso de Trump a la Casa Blanca en enero pasado. El mandatario, seguido de sus funcionarios, se dedican a elogiar el entendimiento y la cooperación bilateral un día para, al siguiente o unas horas después, emprender agresiones, extorsiones, chantajes y amenazas fuera de lugar en las relaciones entre estados soberanos.

En este juego, Washington parece dar por descontado que México no puede hacer nada contra el matonismo verbal de los trumpistas ni permitirse una ruptura de vínculos con su principal socio comercial y residencia de millones de mexicanos y sus descendientes, cuyos derechos deben ser cuidados por una red consular cuya existencia depende de mantener los lazos diplomáticos, incluso en los contextos más adversos. El peligro de este escenario es que el temple y la prudencia de las autoridades mexicanas sean malinterpretadas por el magnate como una señal de debilidad y una invitación a pasar de los dichos a los hechos en su afán intervencionista.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha reaccionado ante los amagos trumpistas con temple y buen juicio. Ha rehuido caer en los garlitos de nuestro vecino del norte. Ha puesto por delante nuestra soberanía e independencia. Esos son los valores que hay que reivindicar hoy ante el más reciente embate de injerencismo estadunidense.