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Hiroshima y Nagasaki: 80 años
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ace 80 años el presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman, decidió atacar con bombas atómicas las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. El historiador Martin J. Sherwin y el periodista Kai Bird, en su libro Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de Robert Oppenheimer (Debate, 2023) ofrecen novedosa información sobre los frenéticos acontecimientos de 1945. El 9 de mayo Alemania se rindió. Desde ese momento científicos participantes o enterados del Proyecto Manhattan, externaron su preocupación sobre el posible empleo de La Bomba (como se le conocía entonces) contra Japón, porque ocasionaría la muerte de cientos de miles de civiles y provocaría el inicio de una peligrosa carrera armamentista nuclear. El científico húngaro Leo Szilard hizo hasta lo imposible por impedir el uso de La Bomba contra Japón. Pidió una reunión con Truman, pero fue remitido a un encuentro con James Byrnes, quien semanas después fue nombrado secretario de Estado. En la reunión, Byrnes dijo a Szilard que La Bomba sería usada “como arma diplomática”. Días más tarde, el físico James Frank, entonces director del Laboratorio de Metalurgia de la Universidad de Chicago y cercano a Leo Szilard, generó un documento que fue firmado por otros 150 participantes en el Proyecto Manhattan, planteando que La Bomba debería detonarse en una isla deshabitada con presencia de una delegación japonesa y urgió a establecer una coordinación con la URSS, para evitar una peligrosa proliferación nuclear. Los servicios de inteligencia interceptaron el documento e impidieron que llegara a Truman. Un sargento incluso propuso arrestar a Leo Szilard, pero Leslie Groves, general encargado del Proyecto Manhattan, lo impidió, pues eso sublevaría a los científicos. El 31 de mayo se efectuó una reunión del llamado Comité de Blancos. Tras una discusión en la que se exploraron posibles usos de La Bomba, James Conant, rector de la Universidad Harvard, propuso emplearla contra civiles cercanos a una instalación nuclear. El día 6 de agosto se lanzó una bomba de uranio contra Hiroshima y tres días más tarde una de plutonio contra Nagasaki.

Las detonaciones provocaron la muerte de unas 250 mil personas y propiciaron el inicio de la carrera armamentista nuclear. El 20 de agosto, Laurent Beria encabezó una reunión para crear el Comité para la Construcción de la Bomba Atómica (soviética). De acuerdo con David Holloway, en Stalin and the Bomb, el comité revisó las sugerencias del gerente industrial Boris Vannikov y por el físico Igor Kurchatov, cuyas prioridades fueron incluidas en el plan quinquenal. Cuatro años más tarde, a las 2 AM del 29 de agosto de 1949, Igor Kurchatov dio la orden de detonar la primera bomba atómica soviética, en el polígono de Semipalatinsk.

La carrera armamentista nuclear ha puesto en riesgo de muchas maneras y en numerosas ocasiones la supervivencia de la humanidad. Las armas nucleares están desplegadas por muchos lugares del planeta. Por ejemplo, según la columna “Nuclear Notebook”, publicada por Hans Christensen ( The Bulletin of Atomic Scientists ,13/1/25), EU tiene hoy 5 mil 177 ojivas nucleares, 3 mil 700 están en operación (usadas o en reserva), mil 770 están emplazadas en vehículos de lanzamiento, mil 930 en reserva y mil 477 en retiro (aún operativas, pero en espera de ser desmanteladas). Las armas están emplazadas de la siguiente manera: 400 en misiles balísticos intercontinentales; 970 en submarinos, 300 en superbombarderos y 100 en bases tácticas en Europa. El Plan Operativo 8010-12 destinado al manejo de los arsenales incluye simulaciones de ataques contra lo que considera cuatro enemigos potenciales: Rusia, China, Corea del Norte e Irán. En junio de 2024, como parte de los ejercicios del citado plan, la Marina estadunidense, junto con su par de Noruega, realizó un ejercicio en el Mar de Noruega, con el submarino USS Tennessee modelo SSBN-724 portador de 20 misiles, con 90 cargas nucleares.

Los riesgos nucleares se han incrementado a partir de la guerra en Ucrania, y se han intensificado a partir del ataque israelí-estadunidense a Irán. Charli Carpenter, directora del Laboratorio de Seguridad Humana, de la Universidad de Massachusetts-Amherst, ha coordinado un estudio de varios años, en el que se ha tomado la opinión de personas con formación militar (en activo o en retiro) respecto al manejo de los arsenales nucleares ( The Bulletin of Atomic Scientists, 18/7/25). Según su investigación, tras los ataques israelí-estadunidenses, contra las instalaciones nucleares de Irán en junio pasado, el porcentaje de encuestados que apoyaba la autoridad discrecional del presidente sobre armas nucleares se redujo 10 por ciento a medida que se desarrollaba la crisis. Por otra parte, respecto a un eventual bombardeo indiscriminado a una ciudad civil (posibilidad contemplada en los planes de guerra nuclear vigentes), según el mismo estudio, 44 por ciento del personal militar activo y retirado respondió que acataría la orden. En contrapunto, 42 por ciento declaró que se negaría. Por su parte, 14 por ciento de quienes desobedecerían dicha orden, explicitaron que protestarían ante la cadena de mando, renunciarían, “se enfermarían” o invocarían su derecho a no acatar órdenes que violan la ley militar, según lo establecido por el Código de Justicia Militar del Personal Uniformado, el cual “exige al personal militar rechazar órdenes ilegales”.

Para conjurar los peligros de las armas nucleares debemos detener a los impulsores y beneficiarios de la carrera armamentista. En ese marco vale la pena evocar victorias (parciales pero importantes) obtenidas por el movimiento pacifista, por ejemplo, cuando en los años 80 del siglo pasado logró impedir la instalación masiva de los cohetes Pershing II en Europa y contribuyó a forzar la reducción de 70 mil a 12 mil cargas nucleares en el mundo.

* Doctor en historia y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM