Centenario de la ganadería de Zacatepec // Su ejemplar compromiso con la bravura
n días pasados, a invitación de la Peña Taurina Huamantla AC, se llevó a cabo en el suntuoso Salón de Cantera de aquella imaginativa ciudad un emotivo homenaje-exposición para conmemorar el centenario de la legendaria y marginada por los diestros que figuran ganadería de Zacatepec, que con compromiso, escrúpulo y esfuerzos conducen hace más de tres décadas los hermanos Mariano, Juan Pablo, Alejandro y Bernardo Muñoz Reynaud, en afortunada sinergia de voluntades e insólita confluencia de vocaciones. El cartel decía “pregón” pero aclaré a la nutrida asistencia que sólo evocaría la influencia que en la formación de Páez como aficionado han tenido Zacatepec y su claro concepto en la crianza de reses de casta.
Recordé que en mi infancia saltillense me despertó una acalorada discusión entre mi padre y sus cuñados, no por herencias o faldas sino por aclarar quién era el mejor banderillero del mundo. Sin ser visto entreabrí la puerta del comedor y uno de mis tíos, armillista furibundo, señaló: “Miren, yo presencié la corrida de Zacatepec que se lidió en el Toreo de la Condesa el domingo 3 de enero de 1943. El maestro Fermín le cortó los máximos trofeos a Pichirichi, pero lo que enloqueció a toda la plaza fue atestiguar que tan bravo animal fue banderilleado en un solo viaje, sin la intervención de ningún peón, primero por Arruza, que dejó un cuarteo fenomenal, luego por David Liceaga, que puso un quiebro en tablas y por último Armillita, que en los medios clavó dos pares precisos”.
No entendí nada pero a la mañana siguiente, resonándome aquella apasionada alegata, pedí a mi padre ir a los toros “a Zacatecas”. Tras un coscorrón afectuoso se me aclaró que no era Zacatecas, sino Zacatepec, en el estado Tlaxcala, pero Zacatepec, Pichirichi, aquellos héroes de luces y la pasión que esa bravura había provocado en mis mayores, se me quedaron grabados para siempre.
Transcurridos unos 20 años tuve oportunidad de conversar con don Mariano Muñoz González, ganadero de Zacatepec, quien entre otras cosas me dijo: “En la tienta nosotros calificamos bravura, estilo y fuerza, pues sin la bravura el estilo y la fuerza pierden intensidad y la tauromaquia se desvirtúa”. Fue la segunda lección que recibí de esa casa ganadera.
Pero como los hombres de espíritu no mueren del todo, sino que siembran semillas de vocación y dejan testimonio de compromiso, conocí a los cuatro hijos de don Mariano, entonces unos adolescentes que con el ejemplo de su padre se habían contagiado de esa pasión ganadera y con precocidad ejemplar se encargaban de apartar, herrar y ayudar en el complicado y delicado manejo de una casa ganadera caracterizada por su exigente bravura, no por su comodidad de lidia.
Otra ocasión, Alejandro, el tercer hermano, tuvo a bien, sin preguntar, subirme a un caballo y llevarme a conocer potreros, vacas, novillos y una señora corrida que se enviaría al Toreo de Cuatro Caminos. Luego sabría que este joven estudiaba veterinaria y con el tiempo sería genetista, fotógrafo, picador, guitarrista flamenco y, faltaba más, ¡sacerdote! Las lecciones zacatepecanas continuaron ahora con Juan Pablo, quien optó por ser un talentoso escultor que supervisa de tiempo completo en la ganadería, brindando conversaciones de lujo.
Mariano y Bernardo constituyen las pinzas realistas del cuarteto al complementar y aterrizar la labor de todos mediante un ejercicio profesional de relaciones, promoción, financiamiento y venta del ganado de Zacatepec, no sólo como producto pecuario, sino con una invariable devoción por la deidad táurica, vínculo de la mágica energía entre hombres y animales, unidos por su respectiva misión y no por igualdades falsas que un humanismo emergente intenta proteger sin idea.