astón García Cantú, célebre historiador, escribió abundantemente. Uno de sus libros Las invasiones norteamericanas en México sorprende por el largo número ellas, sus tipos, lugares y magnitudes. Aquí recojo una de las intenciones del autor: dejar claro que, en 200 años de relación oficial, con J. R. Poinsett, como agente estadunidense en México, y José Manuel Zozaya, representándonos en Washington, ni en las intenciones ni en las formas la relación ha cambiado. Era 1822.
Algunas intervenciones fueron muy orgánicas, abiertas y cínicas, como la guerra 1846-48 de desastrosos resultados para nosotros, la Expedición Punitiva en 1916, totalmente inocua, inútil la ocupación de Veracruz en 1914, hasta aquella tan extraña que parece novela de Emilio Salgari, la Expedición Filibustera a Baja California y Sonora.
Fue emprendida en 1853 por el filibustero estadunidense William Walker con el objetivo de conquistar esos territorios mexicanos. La expedición fracasó debido a la resistencia de la población mexicana, pero durante la intervención se fundaron dos repúblicas, Baja California y Sonora que pronto desaparecieron.
La historia, ya se dijo, es un rosario de decenas de micro y macrointentos de sojuzgamiento de los que o hemos salido muy mal, 1846-48 o simplemente pasaron cruzándonos enojos y reconciliaciones tejidas por una verdad geopolítica: aquí y así nos tocó actuar en el escenario más desigual en la historia universal.
Para enfrentar la actual situación debemos partir del hecho de que no tendríamos armas que esgrimir contra un enemigo militar, por lo que, ante las rupestres amenazas de Trump, es inútil darles más crédito que prudencia.
El auténtico enemigo de la patria somos nosotros mismos, haciendo todo por dañarla. Hemos degradado aquello que serían sus armas: disfrutar de salud, educación, trabajo, seguridad y prestigio ante la comunidad internacional. Pero de ese enfoque nadie quiere hablar porque a todos correspondería un trozo de responsabilidad.
Alejándonos de él y viniendo de regreso a las bravatas de Trump, y escojo la palabra bravata con todo cuidado. Creo que la actitud de la presidenta Sheinbaum es correcta en su firmeza, serenidad y detallado avance. Por su parte ha venido aflojando la cuerda varias veces, ya sean intensas conversaciones con la Casa Blanca o logrando alargar las fechas de entrar en vigor los aranceles.
Me parece lamentable la inacción de la política exterior, siendo este campo donde México sabe moverse a placer. Hoy, como cenizas de aquellos fuegos, nuestro país está privado de la respetabilidad y hasta admiración que desde el porfiriato ganó con casos como el rescate del presidente José Santos Zelaya, de Nicaragua, en 1906, o dando abrigo a numerosos liberales de Cuba en 1898, en sus tiempos de lucha emancipatoria.
Visto así, el gran defensor de la patria es el pueblo y el concepto mismo de soberanía. Su historia es pasado y destino, siempre triunfante. No en despreciable labia. No, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en sus artículos 39 y 136, aclara todo:
39. La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste (…).
136. Esta Constitución no perderá su fuerza y vigor, aun cuando (… ) se interrumpa su observancia.
Entonces queda claro que la soberanía es inviolable, en nuestra Constitución el “pueblo” no es únicamente la población física de México, sino el sujeto colectivo soberano, titular del poder y origen de la legitimidad estatal, con capacidad de conformar, vigilar y transformar su gobierno.
Su espíritu es el de una comunidad política consciente de su derecho a decidir y de su responsabilidad de sostener el orden democrático. Es la patria impecable y diamantina, por definición es inalcanzable para un adversario.
Seguir mencionando el término soberanía tan insistentemente como lo hace la presidenta Sheinbaum parece que anuncia vulnerabilidad, parece que celebra exorcismos olvidando que por su espíritu el pueblo y su soberanía son sujetos de derecho impracticables para drones, portaviones y cabrones. Repito, la soberanía es inatacable, inviolable.
Hace segunda a la presidenta la Secretaría de la Defensa Nacional, que ha acordado que en adelante se llamará Defensa, un vacío acto de bravura.
Para reforzar nuestros argumentos, vale decir que ni en letra ni en espíritu se ha supuesto como posible una defensa armada territorial, eso es impensable dado el desequilibrio vis a vis con EU. El coloso no hará más que bravatas, no somos Afganistán, Irán o Hamas, Vietnam ni Panamá. Somos un país de tal dimensión e intensidad que él terminará respetando.
Serán otras las formas de confrontarnos con Trump, si es que lo decide, pero no la bélica, eso le es imposible al señor. Para defender a la patria, sabemos que hay valores de los que se habla en la Constitución como soberanía que son inatacables. La defensa empieza desde el aula, sigue en la comunidad y, en última instancia, se respalda con la fuerza armada cuando esto es razonable.