a nación mexicana que nació con la Independencia fue producto de la identidad construida a partir de la fusión étnica y cultural entre las poblaciones indígenas, africanas y españolas, así como del sincretismo religioso que tuvo lugar durante la Colonia. La conquista y la Colonia se caracterizaron, desde el punto de vista de los sectores populares mayoritarios, indígenas, mestizos, afrodescendientes y las llamadas castas, por una lucha constante por mejorar sus condiciones de vida, tener una sociedad más justa y equitativa y defender su dignidad y preservar sus costumbres, sus formas de organización, sus tierras e instrumentos de trabajo, sus tradiciones y costumbres y por acabar con un régimen que los oprimía y explotaba, basado en la injusticia, la desigualdad y la exclusión.
El 16 de septiembre de 1810 estalló una revolución social de la cual nacería México. La guerra de Independencia fue una masiva revolución popular, en la que decenas de miles de indígenas, afrodescendientes, mulatos, mestizos, hombres y mujeres, engrosaron las filas insurgentes siguiendo al llamado del cura Miguel Hidalgo. Estos grupos conformaron un ejército popular de decenas de miles de combatientes que, en unos cuantos meses, hirió de muerte al régimen colonial, a la economía de la plata que en buena medida sostenía el intercambio de productos en el moderno sistema mundial que nacía, y que comenzó a desmantelar un sistema social opresivo y excluyente.
La lucha encabezada por Hidalgo y continuada por Morelos fue un movimiento libertario y justiciero; un movimiento no sólo por la independencia y la libertad, sino también para acabar con la esclavitud y los tributos, con una sociedad dividida en castas, en la que unos cuantos concentraban el poder y la riqueza, mientras la enorme mayoría vivía en la pobreza y marginación. Fue una revolución para acabar con el hambre y la injusticia. No era sólo una revolución política, para obtener la independencia de España, sino una revolución social, que buscaba establecer una sociedad más justa, libre e igualitaria.
Este contenido social y libertario se expresó desde los primeros decretos de Hidalgo de octubre, noviembre y diciembre de 1810 aboliendo la esclavitud y los tributos, así como la concentración de la tierra en pocas manos. Proclamó también que todos pudieran disfrutar de su trabajo y acabar con la opresión. Al mismo tiempo, el avance del ejército insurgente por el centro de la Nueva España estaba destruyendo los cimientos de la sociedad colonial. En las ciudades tomadas, la liberación de los presos y la destrucción de los archivos, erosionaban el sistema de justicia imperante, que favorecía a los poderosos y comenzaban a construir una justicia para los oprimidos.
Hidalgo estaba al frente de un enorme ejército con cerca de 100 mil combatientes. La mayoría era gente pobre, armada con lanzas, palos, hondas, piedras y machetes, con muy pocos caballos y armas de fuego. Estaban pobremente armados y organizados, pero su fuerza era incontenible. En las semanas siguientes al 16 de septiembre, el ejército insurgente ocupó las principales ciudades y villas del Bajío y llegó hasta las afueras de la Ciudad de México. Sin embargo, Hidalgo decidió no tomar la capital por falta de municiones y víveres, por las bajas causadas por la artillería del ejército realista, por las deserciones ocurridas y por la falta de organización de su ejército. Regresó hacia el Bajío, su base de operaciones. La llama libertaria encendida por Hidalgo se extendió a otras regiones. Hidalgo comprendió mejor que nadie el sentimiento de libertad y de justicia del pueblo que lo seguía y supo canalizarlo. Esto se expresa en el bando de abolición de la esclavitud, dado en Guadalajara el 29 de noviembre, y en el manifiesto de 15 de diciembre de 1810. En el primero expresó: Que siendo contra los clamores de la naturaleza el vender a los hombres, quedan abolidas las leyes de la esclavitud… deberán los amos, sean americanos o europeos, darles libertad dentro del término de 10 días, so pena de muerte…
Ahí ordenó la eliminación del tributo, de los estancos y autorizó la libertad de sembrar tabaco, producir pólvora y reducir las alcabalas. En el manifiesto del 15 de diciembre, propuso un congreso nacional y un nuevo tipo de gobierno en favor de los más pobres: establezcamos un congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares de este reino, que teniendo por objeto principal mantener nuestra santa religión, dicte las leyes suaves, benéficas y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo.
Ellos entonces gobernarán con la dulzura de padres, nos tratarán como a sus hermanos, desterrarán la pobreza moderando la devastación del reino y la extracción de su dinero, fomentarán las artes, se avivará la industria, haremos uso libre de las riquísimas producciones de nuestros feraces países y, a la vuelta de pocos años, disfrutarán sus habitantes de todas las delicias que el soberano autor de la naturaleza ha derramado sobre este vasto continente.
El ascenso del movimiento insurgente se detuvo. Las fuerzas realistas se reorganizaron y lo derrotaron en enero de 1811, cerca de Guadalajara. Los jefes insurgentes escaparon hacia el norte, buscando ampliar la insurgencia, pero fueron capturados y ejecutados. La primera etapa de la insurgencia concluyó con la captura y la muerte de Hidalgo, Allende, Aldama y otros líderes insurgentes. Pero la fuerza y la legitimidad de ese movimiento no terminaron con su muerte.
*Director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México