Política
Ver día anteriorLunes 8 de septiembre de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Nosotros ya no somos los mismos

Dudas por columna sobre el match boxístico // Vítores y dramas // Verdades y mentiras de la prensa sobre Noroña // Reseña futura de Alito

Foto
▲ José Gerardo Fernández Noroña nació en el DF en 1960. No encontré datos sobre sus estudios elementales y preparatorios, pero sí que obtuvo el título en sociología en la UAM. Su militancia política siempre lo ha definido como hombre de izquierda; además no se le conoce, pese a su carácter belicoso, ninguna deslealtad a la causa que profesa.Foto Germán Canseco
A

penas comencé a expresar mi imparcial reseña sobre el match boxístico del sexenio, efectuado hace unos días en la arena ahora conocida como La resiliencia y a veces como sede del H Congreso de la Unión, cuando ya las porras de ambos protagonistas estaban presentando sus dudas sobre mi escrito. Esta celeridad (que suele ser frecuente cada semana) no dejó de sorprenderme, pues apenas estaba comenzando a referirme a datos muy conocidos de uno de los protagonistas y ya tenía yo vítores, r é clames y expresiones dubitativas. Impertérrito, continúo.

José Gerardo Fernández Noroña nació en el DF en 1960, o sea que es mexicano de 65 años. No encontré datos sobre dónde inició sus estudios elementales y preparatorios, pero sí que obtuvo el título de licenciado en sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana plantel Azcapotzalco. También, que escribió un libro titulado La Casa Blanca, supongo a qué se refiere, pero no lo he tenido en mis manos. Su militancia política siempre lo ha definido no sólo como un hombre de izquierda, sino que además no se le conoce, pese a su carácter belicoso, tumultuoso, alborotador, ninguna defección, o sea deslealtad a la causa que profesa. La prensa de siempre y los comentaristas radiotelevisivos, cuya opinión y verba serán cotidianas mientras el subsidio exista, han publicado a pasto, verdades y mentiras del senador Noroña, con el mismo empeño que ocultan la turbia vida de sus cófrades, cómplices y, por supuesto, patrocinadores y accionistas. No voy a perder mi espacio repitiendo las ya muy desgastadas (de tanto refrito), referencias a la personalidad y comportamientos del senador Noroña. Me concreto a decir que muchos de ellos no son mi estilo personal de hacer política, ni siquiera en los límites extremos de una fuerte posición protestataria en la que, durante mis primeros 80 años de vida, participé. Con la paz interior y sobre todo exterior, que me da el instituto jurídico conocido como “prescripción” (que estipula que al finar el transcurso del tiempo que tiene el Estado para la investigación de un delito, pierde la autoridad legal de investigarlo y sancionarlo), platicaré en cualquier momento con ustedes mis violaciones (ya prescritas) al Código Penal, aclarando que en ninguna de ellas hubo el menor daño a persona o bien público/privado, (solamente a funcionarios públicos que se lo merecían).

Volvamos con Noroña, y no se desesperen: Alito (sin H, ni acento), también es merecedor de su propia reseña. Desde que la historia de Noroña es rastreable, no se le conoce ninguna acción notable de beneficio colectivo. Tampoco fue catequista, boy scout, Testigo de Jehová o miembro de la ACJM (Acción Católica de la Juventud Mexicana). Como compensación, no militó en el Muro ni en el Yunque. No fue miembro de la AJEF (masones chiquitos). Tampoco se inscribió de voluntario en una causa noble como donador de sangre o de cabo en las selvas de Acteal. Ya como profesionista, decidió por la izquierda, a la que (salvo pequeños desvaríos), siempre le ha sido fiel. Suele decirse que la guerra llega cuando la política falla. No conozco testimonio de una acción de Noroña que haya sido precedida por sesiones de conversas, alegatos, intercambio de puntos de vista (irreconciliables, seguramente), expuestos y discutidos, pero, sometidos a consenso. Noroña actúa igualmente que el Mesías, pero Aquél era quien era: representante de Dios padre y, accionista en una tercera parte, del poder celestial. Noroña, a cambio de uno de los aciertos que tiene (y hay que reconocerlos) impide acuerdos, no por falta de razón, sino de exceso de innecesaria agresividad: mezcla válidos argumentos con innecesarios adjetivos, que obligan a los adversarios a disputar. Noroña siempre empieza al revés: primero descalifica y arremete y luego propone. Él no es un político, sino un excelente y aún indispensable en ciertos momentos, activista provocador. En la arena política no hay otro igual, con un vocabulario mínimo, trasmite y enciende a sus auditorios. Un militante así no lo tiene ningún otro partido. Morena debería pulirlo y aprovecharlo, no exponerlo. Seguiremos.