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Ausencia de Lourdes
E

n la cúspide de una sucesión de pérdidas distintamente dolorosas, hace unos días ocurrió la muerte de la gran soprano mexicana Lourdes Ambriz (1961-2025). El primer recuerdo que tengo de ella es estrictamente personal. En el ya muy lejano año de 1991, por una improbable y bienvenida serie de coincidencias y carambolas, la Dirección General de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) me encargó preparar y conducir un sencillo trazo escénico para una puesta de la pequeña ópera Bastián y Bastiana, de Wolfgang Amadeus Mozart que habría de interpretar la Ofunam. Temerariamente, acepté, y una fría mañana de diciembre me encontré, aterrado, en el escenario de la sala Nezahualcóyotl para iniciar el cumplimiento del encargo. Mi pánico escénico se desvaneció cuando me fue presentada Lourdes como la Bastiana en turno. Los días de ensayo y concierto se volvieron veloces y ligeros gracias a esa infalible combinación de disciplina, profundidad en el canto y ligereza en el espíritu que la caracterizó a lo largo de su vida y de su carrera. Me sacó de varios baches, resolvió algunos problemas, prodigó con generosidad sus consejos e ideas, todo ello sazonado con su contagiosa risa, una risa que era tan cristalina como su voz. Junto con Jesús Suaste y Raúl Hernández, sus cómplices vocales en aquella aventura, disfrutamos a fondo el trabajo, nos divertimos mucho y el proyecto resultó exitoso. En esos días nació mi admiración indeclinable por Lourdes Ambriz, por su experta y flexible voz, por su destacada presencia escénica, por su capacidad mimética de habitar con soltura los personajes operísticos más disímiles.

Uno de los hilos conductores de su brillante carrera fue un compromiso indeclinable y auténtico (y no de dientes para afuera) con los compositores mexicanos y sus obras. Además del recuerdo de la gran cantidad de música mexicana que cantó en los escenarios, puede medirse ese compromiso con la enumeración (quizás incompleta) de los compositores nacionales cuya música grabó: Eduardo Angulo, Jesús Echevarría, Arturo González Martínez, Enrique González Medina, Rosa Guraieb, Rodolfo Halffter, Eduardo Hernández Moncada, Mario Lavista, Salvador Moreno, Gerhart Muench, Hilda Paredes, Manuel M. Ponce, Víctor Rasgado, Silvestre Revueltas, Marcela Rodríguez, Luis Antonio Rojas, José Rolón, Jorge Torres Sáenz, Eugenio Toussaint. Entre los extranjeros cuya música también registró, siempre de manera impecable, se encuentran Paul Barker, François Couperin, Antonin Dvořák, Manuel de Falla, Joseph-Hector Fiocco, Carl Heinrich Graun, Franz Liszt, Claudio Monteverdi, Friedrich Nietzsche, Luis Prado, Sergei Rajmaninov, Dmitri Shostakovich, Barbara Strozzi. Amplitud de miras y de criterio estético y, en la mejor acepción del término, un admirable eclecticismo. Este eclecticismo se reflejó en todo lo que cantó, porque cantaba todo: a lo largo de los años la escuché entonar desde música medieval hasta composiciones contemporáneas, algunas de las cuales incluso estrenó. Y en los escenarios de ópera, su rango no fue menor. La miré y escuché interpretar toda clase de personajes cabalmente humanos y telúricos, pero mi recuerdo más potente y presente es el de su magistral interpretación del fantasmal ente titular en el estreno de la espléndida ópera Aura, de Mario Lavista. Luminosa en lo vocal, etérea y elusiva en lo teatral, la Aura de Lourdes Ambriz ha quedado indeleblemente impresa en los sentidos y la mente de quienes pudimos ser testigos de ese momento singular de su vasta carrera.

Me faltaría tiempo y espacio para glosar sus numerosas colaboraciones con músicos de primera, en proyectos en los que la retroalimentación entre artistas generó un enriquecedor círculo virtuoso; me limito a mencionar aquí a Eduardo Mata y su ensamble Solistas de México, y al destacado pianista Alberto Cruzprieto, quien además fue su ángel guardián durante sus últimos meses de vida.

En retrospectiva, la carrera de Lourdes Ambriz, tanto en su vertiente presencial como en su rico legado discográfico, nos remitirá siempre a la excelencia, en claro contraste con la mezquina mediocridad que se ha generalizado en nuestro entorno, como una especie de imposición institucionalizada. Adiós, Lourdes. Gracias por cantar. Mar en calma y viaje próspero.