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Nosotros ya no somos los mismos

Adiós a Rodrigo Moya // El día en que usurpé un confesionario // La bandera de Estados Unidos y la alarmista interpretación de la prensa

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▲ Estudiantes cubanos, en una imagen de 2024, ondean la bandera durante los festejos de la entrada triunfal de Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio a La Habana en 1959.Foto Ap
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omencemos por un tema que me llega, y que motivó igualmente a diversos lectores que así me lo hicieron saber. En primer lugar, quiero aclararles a éstos que, para hablar de Rodrigo Moya no soy el más indicado: lo traté realmente poco y nunca compartimos esos momentos, situaciones, acciones comunes y constantes que identifican y ligan a las personas, aunque no tengan otras muchas vivencias en común. Eso sí, nos topábamos en mítines, manifestaciones, asambleas o ceremonias. Nos daba gusto encontrarnos porque confirmábamos seguir en el mismo lado del camino y pensando igual al paso del tiempo. Durante años dejamos de vernos, sobre todo cuando él congeló temporalmente su vocación de dar una vida más a personas, acontecimientos, lugares, merced a su sensibilidad y dominio técnico de los enormes aparatos capaces de aprisionar testimonios, no de impensados futuros déjà v u, sino trozos reales esenciales de nuestra historia realmente vivida.

Una foto, entre muchas, nos provocó mayores y gratos recuerdos: el 29 de octubre de 1960, la emisión del Saturday Evening Post, una de las publicaciones más importantes de la prensa estadunidense, publicó un amplio reportaje titulado “ W ill Mexico take the Castro way?” Se trataba de un amplio análisis del álgido conflicto entre el gobierno estadunidense, que preparaba ya la invasión a la isla, que se llevaría a cabo unos meses después y… sería derrotada luego de unos cuantos días. El reportaje mencionado, suscrito por el reconocido reportero Milton Mackaye, incluye en su trabajo una fotografía de un grupo de jóvenes trepados en una camioneta de la Comisión Federal de Electricidad que estaba arreglando las líneas del alumbrado del Zócalo. En el techo del vehículo está un grupo de estudiantes, uno de ellos ondea una bandera de Estados Unidos mientras pronuncia un discurso en el que, se presupone, convoca a los miles de asistentes a incendiar el pabellón de ese país. La verdad, ésa no era la intención. Desde un mes atrás, el 13 de septiembre, día en que se honra y celebra a los cariñosamente llamados Niños Héroes, habíamos planeado realizar un acto verdaderamente epatante: izar, respetuosamente el lábaro gringo y luego irle recortando la estrella correspondiente a cada uno de los estados que nos fueron despojados en la rapiña de 1848.

La bandera durmió bajo mi colchón hasta esa noche para un final que tampoco le llegó. Cuando en mi intervención dije: “Porque a Cuba con una estrella le basta…”, la multitud comenzó a exigir ¡Quémala! ¡Quémala! Entonces, un grupo de polizontes que venían dentro de los manifestantes se lanzó contra los estudiantes que estaban aferrados a la camioneta (entre ellos el gran Toño Tenorio), que corrían por todos lados. Debo confesarlo sin rubores: fui el único que no corrió. ¡Volé! y me introduje en Catedral, y marcado como estoy, todavía me detuve a santiguarme. A la violenta entrada de mis perseguidores, pronto que me escondo en un confesionario, abro la cortinilla lateral y con voz apenas audible pronuncié: “¿Hija, ¿cuánto tiempo hace que te confesaste?” Mi sacrílega usurpación duró más de media hora y luego me fui a la universidad.

Lo que sigue de esa terrible noche, en la están involucrados Sergio Pitol, José Emilio y, por supuesto, Monsi, lo dejo para otra ocasión. Ahora finalizo: al día siguiente las portadas de los periódicos al dar una inevitable alarmista versión de lo nunca acontecido, publicaron sus fotos del momento. Poco tiempo después llegó la edición del Saturday Evening Post, en ella venía una foto, para mí, como un monumento. Pesé que era de Héctor García, uno de los grandes, muy grandes, que siempre se fijaba en mí en cualquier momento y que me regaló las mejores fotos de mi campaña electoral en la Laguna. Me dijo que no era suya. Ya lo sé, concluí: es de Rodrigo. A mi pregunta contestó riendo: “Si te va bien me vas a bien recordar”. “¿Y si no?”, pregunté.

Contesto a 65 años: Hoy, con mis dos hijas, vi las fotos, y con emoción de la buena te digo: bien y mal, pero gratitud y cariño para ti.