os avances en la política y realizaciones internas en México están, comprensivamente, en orden. Sobre todo, si se atiende al poco tiempo transcurrido desde que este gobierno tomó posesión. El modelo introducido por el anterior presidente ha dado respuestas deseadas y prometidas. El sorprendente apoyo popular a la presidenta Claudia Sheinbaum reafirma la aceptación de lo que viene ocurriendo en el país; donde, además, inciden de manera profunda los hallazgos difundidos por el Inegi (los 13.4 millones de pobres que recién salieron de la pobreza), al tiempo que también se conoce el avance en las mediciones de la igualdad social. Indicadores que apuntan, con claridad, la disminución notable registrada por el índice de Gini. En este aspecto, sólo Canadá es menos desigual que México. El resto de países del continente son más desiguales. Un asunto renovador, dada la fama de haber sido uno de los países más aquejados por este mal.
A estos logros, dignos de ser destacados, una y otra vez, se deben añadir otros aspectos que inciden en el bienestar nacional. El control inflacionario es un punto destacable por sus repercusiones en la tranquilidad colectiva y el bienestar personal y familiar. Otros indicadores podrán comentarse en artículos posteriores, pero la estructura, labrada con fuerza y visión justiciera, sostiene y legitima las acciones desarrolladas.
En cambio, en lo externo, más allá de los eficaces tratos con Estados Unidos, que cuentan por buena parte de continua movilidad, no se vislumbra una postura estratégica en este reacomodo y renovación de la geopolítica. Varios acontecimientos de última factura irrumpieron en el ámbito internacional afectando lo hasta hoy establecido. La reunión de Tianjin, en China, coronó la magnitud de los cambios ocurridos. Además de la presencia, en esa ciudad, de las decenas de líderes de distintos países, un trío de ellos, provenientes de India, Rusia y China, destacó sorpresivamente. La inesperada presencia de Narendra Modi, primer ministro indio, puso el alto contraste con los arrestos arbitrarios de Donald Trump. China completó el significativo cuadro con la celebración por su triunfo, hace 80 años, sobre el fascista invasor japonés, destacando en un desfile su moderno músculo militar, uno de inevitable trascendencia mundial. Las innovaciones armamentistas del disciplinado ejército chino impactaron a todos los observadores. El presidente Trump reaccionó de inmediato y se refirió a la pérdida de India para los intereses estadunidenses. Y, una vez más, la indiscreta ausencia europea anuncia su incapacidad para incidir en la actual integración de los nuevos acomodos de poder.
El mismo concepto “Occidente”, al cual se alega pertenecer, deberá sufrir adecuaciones profundas y, por tanto, la misma inclusión de México habrá de repensarse. Muchos siglos de dominio colonial sustentan la conformación de lo que hoy se conoce como Occidente. Ese denso territorio, etéreo pero actuante, asumía la creación civilizatoria como insignia propia y superior. El eurocentrismo se extendió para dar cabida a la nueva potencia emergente, el nuevo líder de Occidente: Estados Unidos de América. En verdad, ahí cabían solamente algunas naciones poderosas: Francia, Inglaterra, Alemania e Italia. Luego se uniría a Estados Unidos y Canadá, además de aliados laterales como Japón, Corea del Sur, Australia o Nueva Zelanda. Los países adicionales, ahora llamados del Sur global (antes bárbaros para los europeos), africanos, asiáticos o latinoamericanos, ocupaban lugares arrendados, temporales, secundarios, si no es que prescindibles. En el centro del conjunto y mando, se aceptó la prevalencia y dominio, casi indiscutido, de Estados Unidos. Por tanto, adherirse a este grupo ha sido para México un destino autoimpuesto, marcado por multiformes intereses, cultura, ambición e implícita postura estratégica incluida. Hoy, que el centro gravitacional mundial ya no se define o conforma con esta corta visión del mundo, habrá que pensar y diseñar las formas de situarse y moverse en las nuevas realidades. Sobre todo, a partir de la poca confiabilidad que ya define a Estados Unidos por sus decadentes impulsos imperiales. La arbitraria imposición de múltiples castigos arancelarios urgen al autónomo diseño de una estrategia soberana, de colaboración, que evite la dependencia, al tiempo que se emprenden activos acercamientos –comerciales, culturales, tecnológicos– con las nuevas formaciones de poder alterno.
Durante los últimos 40 o más años se ha invertido buena parte de la energía nacional en buscar integrarse, lo más extensamente posible, con Norteamérica. La geografía lo destaca y sitúa, tornándose ineludible realidad. Pero la aparición de otros centros de poder mundial hacen necesaria y hasta indispensable adaptar las propias prioridades, seguridades y movimientos, establecer así el marco conceptual de guía, que integre intereses y futuros dentro del desarrollo de la nueva política exterior.