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El Encuentro de las Resistencias y las Rebeldías
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urante el Encuentro de Resistencias y Rebeldías: Algunas partes del todo, convocado por el EZLN, el Semillero Comandanta Ramona se convirtió en punto de reunión de una parte importante de los movimientos internacionalistas y anticapitalistas de distintas partes del mundo. Hasta allá viajaron cientos de personas de al menos 37 geografías para compartir sus experiencias de lucha. En inglés, francés, griego, turco, kurdo, alemán, tzeltal, tzotzil, hñähñu, castilla y tantas otras lenguas, el sueño compartido de un mundo donde quepan muchos mundos se fue narrando. Ahí estuvieron los colectivos griegos que contaron sus diferentes luchas con sus paliacates y sus calendarios. Una a una, las organizaciones italianas fueron platicando sus formas de resistir. Desde Galicia, el “payaso rebelde” mostró el potencial de la risa para enfrentar la barbarie: reír es bálsamo para el dolor y desafío del orden existente.

Las colectividades alemanas expusieron sus luchas y solidaridades. “Gringos” muy jóvenes narraron cómo se van organizando y haciendo crecer las grietas en el norte. Desde Nicaragua llegaron las voces que denuncian y se organizan. También desde Brasil viajaron para compartir su modo de luchar. Desde Valencia llegaron las reflexiones sobre la lucha y la solidaridad frente DANA: los desastres no son naturales, son provocados y agudizados por la acción y omisión del sistema y sus malos gobiernos. La palabra del Kurdistán no podía faltar, como tampoco lo hizo la presencia rebelde desde el Wallmapu.

Los pueblos del Congreso Nacional Indígena llevaron también sus espejos de despojo y resistencias. Desde distintos puntos del México de abajo se trasladaron decenas de experiencias en lucha: la Iztapalapa de abajo y a la izquierda, las experiencias de organización con trabajadoras sexuales, las semillas que comienzan a sembrarse en Tlatelolco, las mujeres que luchan con la Sexta, la solidaridad que se teje desde el Puerto de Veracruz, los magonistas de Baja California, los comunistas que no se rinden, no se venden y no traicionan; así como la dolorosa y potente palabra de madres y familias buscadoras. Todas las participaciones contaron siempre con la escucha activa de los pueblos zapatistas.

La palabra zapatista, a veces hablada y otras representada en obras de teatro, cobijó el anhelo común. Como es costumbre, miles de jóvenes de distintas comunidades de zapatistas se hicieron presentes para desempeñar distintas tareas: compartir la palabra de sus comunidades, actuar en las obras de teatro, cantar o declamar poesía, trabajar en el comedor… El despliegue de capacidades organizativas autogestionadas es algo sobre lo que poco se reflexiona, pero que muy pocas organizaciones logran hoy en día.

Generosos como siempre, los zapatistas no sólo brindan techo, alimentación y todo lo necesario a las personas asistentes; también comparten su palabra, su oído, su experiencia. Sea con teatro y con certeras participaciones, cuentan qué ha salido mal en su proceso, sus errores, sus contradicciones. Hacen de la autocrítica una fortaleza, y hablan de eso sin tapujo. “No nos idealicen”, dijo hace tiempo el subcomandante Moisés. Pero a diferencia de otras experiencias, los zapatistas no sólo no niegan ni ocultan sus problemas. Los exponen y también comparten la solución que van construyendo: destruir “el pirámide”, echar abajo las estructuras de gobierno que ellos mismos crearon y construir algo nuevo.

En esta nueva etapa del común y la no propiedad, los zapatistas también se empeñan en construir y compartir lo necesario para la reproducción material y cultural de la vida. En plena selva, con la solidaridad nacional e internacio-nal, con el trabajo propio, y también con la participación de comunidades no zapatistas, van construyendo un hospital. Ejemplo concreto de su apuesta por la vida: en tiempos de guerras y crimen organizado, ellos, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y sus bases de apoyo, se esmeran por construir hospitales. “Nuestra lucha es por la vida, y el mal gobierno oferta muerte como futuro”, dijeron en 1996 en la Segunda Declaración de la Selva Lacandona, pero pocos prestaron atención a la profundidad de su mensaje.

Durante los días del encuentro, los zapatistas también enseñaron a construir champas o chozas con las materias que se encuentran en el territorio: cuando acaba su tiempo de vida, todo regresa a la tierra, dicen. También enseñaron a reconocer plantas medicinales de la región y las dosis necesarias para atender ciertos males. Por si fuera poco, también compartieron un verdadero banquete para enseñar los alimentos que pueden preparar con lo que encuentran y cosechan en sus territorios: aguas de sabor, tostadas, tamales, verduras, postres y muchas otras delicias. Comparten lo que saben y lo que tienen. En el fondo muestran no sólo el avance de su organización, sino que ellos y ellas están preparados para seguir luchando por muchos años más. Porque siempre falta lo que falta.

*Sociólogo X: @RaulRomero_mx