Opinión
Ver día anteriorViernes 14 de noviembre de 2025Ediciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Las izquierdas contra las autonomías
L

a expansión de las autonomías latinoamericanas no se detiene y se profundiza en muchos países de la región, particularmente entre pueblos originarios amazónicos en Brasil y en Perú, pero también entre garífunas en Honduras y lentamente entre pueblos negros y campesinos.

En una reciente visita a Lima pude comprobar, en diversos intercambios con personas que trabajan con los gobiernos territoriales autónomos en la Amazonia, el grado de consolidación de estos procesos que comenzaron hacia 2015, tiempo corto, pero se remontan a varias décadas atrás.

En el caso del Perú, un parteaguas fue el Baguazo de 2009, cuando los pueblos awajún y wampis enfrentaron por las bravas al Estado que pretendía privatizar bienes comunes. Un masivo corte de carreteras se zanjó con decenas de muertos durante la represión desde helicópteros artillados que ametrallaron a los combatientes amazónicos.

La masacre de Baguá del 5 de junio de 2009 fue un venganza del Estado ante la primera derrota que le infligieron los pueblos, porque no estaba dispuesto a aceptar que no había podido doblegarlos.

A partir de ese momento, los pueblos de la región norte de la Amazonia comprendieron que la vieja cultura política de movilizarse para negociar con el gobierno ya no daba resultados y que debían emprender otros rumbos.

Seis años después, en 2015, nace el Gobierno Territorial Autónomo de la Nación Wampis, en lo que varios analistas consideran un viraje histórico ya que por primera vez un pueblo se apartaba de la “lógica sindical” de movilizarse para negociar.

Diez años después, ya son nueve pueblos de esa región que han declarado su autonomía, mientras otros seis pueblos de la selva central (entre ellos los asháninkas, la nación más numerosa) declararon también su autonomía.

En total suman 15 procesos de autonomía que no sólo van construyendo sus gobiernos y sus modos de vida propios, sino creando también autodefensas colectivas sostenidas por las comunidades.

En 2024 la Aidesep (Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana), que agrupa 2 mil 400 comunidades, toma la decisión en un encuentro nacional, de que el camino autonómico es que el seguirán los 51 pueblos amazónicos, cada uno con sus propios tiempos.

De este modo, en muy pocos años tenemos un viraje de larga duración que está llamado a tener hondas repercusiones en la región y probablemente en todo el país.

Un tema central es que algunos pueblos andinos, particularmente aymaras, están debatiendo también qué caminos tomar ante la imposibilidad de seguir dialogando con el gobierno de Lima, que tres años atrás respondió a la movilización andina con una brutal represión que causó por lo menos 50 muertos.

Cerrado el camino que los andinos vienen recorriendo desde siempre, están debatiendo cómo seguir luchando.

En este punto, es bueno recordar un proceso en el que participó Hugo Blanco, dirigente campesino quechua de la Confederación Campesina del Perú (CCP).

Luego de los sucesos de Baguá, la organización andina que resistía la minería, Conacami (Confederación Nacional de Comunidades del Perú Afectadas por la Minería), comenzó a debatir si permanecer en su definición clasista de campesinos o si transitar también hacia la identidad indígena, con la que se identifican casi todas esas comunidades andinas integradas por quechuas, aymaras y chancas.

La izquierda peruana reaccionó de forma virulenta para bloquear esos debates y cortar el proceso, amenazando a la organización de coartar sus fuentes de financiamiento, ya que tenía influencia en las principales organizaciones no gubernamentales (ONG) que la apoyaban.

De ese modo tan ruin, un proceso que podría haber desembocado en la unidad de amazónicos y andinos fue interrumpido, aunque a raíz de ello Conacami entró en una crisis de la que ya no se pudo recuperar.

El relato que escuché en Lima sugiere algunas reflexiones.

La primera, es cómo las izquierdas no pueden ni quieren superar su racismo, su mirada eurocéntrica de los conflictos sociales, y además siguen considerando a los pueblos originarios como menores de dad a los que deben apadrinar y conducir. No es algo extraño, por cierto, pero a estas alturas provoca indignación y rabia.

La segunda, es que su opción por la definición clasista la realizan sin escuchar, sin atender las razones de los pueblos, pero por algo más: saben cómo manejarse en el terreno clasista, pero se pierden en cuanto se ingresa a la cuestión indígena, porque no dominan sus modos, ni entienden sus lenguas, ni saben de sus historias.

Podría agregarse que su eurocentrismo les hace estar más familiarizados con la dinámica de clases (y de tomar del poder estatal) que con la de pueblos (y la construcción de poderes otros).

Por último, la izquierda hegemónica es profundamente capitalista en algo que ni siquiera es capaz de ver: le apuestan a la unidad, a la hegemonía y a la homogeneización de los sujetos colectivos; sin embargo, recelan hondamente de la diversidad, porque no pueden controlarla. Grave, pero enteramente cierto.