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Mujer inolvidable
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ace unos días paseando por la majestuosa Plaza de Santo Domingo, aprovechamos para visitar la hermosa casona donde pasó sus últimos años y falleció –el 21 de agosto de 1842– Leona Vicario. Se encuentra en el número 37 de Brasil, frente al costado del templo que bautiza la plaza.

Originalmente el predio fue parte del Palacio de la Inquisición, de triste memoria; ese tramo de la calle se llamaba De los sepulcros de Santo Domingo.

El prolífico cronista decimonónico Guillermo Prieto, platica en sus memorias que por su tamaño la casa se prestaba para dividirse en dos partes según se acostumbraba en la época; el matrimonio Quintana Roo ocupaba la parte alta y la baja la rentaban. El primer inquilino fue Antonio López de Santa Anna.

Actualmente la mansión es la sede de la Dirección de Literatura de Bellas Artes y se puede visitar.

Estas casas, además de una hacienda productora de pulque y ganado llamada Ocotepec en Apam, Hidalgo, fueron la compensación que le otorgó a Leona el Congreso del México Independiente, por los numerosos bienes que le fueron confiscados cuando se unió al movimiento insurgente, adicional a la fortuna que gastó cuando apoyaba la causa desde el grupo clandestino conocido como “Los Guadalupes”.

Leona nació en el seno de una familia opulenta, muy joven quedó huérfana y heredó una sustancial fortuna; de gran cultura, escritora y periodista –tenía que usar seudónimo porque se veía mal que una mujer realizara ese oficio–.

Cuando se descubrió su participación en el movimiento estuvo presa en el Colegio de Belén, de donde la liberó un grupo de insurgentes. Tras unos días escondida los rebeldes disfrazados de arrieros que conducían carretas y burros cargados con pulque, la sacaron de la Ciudad de México. Ahí iba Leona, con otras mujeres de pueblo, pintada como negra.

Se reunió con Andrés Quintana Roo quien ya estaba en Oaxaca con el general Morelos, los casó un cura simpatizante del movimiento y apoyaron en la redacción de los periódicos que publicaban los insurgentes y los documentos que se plasmaron en la Constitución de Apatzingan. Todo ello, huyendo de un sitio a otro porque estaban acosados por las fuerzas realistas.

Cuando detuvieron a Morelos hubo una desbandada y muchos aceptaron el indulto, pero Leona se negó. A partir de ese momento anduvo en la guerrilla a salto de mata con su marido y un grupo de independentistas; en diversos momentos estuvieron a punto de perder la vida. En todas estas peripecias Leona estaba embarazada y parió a su primera hija en una cueva.

Finalmente en 1817 fueron capturados con la niña recién nacida, el virrey les concedió el indulto y fueron confinados en la ciudad de Toluca; ahí permanecieron en total retiro hasta 1820.

En 1823, ya consumada la Independencia, se instalaron en una de las casas que le restituyeron, Leona se mantuvo activa manejando la hacienda, escribiendo en el periódico El Federalista y organizaba tertulias literarias –con su dosis de política– a las que asistían los liberales más distinguidos.

Quintana Roo fue nombrado secretario de Justicia y renunció al poco tiempo por disentir de las decisiones que tomaba el partido del general Santa Anna. A partir de 1835 y hasta su fallecimiento en 1851, permaneció como magistrado de la Suprema Corte de Justicia.

Hay que mencionar que con todo y los reconocimientos, Leona fue objeto de una descalificación misógina y vergonzante por parte de Lucas Alamán, quien escribió que había participado en el movimiento independentista por su romance con Quintana Roo.

Ella respondió con argumentos sólidos que probaban ampliamente su convicción y compromiso personal, haciendo evidente la bajeza del político conservador.

A su fallecimiento se le hicieron funerales de Estado y el gobierno de Antonio López de Santa Ana la declaró “Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria”. Ese reconocimiento se perdió en la historia; Benito Juárez, quien también lo recibió, aún es mencionado como el Benemérito.

Pero su memoria permanece y sigue siendo un modelo de los principios más elevados como la congruencia, el valor y la generosidad. Vamos al cercano salón España, en la esquina de Argentina y Luis González Obregón, a brindar por esa mujer inolvidable. Recuerden que además de la botana cotidiana, tiene una buena carta y suculentas tortas, la de pierna, imperdible.