Opinión
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Los poéticos delirios quijotescos
M

iguel de Cervantes, como arroyo bajando por su corriente, ha reflejado una luz sin tiempo, se le ve, se le siente, se le oye, se le toca, como alguien cercano. Cuanto vive, hace y dice es tan auténtico que suena a verdad, a pesar de ser un delirio, y nos deja la fe en nosotros, hombres descreídos; en venas y arterias, el soplo, la sangre, el querer, la vida.

No en balde el Quijote es un vagabundo por los pueblos del Toboso, montes y llanuras, encuentros pastoriles y descansos nocturnos en las ventas de los caminos, en busca de lo imposible. Sí, el Quijote es un enamorado de lo imposible, del encantamiento natural. Del fenómeno estremecedor de la vida que le fue comunicando su corriente sutil cargada de efluvios.

Adentrarse en la literatura de Cervantes provoca en mí una emoción similar a la que registro al adentrarme en el consultorio de Freud: esa sensación de hechizo, de belleza; la confusión de lo particular con lo esencial, lo aparente con lo real. Sensación que me origina una ilusión, un delirio que se confunde con la vida. El gusto por vivir, no por ganar, como relata en Las bodas de Camacho. El gusto por andar.

No hay que quedarse inmóvil, parece decir don Quijote. Pues el andar presta una atención suma al hecho, sutilísimo, de estar andando. Porque andar no es otra cosa que tiempo: lo impalpable, lo misterioso del ser.

Penetrar en la literatura de Cervantes, en especial en El Quijote, como en Freud, permite apuntar el móvil que, apenas previsto, se difumina, se escapa, se adormece para reaparecer. La tradición humanística con influencia española que permeaba a las élites en Viena preparaba a Freud para convertirse en un hombre cultivado, pero sin atarse a los convencionalismos de la época.

En esta Córdoba, Cervantes entra al colegio de los jesuitas que aceptaban a niños modestos junto con los de clases acomodadas. Tan grato recuerdo de esa época dejó en Cervantes a un agradecido estudiante, que recordaría, por las lecciones ahí recibidas, en el pasaje de El coloquio de los perros, Cipión y Berganza.