rán, un grupo armado irregular, un país sudamericano, Centroamérica y un río de cocaína articulando todo lo anterior: con estos elementos, una nota divulgada hace unos días por Fox News busca explicar por qué Donald Trump ordenó destripar a un número incierto de desdichados que viajaban en una lancha, en un punto ignoto del Caribe, sabrá Dios de dónde a dónde y a saber con qué propósito.
La fábula, firmada por Efrat Lachter, hilvana declaraciones de la portavoz del Departamento de Estado, Anna Kelly, de un agente retirado de la DEA de nombre Brian Townsend y de Danny Citrinowicz, “investigador del Instituto de Israel de Seguridad Nacional”, para argumentar que el crimen perpetrado por las fuerzas militares estadunidenses fue “la más reciente jugada de una campaña mayor para desmantelar el creciente narcoimperio de Hezbollah en Venezuela” (https://is.gd/3Dlme9).
Se adjunta un video en el que Marco Rubio truena contra el “narcoterrorismo”, un general retirado con cara de mala persona dice que “debemos ser consistentes en ese empeño” y la opositora venezolana María Corina Machado se relame los labios fantaseando con la caída en cadena de los gobiernos de su país, de Cuba y de Nicaragua.
O sea: la resistencia chiíta libanesa “se ha vuelto financiadora y lavadora de dinero de grupos narcoterroristas como el Tren de Aragua”, que es la conexión entre Irán y “la diáspora chiíta en Centro y Sudamérica” y que esto la convierte en un factor indispensable para “la estrategia de Irán en el hemisferio occidental”.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, por su parte, le permite a Hezbollah operar en Venezuela “sin ser perseguido”, de lo cual el mandatario y sus amigos “se benefician financieramente”.
El “cártel de los Soles”, afirma una de las voces citadas, “compuesto por militares de alto rango, gestiona y protege” los “cargamentos masivos de cocaína”. “¿Y quién blanquea todo este dinero del narcotráfico? Hezbollah”.
El batiburrillo amontona alegremente acusaciones sin ofrecer una sola prueba; parece una mera enumeración de enemigos diabólicos que, por serlo, han de estar necesariamente conectados entre sí. Pero esta asociación entre tráfico de cocaína, Irán, movimientos armados y Sudamérica lo lleva a uno a recordar que sí, que algo así ha existido en la realidad.
Ocurrió en los años 80 del siglo pasado, cuando el gobierno de Ronald Reagan, por medio de la CIA y del Departamento de Estado, organizó un sofisticado esquema de tráfico de drogas –sí, de cocaína– de Colombia a Estados Unidos, pasando por territorio mexicano y otro de venta de armas al archienemigo gobierno de la República Islámica, todo ello con el propósito de obtener fondos con los cuales comprar armas para entregarlas a los grupos de la contra nicaragüense que, por ese entonces, trataban de derrocar al gobierno sandinista de Nicaragua.
Fue un atajo muy astuto para burlar la prohibición del Congreso –la llamada Enmienda Bolland– de dar asistencia a los contrarrevolucionarios.
Esto último no es una mera aglomeración de paranoias: la vertiente del suministro de armas a Irán fue ampliamente documentado en el reporte final elaborado por la Corte de Apelaciones del Distrito de Columbia (https://is.gd/ShB4Rv). Las operaciones de narcotráfico fueron probadas por el reportero del San Jose Mercury News, quien fue misteriosamente asesinado tras la divulgación de su reportaje (https://is.gd/sP1zXY).
Y aunque sus conclusiones fueron desmentidas con sacrosanta indignación por medios mainstream ( Los Angeles Times, The New York Times y The Washington Post), a la postre, la propia CIA acabó reconociendo que “pasó por alto” las actividades de la contra en el tráfico de cocaína y crack (https://is.gd/TNt67b) (https://is.gd/KMh1Z2) y que en ocasiones disuadió a la DEA de investigarlas.
Según algunos, esa “disuasión” llegó a tanto como el asesinato del agente de la DEA Enrique Kiki Camarena Salazar, perpetrado en Guadalajara en febrero de 1985 (https://is.gd/KzBSMF) (https://is.gd/RLplc3), no necesariamente por Rafael Caro Quintero y Ernesto Don Neto Fonseca, sino acaso por el cubano anticastrista Félix Ismael Rodríguez, quien trabajaba para la CIA.
Dice una definición de proyección: “Para la sicología, la proyección representa un mecanismo de defensa que tiene lugar cuando las emociones atraviesan etapas conflictivas, sea por causas internas o externas, y consiste en adjudicar a otros individuos o incluso cosas el propio sentir, las ideas o reacciones que no se puedan aceptar, dado que al intentar sentirse identificado con ellas se sufre un estado de muchísima ansiedad que provoca rechazo, como si de un órgano incompatible se tratara” (https://is.gd/2zZGPx). Aplica también para medios de (des)información y para países.