an pronto se gana una batalla, sobreviene otra. Apenas se pudo reducir el gravamen a las remesas de 5 a uno por ciento en el programa fiscal de Estados Unidos, cuando ya pende una nueva amenaza: aranceles generalizados de 30 por ciento a las importaciones provenientes de México, a partir del 1º de agosto, igual que las que pretende aplicar a la Unión Europea, y apenas 5 por ciento menos que las provenientes de Canadá.
Este gravamen se sumaría al que ya se aplica a algunos materiales específicos, como el de 25 por ciento a las importaciones de acero y aluminio, igual que a los automóviles y algunas autopartes. Son insumos que entran y salen, y que finalmente terminarán afectando la cadena de producción en ambos lados de la frontera y restando competitividad a la industria bilateral frente a otros bloques económicos.
Se añadiría también al arancel de 17.09 por ciento a las importaciones de jitomate mexicano, unilateralmente impuesto apenas la semana pasada, el lunes 14 de julio, que es una reversión del acuerdo comercial establecido en 2019 durante la primera administración del actual presidente. Se trata de una medida comercial injusta para beneficiar a los productores de Florida; sin embargo, la calidad del producto mexicano hará que aun con un incremento del precio para el consumidor final, mantenga su cuota de mercado.
Lo grave en el caso de las importaciones provenientes de México y Canadá es que son socios comerciales de Estados Unidos desde 1994, en el marco del TLC primero y del T-MEC después. Gravarlas por el gobierno estadunidense, que no ha definido si serán respetados o no los que se inscriban en él, sería abiertamente violatorio del derecho internacional. Es como si Francia impusiera aranceles a España o viceversa, pasando por alto el mercado común que tienen, la Unión Europea.
El T-MEC, con todas sus contrahechuras, que hemos sido los primeros en exponer, ha sido un instrumento valioso para promover el comercio e incentivar la economía de los tres países. Ha sido un esquema de suma positiva. Lo que una parte ha ganado, no lo ha perdido la otra: los tres países han resultado beneficiados en sus economías internas y ante otros bloques económicos.
En 2025, el T-MEC, ya de por sí el mayor mercado común del mundo, obtuvo un crecimiento significativo en el comercio entre los tres países. Se estima que el comercio total de bienes en América del Norte llegó a 1.6 billones de dólares, lo que representa un aumento de 1.3 por ciento con respecto al año anterior.
El primer beneficiario ha sido Estados Unidos que, gracias al bloque económico que encabeza, entre otros factores, se mantiene como la primera economía mundial. El tamaño de una economía se mide por el volumen de su PIB, que en el caso de Estados Unidos fue de 26 billones de dólares en 2024, un crecimiento de 2.8 por ciento respecto de 2023. Todavía mantiene alguna distancia del segundo lugar, China, que logró un PIB de 19 billones de dólares.
En tanto, las exportaciones totales de México registraron un aumento de 4 por ciento en 2024 para alcanzar un récord de más de 617 mil millones de dólares. De ese total, México exportó a Estados Unidos, su principal socio comercial, productos por un valor superior a 420 mil millones de dólares, con miles de mercancías libres de aranceles. A su vez, la mayoría de los productos importados por México provienen de Estados Unidos (79.6 por ciento) y Canadá (3 por ciento). Hasta ahora, el cambio de política comercial de éste no ha afectado a nuestro país: en marzo de 2025, las exportaciones totales subieron 9.6 por ciento (55 mil 527.3 millones de dólares), a pesar de la presión arancelaria.
Mientras, las exportaciones canadienses de bienes en 2024 alcanzaron más de 780 mil millones de dólares, de los cuales más de 90 por ciento se dieron en el marco del T-MEC, es decir exportaciones a Estados Unidos y México.
De cumplirse la amenaza del gobierno de Estados Unidos a Canadá y México, de imponerles aranceles de 35 y 30 por ciento, respectivamente, ese enorme mercado de exportaciones e importaciones recíprocas y trilaterales de bienes primarios y manufacturados sería gravemente lesionado, en perjuicio de los tres países, incluido el que pretende aplicar la medida proteccionista, inhibidora del crecimiento económico. Para empezar, el pago de aranceles a estas mercancías importadas impactaría en el precio final de los productos y también seriamente al consumidor.
No es teoría. En Estados Unidos la inflación, que había estado contenida el año pasado, en junio subió a su nivel más alto desde febrero y tuvo un aumento de 2.7 por ciento en junio con respecto al año anterior, ya que los aranceles generalizados a las importaciones están aumentando el costo de una serie de productos, entre ellos muebles, ropa y electrodomésticos grandes.
Por eso esperemos que la cordura impere de nuevo; que el gobierno de Estados Unidos pondere los elevados costos en ambos lados de la frontera por dos vías, encarecimiento del producto final para los consumidores y pérdida de competitividad ante otros mercados internacionales.
La amenaza a la hegemonía económica y comercial de Estados Unidos proviene de Oriente, de China específicamente, ya la principal potencia manufacturera del mundo, no de sus socios comerciales. El mercado común de América del Norte debe fortalecerse, no socavarse con golpes autoinfligidos, por el bien de las tres naciones.