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Rosario Castellanos en el aula: memorias de su humor hilarante e ironía sutil

Su ser complejo y contradictorio reflejó otra forma de ser humana y libre

Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Sábado 9 de agosto de 2025, p. 2

Me llamo Flora Botton y estudié letras en la UNAM; una de mis maestras fue Rosario Castellanos hace muchos, muchísimos años, en 1961. Impartió la clase de literatura comparada. Fue una maestra sensacional, directa y graciosa para compartir con la clase, y no, ahí no hacía alarde de sus libros ni de ella misma como escritora. Eso sí, era sumamente simpática, mucho más fuera de clase.

Flora, quien desde niña ha leído, eligió la carrera universitaria en letras y optó por la clase de literatura comparada a cargo de Raúl Ortíz, un maestro excepcional, quien al viajar al extranjero fue sustituido por Rosario Castellanos, ya desde entonces su gran amiga. Así se conocieron Rosario y Flora, en el aula.

La Rosario Castellanos que Flora, la entonces estudiante, conoció en la UNAM tenía un sentido del humor muy agradable que gozaba fuera de clases cuando le contaba anécdotas de su vida. Recuerda en especial una sobre naranjas: cuando su papá de regreso de Estados Unidos llevó a Comitán el descubrimiento: las naranjas se exprimen y se sirven como jugo, uno puede hoy día escuchar eso con incredulidad, pero en los años 60 era distinto, menciona Flora.

Añade: otra anécdota que contaba Rosario, con ese sentido de la ironía para tratarse a sí misma, fue cuando repetía que era incapaz de conducir un auto; claro que sabía manejar y poseía uno, pero un día, a las dos de la tarde en plena glorieta de Insurgentes no pudo más, se bajó del auto y lo dejó ahí nomás. Flora recuerda que le dijo que no le dio importancia ni se preocupó de lo que pasó después; contaba con tanta gracia que nunca más volvió a manejar.

Su muerte, infinita tristeza

“Me enteré del fallecimiento de Rosario en la facultad; no recuerdo quién me lo informó porque me provocó una reacción de sorpresa e incredulidad. La noticia fue horrible y la confirmó Raúl Ortíz, mi amigo, suficiente amigo para que yo lo invitara a cenar en casa y el más cercano amigo de Rosario, tanto así, que fue su albacea.

A mí me dio una pena infinita; primero fue la incredulidad, ¡cómo que morirse en Israel, como si alguien no pudiera morir ahí! y no, no tiene sentido hablar de los detalles, no podemos saber.

“Lo que más recuerdo de ella es que era una mujer muy cálida, bastante inteligente, con mucho sentido del humor; me encantaba estar con ella. No te puedo decir que éramos de esas amistades que comen o cenan juntas; era una relación de cordialidad, no íntima. Rosario tenía siempre buen humor, era irónica o sarcástica como cuando en sus Cartas a Ricardo lo trata de niño.”

Ricardo no era monógamo

“Sobre Ricardo Guerra no hay que ni enojarse ni tomarlo en serio; era así, ese tipo de gente, hombre o mujer, que no sabe ser monógamo, como Diego Rivera… lo sé porque viví con uno que no podía pensar que existiéramos personas a las que nos molesta esa conducta.

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▲ La escritora, traductora, diplomática, maestra y poeta chiapaneca Rosario Castellanos, captada en 1972.Foto Rogelio Cuéllar

“Inicié mis estudios universitarios en la Facultad de Filosofía y Letras, en 1961, en la cátedra deletras, donde el profesor era Raúl Ortíz, quien posteriormente viajó al extranjero. Rosario Castellanos tomó la titularidad de la clase.“¡Claro que ya la conocía, había leído Balún Canan (1957) y luego Oficio de Tinieblas (1962), Rosario ya era renombrada, pero, no, en sus clases no alardeaba de sus libros ni de ella misma como autora famosa.

“Nuestra amistad comenzó en la clase y luego siguió fuera; no es que fuéramos de irnos al café o a comer juntas, pues yo era una jovencita y ella la maestra, pero nos llevábamos mucho, hasta que se fue a Israel de embajadora y siempre me distinguió con su cordialidad.

“Tenía un sentido del humor estupendo que se destaca en las Cartas a Ricardo, que por un lado son de matarse de risa, chistosísimas, pero también desgarradoras, lo que es normal, porque era una mujer completa, como cualquiera que valga la pena, porque los seres somos complejos, contradictorios, ambivalentes… es pues, otro modo de ser humano y libre”, agrega Flora.

Rosario, su amiga

Desde el inicio de clases nos caímos bien y nos hicimos amigas; claro que ella era ya toda una señora y yo una estudiantita, pero fuimos, sí, muy amigas; para terminar la carrera me aconsejó que mi tesis la hiciera sobre Jean-Paul Sartre y que Ricardo Guerra fuera mi director de tesis, pero me opuse porque Sartre me interesaba como escritor, más no como filósofo. Fuimos amigas hasta que se fue a Israel, es decir de 1961 a 1971 cuando viajó a Tel Aviv como embajadora de México.

Ricardo no fue profesor de Flora, pero lo conoció por Rosario. Cuando Flora fue maestra en la facultad de letras, Ricardo le pidió ser sinodal del examen profesional de su tercera (de cuatro) esposa, Margarita, claro que le dije que no; me negué terminantemente.

“Pero Ricardo fue sinodal de Rosario en su examen profesional como se prueba en una foto de ese momento. En clases, en aquella época, había un trato formal entre maestros y alumnos, no como ahora, que un estudiante es capaz de preguntarle a la maestra ‘cuál es su marco teórico’ para decidir si quiere seguir su cátedra.

“Que Rosario estuviera siempre rodeada de hombres no era coincidencia, por el ambiente de esa época, porque eran muy pocas las mujeres a las que se les hacía caso… hasta ahora no ha habido una rectora de la UNAM, pero sí tenemos una Presidenta. El machismo les impide ser elegidas… las mujeres aún en muchos casos son las que sirven el café a sus pares y, en reuniones, son las amigas quienes ayudan a la anfitriona, no los amigos.”

Hablar más sobre Rosario le hace sentir a Flora ilegítima, lo que cuento es lo que recuerdo, no quiero usurpar un papel que no me toca dice Flora Botton, que en verdad tiene el privilegio de haber sido alumna de Rosario Castellanos, una buena maestra y amiga.

Se le extraña.