Recuento de los daños
Ninguna institución ha acudido a ayudarles, se quejan pobladores

Domingo 12 de octubre de 2025, p. 25
Poza Rica, Ver., Un día después de las devastadoras inundaciones en gran parte de Poza Rica, ayer comenzó para miles de habitantes de esta ciudad veracruzana la lenta y ardua tarea de remover los escombros de sus casas, hacer el recuento de las pérdidas y tratar de recomponer todo lo que la crecida del agua destruyó.
Es una labor, dicen, que ellos han tenido que hacer por su cuenta, con sus propios recursos, ante la intervención tardía o de plano nula de la Guardia Nacional, la Marina y otras instituciones de seguridad, que en las horas más complicadas de la emergencia simplemente no acudieron a ayudarlos.
En un recorrido realizado por este diario en algunas de las colonias más cercanas al río Cazones, cuyo desbordamiento provocó la inundación de la ciudad, se pudo documentar que los vecinos enfrentan los daños con mezcla de enojo, resignación y tristeza. Hay, sobre todo, mucha rabia ante las declaraciones de la gobernadora, Rocío Nahle, quien afirmó en un inicio que dicho cuerpo de agua sólo se había desbordado “ligeramente” y por el hecho de que en una foto que apareció en redes sociales asegura que se encontraba atendiendo a la población afectada, pero con los zapatos limpios.
En muchas calles pueden verse aquí y allá decenas de autos volteados sobre el toldo o en las posiciones y sitios más extraños donde la fuerza del agua los arrojó. Hay muebles, colchones y electrodomésticos por doquier, echados a perder por el agua y el lodo. Sólo las colonias más lejanas al río, situadas en las zonas más altas, se salvaron de los cortes de electricidad que afectaron a la mayor parte de la ciudad.
Aceite negro y viscoso
También, como en la colonia 27 de Septiembre, hay perros, gatos y hasta pequeñas lagartijas empapados de fango y productos de petróleo, que dejaron las casas impregnadas de un aceite negro y viscoso, cuyo fuerte olor se hace notar.
Urbano Martínez y su familia han vivido desde hace casi 50 años en ese asentamiento, y aunque las inundaciones no les son del todo ajenas –por estar a unos metros de un arroyo alimentado por el río Cazones–, no recuerdan ninguna otra de esta magnitud, ni siquiera la de 1999.
El nivel del agua se elevó tanto y tan rápido, narró, que llegó fácilmente a siete metros de altura, para alcanzar el techo del segundo piso de la casa que comparte con sus hermanas, su madre y sus sobrinos, donde una ola de agua mezclada con chapopote dañó o se llevó casi todo a su paso.
“Diez minutos para correr”
Alrededor de las 5 de la mañana del viernes, relató, las aguas subieron de manera tan abrupta, que “tuvimos un promedio de 8 a 10 minutos, ya exagerado, para salir corriendo. Si no, no lo hubiéramos logrado”.
Claudia, hermana de Urbano, también deambula por la casa y observa con desazón cómo todos los bordados que ella y su madre realizan –con figuras de flores, colibríes o jarrones– quedaron empapados e inútiles. Aunque trata de darse ánimos a sí misma diciendo que se pierde el material, pero no el conocimiento para trabajarlo, por momentos rompe a llorar de frustración y tristeza.
El tema de las personas que fallecieron o aún están desaparecidas divide opiniones. Unos dicen que oyeron de cuatro, otros de más, pero casi todos coinciden en desconfiar de las cifras del gobierno.
A falta de comida, agua o algún otro tipo de ayuda de las autoridades, pueden verse grupos de vecinos improvisando desayunos de tacos placeros. Con expresiones de alivio, celebran que van apareciendo por ahí algunos objetos que aún se pueden aprovechar: un frasco de agua micelar para limpieza facial, una bolsa de jabón en polvo, una botella grande de refresco.
Pero hay también quienes optan por enfrentar la situación de manera estoica, como Gerardo, hombre de mediana edad que, sentado en la banqueta, observa su casa con una mirada a medio camino entre el tedio y el cansancio.
Como si hablara de algo que le pasó a alguien más y no a él, cuenta que no pudo salvar casi ninguna de sus posesiones, pero que por fortuna ninguno de sus familiares resultó lastimado, y logró poner a salvo a sus tres perros. Dice, también, que ya no tiene miedo de una crecida más de las aguas.
Para Ruth Verónica Cruz, el nivel de naturalización del riesgo al saber que habitan una zona que antes estaba cubierta por el río ha llevado a muchos vecinos a no hacer caso de las alertas por inundaciones. “Es como siempre: sube el nivel, va subiendo y la verdad, hacemos caso omiso”, admite la mujer, quien pide la intervención de las autoridades para limpiar las calles y ayudar a la remoción de escombros.
En el fraccionamiento Los Laureles, también cercano al río Cazones, Miguel Ángel Trejo dice que si el gobierno local sabe que esta zona es de riesgo, ya debería tener planes de contingencia, pero éstos siguen sin diseñarse.