uchos años después, cuando leí las historias breves de Cartucho, de Nellie Campobello, recordé a mi abuela cuando me contaba de los colgados envueltos entre nubes de polvo y de moscas que miró de niña.
Octavio Paz consideraba a Martín Luis Guzmán el mejor novelista de la Revolución Mexicana. Más aún, lo consideraba el mejor novelista que habíamos tenido.
Pensé lo mismo mucho tiempo hasta que leí Cartucho. El libro de una escritora cuyas escenas, a decir de Elena Poniatowska, “las describe a fogonazos, como si estuviera disparando un rifle en la batalla. Son directas, brutales, estremecedoras y, sin embargo, su lenguaje crudo, de carne y de sangre derramada, tiene mucho de la terrible inocencia de los niños que se ponen a decir verdades como puñetazos”.
Campobello misma confirma lo dicho por Poniatowska en una entrevista con Emmanuel Carballo en 1960: “me sobra imaginación de novelista; todo lo convierto en imágenes”. En sus libros, dijo, “casi no uso adjetivos. Estos los emplean los maestros, no las escritoras sencillas, como yo. Mi literatura es de sustantivos y de verbos”.
Por su calidad, sorprende que escribiera Cartucho no como proyecto literario, sino “para vengar una injuria”. Las novelas sobre el movimiento armado “están repletas de mentiras contra los hombres de la Revolución; principalmente, contra Francisco Villa. Escribí en este libro lo que me consta del villismo, no lo que me han contado. Esa es la venganza”.
Campobello detalló el porqué con Emanuel Carballo: “Mariano Azuela contó en sus novelas puras mentiras. Como un mal actor sobreactuó en lo que dijo sobre la Revolución”. El testimonio de Vasconcelos le pareció “endeble; es sólo un desahogo”. El único aceptable fue, para ella, Martín Luis Guzmán, “el mejor escritor de la Revolución”.
Debo aclarar que la “venganza” a la que dio lugar la escritura de Cartucho fue fortuita. En su visita por La Habana, donde conoció a Federico García Lorca, apunta Josebe Martínez, Nellie también conoció a José Antonio Fernández de Castro.
Éste repetía “las mismas calumnias y mentiras” sobre la Revolución Mexicana. Por esa razón, mientras Fernández de Castro convalecía en un hospital, cuando lo visitaba escribía en una libreta la verdad histórica”, que conocía del movimiento armado para leérselo. “Hechos trágicos, vistos por mis ojos de niña”.
La primera edición de esas notas, con el título Cartucho, fueron publicadas por Ediciones Integrales el 13 de octubre de 1931. Cuidó la edición el poeta estridentista Germán List Arzubide, quien, junto con Manuel Maples Arce, habían convertido esa ciudad en centro de operaciones de su movimiento vanguardista. Un dibujo de Leopoldo Méndez ilustró la portada.
Dice la leyenda que Nellie Campobello fue hija de Francisco Villa. Tal vez eso nunca lo sabremos. Sabemos en cambio que este 7 de noviembre se cumplieron 125 años de su natalicio y que fue precursora del movimiento dancístico mexicano.
Ahora, que es “tiempo de mujeres” –aunque nunca se habló de mujeres en el primer informe de gobierno–; ahora que “llegaron todas”, tal vez convendría relanzar editorialmente la obra de una de las mejores prosistas en lengua castellana. Democratizar la lectura no es bajar los estándares de calidad literarios, sino compartir los mejores. No es casual que Jorge Aguilar Mora haya considerado a Campobello con Cartucho como la fundadora de una genealogía que pasaría por Pedro Páramo y llegaría a Cien años de soledad.
Un aliciente más para acercar la obra de Nellie Campobello a los jóvenes es su prosa sin cascajo, hecha estrictamente con las palabras indispensables para construir imágenes sin adjetivos.
Un día, al hablarme de Juan Soriano y de ese México que se nos fue, Elena Poniatowska me hizo imaginar a un Juan Soriano bailando sobre las mesas, caminar por la calle del Órgano, donde Cartier Bresson retrató a las prostitutas, o comiendo panuchos con Josefina Vicens, las hermanas Kostakowsky y las Campobello. También me hizo imaginarlo divertido frente a Nellie Campobello desnuda en una fuente de la Alameda diciendo que la desnudez no ofendía a nadie.
Sus últimos años de vida, Nellie Campobello vivió secuestrada en la calle de Ezequiel Montes 128 y su muerte se mantuvo en secreto hasta que localizaron sus restos en una tumba junto a otros tres cadáveres.
Tal vez sea tiempo de exhumar su obra de las pequeñas ediciones testimoniales y de las hemerotecas donde varios de sus textos aún esperan nuevos lectores.












