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El Salón Los Ángeles, ícono de la cultura popular, celebra 88 años

Asistentes se visten de gala para el tradicional baile // Participaron Alberto Pedraza, Tania Matus y La Sonora Dinamita, entre otros

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▲ Baile, libertad y alegría vivieron los asistentes en el recinto de la colonia Guerrero.Foto Germán Canseco
 
Periódico La Jornada
Domingo 3 de agosto de 2025, p. 6

Un vórtice de energía girado por las mejores esencias humanas que no ha cesado en 88 años es el Salón Los Ángeles: ecosistema de estructura autoplacentera basado en el goce, la libertad y la catarsis que produce el bailar, verbo que acá se aprende a espiritualidad.

La enseñanza en ese templo del dance se respira desde que uno pasa el instructivo pegado en la pared para los principiantes o los que apenas por primera vez visitan su interior. También en el contagio que detona la energía que le da vida, la música afrolatina, antillana, africana (y muchos géneros actuales a los que se ha abierto).

El aprendizaje de vida es ya ver cuerpos contonearse, fundiéndose en uno o con el todo, representado por un recinto que también moldea su estructura ante la lattice, como llama la mecánica cuántica a una estructura total a la que todos estamos unidos.

Ahí, en la colonia Guerrero, donde se ubica el lugar, están las coordenadas adecuadas para que cada alma, con sus sensores, codifique el password para entrar a esta área del universo que tiene que ver con la felicidad a través del ritmo y la anatomía.

La dimensión de ese plano material se siente en esta sala, en cada una de las partículas de oxitocina que explota al abrazo, al toque de manos con el que se hace girar a la pareja en cada pieza.

Esas hormonas fluyeron en el fiestón de aniversario de este templo de parroquianos de la rumba.

El Salón Los Ángeles, patrimonio social y cultural y hasta turístico de la Ciudad de México, celebró ayer su aniversario 88 aludiendo bajo su espíritu a un número del infinito, como lo es el baile.

De ser una bodega de carbón en la década de los años 30 a ser la pista de baile de artistas, celebridades, políticos, pero también de obreros, amas de casa, trabajadoras, trabajadores, bailadores amantes de pasarla bien con la venia de Nuestra Señora de Los Ángeles, de donde toma el nombre desde que abrió en agosto de 1937 bajo el nombre de Centro social Los Ángeles, en la calle Lerdo 206.

Anoche, bailadoras y bailadores. También bailarinas y bailarines. Humanos con el fin de sabrosear su cuerpo degustaron de descargas de son, salsa, guguanco, cumbia, guaracha... de agrupaciones como Alberto Pedraza con su ritmo y sabor, cumbia sanjuanera al top; también La Sonora Dinamita, Los Reyes del Mambo de Richie Cárdenas, el sabroso Son Cubano de la mano de La Nueva Nostalgia, la música cadenciosa de Carlos Campos y sus 15 Campeones, el tradicional danzón con la Orquesta de Chamaco Aguilar.

Inundó de energía, feminidad y juventud la voz de Tania Matus, así como las selectoras de Las Musas Sonideras y el ensamble de Baldomero Jiménez.

Los Ángeles cumplió un ciclo más, defendiendo su cultura popular y social.

Todo mundo ha querido conocer México a través de este ex bodegón convertido en centro social por el empresario Miguel Nieto de Alcántara, quien lo consagró al ritual del movimiento.

El Salón Los Ángeles brilló, como siempre, con luz propia, y esa incandescencia atrapó como lo ha hecho durante todo este tiempo de ser un imán para todos que hasta ha sido locación para películas y videos musicales. Recordemos que ahí se filmaron Esquina bajan, Una gallega baila mambo, Tívoli, Danzón, Paradas continuas y Cantinflas, la película, entre otras.

Pero por ahora, sirvió como cada semana, de plataforma para un ágape de sabor que tuvo la intención, con jiribilla, de que sus asistentes siguieran puliendo su piso con el imparable baile de las parejas, de los grupos, de la gente que sólo se levanta de su asiento para dejarse llevar por el acto de mover su cuerpo con música viva.

De nuevo fue uno de los lugares más democráticos de la capital, por su apertura a que todo el público que llegue esté dispuesto a gozar de una tarde-noche de baile, en compañía fraternal y sin distingo alguno.