ocas cosas mantienen viva la memoria como las imágenes; hay personas que desarrollan una pasión por coleccionarlas en todos los formatos: fotografías, postales, folletos y facturas de viejos comercios. Un caso célebre fue Carlos Monsivais, cuyo acervo guarda más de 20 mil fotografías.
Hoy vamos a hablar de Carlos Villasana, otro apasionado coleccionista de imágenes; investigador iconográfico, escritor, consultor y cronista, acaba de publicar el segundo volúmen de La ciudad que ya no existe.
Los libros, editados por Planeta, muestran 180 imágenes únicas que nos transportan a momentos y lugares del pasado de la Ciudad de México, que lo mismo es un edificio emblemático, que una escena cotidiana en Chapultepec o la Lagunilla, los tranvias, los carretones que entregaban la leche fresca, calles, personajes, en fin todos los aspectos que conforman la vida de la urbe, pero vistos con una mirada especial.
En la presentación del primer volúmen, Villasana explicó: “Existen fotografías que tienen algo, esa dosis de magia que hace que uno las elija de entre las demás. Al hurgar en los cientos de fotografías que encuentro dentro de cajitas entre las chácharas de algún tianguis, descubro esos tesoros captados por algún aficionado y que por alguna circunstancia acabaron en mis manos”.
Los que aman a la Ciudad de México, particularmente el Centro Histórico, van a conocerla de otra forma, muchas imágenes les van a traer recuerdos: de su infancia o la de sus padres o abuelos. Ver como se vestían, se transportaban, se divertían y los cambios urbanos y arquitectónicos que ha tenido la urbe en los últimos dos siglos. Los libros de Villasana despiertan la nostalgia y la curiosidad.
Muchas de las imágenes son de fotógrafos famosos, como la de la Casa Boker de Guillermo Kahlo, que lo inició en el coleccionismo. Ahí se conocieron sus abuelos y eso lo llevó a buscar facturas y fotos, “trataba de imaginarme a ver si veía a mi abuelito o abuelita pasar, algo de lo que tanto platicaban. Era esa magia de recobrar el pasado familiar: a ver si me los encuentro alguna vez”.
Pero también rinde un homenaje a los “fotógrafos desconocidos” que en muchos casos tenía un increíble talento, que quizá nunca se enteraron que poseían.
Los libros, con un bello diseño, tienen el atractivo adicional de que al principio hay una guía que explica cómo conocer información de cada imagen: hay íconos que permiten reconocer los puntos de interés de cada fotografía; algunas tienen un código QR para visitar virtualmente el lugar y reconocer sus cambios y una línea de tiempo para tener una idea del año en que se tomó. Un grato extra es que muchas de las fotografías están comentadas por historiadores como Alejandro Rosas e Isabel Revuelta Poo.
¿Cómo se gesta una vocación desde la infancia? En el caso de Villasana está muy claro, en una entrevista cuenta como su interés inició desde que era niño cuando su papá, que era maestro de telesecundaria, le mandaba postales de distintas partes del país. La inquietud por recopilar este tipo de imágenes y de hacer crónica la desarrolló por los libros de su madre quien era maestra de historia.
Desde muy joven iba a la Lagunilla los domingos “a ver chácharas, a comprar cositas y a ver objetos, antigüedades, libros y fotos viejas y siempre adquirir una chacharita; de ahí era como traerte algo del pasado”.
Años después descubrió el Jardín Chávez, mejor conocido como mercado de antigüedades de la Cuauhtémoc, en la colonia Doctores. En ese lugar conoció a Bruno Newman, un coleccionista colosal, fundador del Museo del objeto del objeto Modo. El original recinto que ocupa una hermosa casona en la colonia Roma, ha incluido la colección de Villasana en varias de sus exposiciones.
También es creador de la página La Ciudad de México en el tiempo, que proporcionó el material gráfico para unas extraordinarias cápsulas que transmitió varios años Canal 11, con la conducción de Rodrigo Hidalgo.
Después de curiosear en el mercado de antigüedades de la Cuauhtémoc, aprovechamos para disfrutar el abundante bufet cotidiano de Casa Gallega, en el 166 de la misma avenida. Es difícil elegir por la gran variedad de platillos. Me decidí por el coctel de mariscos, el pecho de ternera y una probadita de paella. Dejé un pequeño lugar para el strudel de manzana. Un trío amenizó la comida.