Opinión
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Isocronías

Melquiades, fabulador

R

elatos, estampas, viñetas, fábulas, minicuentos… ¿Cómo reunir en una palabra la a la vez desbordada y contenida imaginación narradora de Melquiades Durán Carvajal, que en pocos pero seguros trazos, bien calculados, da cuenta en ocasiones de mundos abigarrados, de situaciones paradójicas, de pasajes incluso de terror? Barroco austero dan ganas de llamarle, o bien, violentando de plano el oxímoron, tacaño generoso. Texticulario, que desde el título anuncia el recurso al ingenio, es una suerte de cinito escrito, un álbum de sorpresas nada exentas de humor, incluido el negro, ni ciertamente, aunque no tanto, de afán aleccionador. Teatro de títeres, de pronto pienso; da la impresión, y en esto la mesura o mensura de los textos tendrá que ver, de que sus personajes son movidos por hilos a la par que invisibles, válgaseme la expresión, evidentes, casi flagrantes, de modo que el autor –la voluntad de autor, pero él lo sabe, más bien lo asume– no siempre queda fuera de la escena, las escenas. El autor no se esconde: se deja, se hace, bien que irónico, ver, notar, en especial cuando el texto se desliza hacia el chiste o, lo que es más frecuente, hacia el final inesperado.

De Zapotlán, Jalisco, maquetado me llegó el libro que motivó la notita de arriba y que “hecho a mano” en breve aparecerá bajo el sello editorial Cartonera Ateneo Tzapotlatena, a cargo de Carlos Axel Flores y Elba Ventura, quienes con el narrador nos autorizan a incluir aquí una muestra de adelanto, La abuela:

“Hombre y mujer rodaban por el suelo. La batalla era encarnizada y desigual en aquel paraje apartado de la sierra.

“Minutos después, el atacante se enderezó con el rostro contorsionado por el dolor. Trepó como pudo a su caballo y se fue haciendo pequeño en la distancia. La mujer se acomodó la ropa desgarrada y sucia, se levantó y tomó el camino contrario al de su atacante, llevaba el rostro ensalivado y las piernas mojadas.

“–Fue Amada Cervantes –alcanzó a pujar Gregorio, antes de caer de la montura. Los hombres vieron con asombro el cuerpo ensangrentado del patrón, que apretaba los dientes con rabia, sin soltar la cacha del verduguillo clavado en su vientre. Lo último que vieron sus ojos fue una parvada de zopilotes dando vueltas en lo alto del cielo.

“Amada dio a luz en prisión. Diez años después, abandonó la cárcel con un tatuaje en el alma y llevando de la mano al niño que sería mi padre.”