Política
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El activismo de la inmundicia
E

n una sociedad completamente libre de prejuicios sexistas y de transfobia sería irrelevante que un mercenario del periodismo difundiera la especie de que una persona nacida con cromosomas XY hubiera optado por una identidad femenina, esto es, que fuera una mujer trans. Sería una revelación tan baladí como contar que un fulano o una fulana que nacieron con el pelo rubio se lo ha estado pintando de negro, o al revés; un chismorreo impúdico, pero irrelevante, sobre asuntos privados, más propio de un grupo de Whatsapp que de un medio informativo.

Pero Francia dista mucho de ser esa clase de sociedad desprejuiciada y cuando en 2021, una médium (Amandine Roy) y dos influencers (Natacha Rey y la estadunidense Candence Owens) divulgaron que Brigitte Macron, la esposa del presidente francés, había nacido hombre, causaron una enorme excitación en los ámbitos conspiranoicos –antivacunas, complot mundial, terraplanistas, etcétera– y en círculos internacionales de ultraderecha –los cuales secundaron y amplificaron la especie–, abrieron al mandatario y a su esposa un flanco de escarnio y burlas por demás injusto y perverso y, por supuesto, ganaron un dineral.

No era la primera vez que una insidia de esta clase se esparcía sin control por las redes sociales; lo mismo le inventaron en su momento a Michelle Obama y a la ex primera ministra neozelandesa Jacinda Ardern. Sin embargo, la manera heterodoxa en la que Emmanuel y Brigitte formaron pareja –el romance empezó cuando él era menor de edad y ella, ya cuarentona, era su profesora– facilitó la maledicencia, que actualmente se debate en una demanda por difamación en tribunales de segunda instancia y causó un daño político indudable al hombre que gobierna Francia. Él, un derechista a secas, ha perdido el apoyo de la ultraderecha, la cual se tragó el cuento de que en el Palacio del Elíseo hay una transgénero en papel de primera dama.

No es menos indecente el que algunos plumíferos y locutores mexicanos se hayan inventado que Beatriz Gutiérrez Müller, esposa de Andrés Manuel López Obrador, había adquirido la nacionalidad española y se aprestaba a habitar en una lujosa residencia en un barrio exclusivo de Madrid para acompañar a su hijo, Jesús Ernesto, quien supuestamente cursaría la carrera de Derecho en la Universidad Complutense.

En cuestión de días, el pasquín franquista ABC de España retomó la “noticia”, la lanzó al mundo y muchos de los que aquí habían mantenido distancia ante el bulo se rindieron a él, lo consideraron acreditado por semejante medio y se dedicaron a analizar las razones por las cuales la académica y su vástago habrían decidido dar ese giro en sus vidas.

Para cuando la afectada desmintió de manera categórica la insidia, ésta se había instalado en el imaginario opositor –e incluso en el de algunos que se dicen obradoristas–, gracias a su inagotable repetición en medios periodísticos considerados “serios” y “profesionales”.

No sorprenden la falta de escrúpulos y la deshonestidad intelectual de quienes, con todo y el rotundo desmentido, siguen manoseando esa historia absurda. Lo sorprendente es, en todo caso, que la oposición no haya logrado, en más de siete años, articular una estructura crítica en contra de la Cuarta Transformación y tenga que suplir esa desoladora carencia con chismes, infundios y golpes de pecho.

Por ejemplo, ahora, el Prian y sus voceros formales e informales se presentan como furibundos y sacrosantos guardianes de la austeridad republicana. En esa circunstancia, proliferan los augurios sobre una pretendida ruptura entre AMLO y la presidenta Claudia Sheinbaum de la que se quedarán con las ganas, un inminente colapso económico o –uno de sus sueños húmedos más repugnantes– una intervención formal de EU en México.

Los viejos chómpiras de García Luna acusan al actual gobierno de supuestos vínculos con el narcotráfico y los dirigentes de lo que queda del PRI represor y creador de la guerra sucia van a Washington a quejarse de imaginarias violaciones a los derechos humanos. Ante la pérdida de credibilidad de los medios tradicionales, han convertido a las redes sociales en un muladar mediante el financiamiento de granjas de trolls y de bots que no argumentan, pero cómo insultan.

Este activismo de la inmundicia pone a las personas que buscan conocer y comprender la realidad en el predicamento de tener que distinguir entre el invento y la verdad y de recurrir a mecanismos de validación para no sucumbir a los embates de un alud de desinformación cada vez más vitriólico y delirante.

El más importante de esos mecanismos es el sentido común: “No, espérate, la esposa de Macron no pudo nacer hombre, porque parió a tres hijos; no, espérate, Beatriz Gutiérrez Müller ha compartido vida y principios con AMLO y no va a volverse de la noche a la mañana contertulia madrileña de Felipe Calderón, Carlos Salinas y Enrique Peña Nieto; no, espérate, el ‘eje Teherán-Palenque’ es un embuste”. Y así. Esclarecer semejantes inventos indecentes parece agotador, pero es una de las tareas ineludibles de la transformación.