l régimen israelí perpetró en 24 horas nuevos bombardeos contra la población de Gaza que dejaron un saldo de más de 80 personas asesinadas –entre ellas, muchos menores– y unas 400 heridas. Los ataques militares tuvieron como objetivos un estadio que albergaba a refugiados, viviendas particulares y tiendas de campaña de desplazados. Al mismo tiempo, en la reocupada Cisjordania prosiguió el despojo a gran escala de tierras palestinas por parte de colonos israelíes. Con ese telón de fondo, el jefe del gobierno de Tel Aviv, Benjamin Netanyahu, insistió una vez más en que sus propósitos son rescatar a los rehenes
israelíes capturados por Hamas el 7 de octubre de 2023, de los que quedan 22 vivos, según las cifras del propio Israel, y derrotar a Hamas
.
A la luz de la terrible mortandad causada por la ofensiva de Israel en Gaza, ambos objetivos son falsos. Es claro que la primera preocupación cuando se trata de recuperar a personas cautivas debe ser evitar que mueran, algo que no resulta compatible con la determinación con la que las fuerzas de Tel Aviv han llevado a cabo la demolición sistemática del sitio en el que éstos se encuentran: según cálculos de la Organización de Naciones Unidas, para abril de este año 92 por ciento de las edificaciones gazatíes habían sido dañadas o destruidas por los bombardeos israelíes, lo que habla del nulo interés de Netanyahu por la vida de sus conciudadanos retenidos en el enclave.
Por otra parte, el supuesto objetivo de derrotar a Hamas
resulta desmentido por las cifras: según cálculos previos a la actual ofensiva, esa organización tenía entre 10 mil y 20 mil integrantes. Asimismo, en mayo de este año, fuentes militares de Tel Aviv aseguraron que sigue contando con unos 40 mil combatientes
, un número que contrasta con el total de más de 56 mil muertos causados, según la cifra más aceptada, por la barbarie militar israelí en curso desde octubre del año antepasado.
Sin embargo, un estudio de la revista médica The Lancet de mayo pasado estimó el número real de defunciones en unas 109 mil –entre 4 y 5 por ciento de la población–, agregando a las personas cuyos cuerpos no han podido ser rescatados de entre los escombros, las que han venido muriendo por las condiciones insalubres, la falta de hospitales –todos los de la franja fueron destruidos por Israel–, insumos médicos y fármacos y las que han fallecido de hambre.
Más aun, si se suma al centenar de miles de los que han logrado huir del enclave hacia Egipto –por tener un pasaporte de cualquier país, por el pago de elevadas sumas o porque consiguieron una evacuación por razón médica–, resulta que la población de Gaza se ha reducido, en el curso de la ofensiva, en unas 200 mil personas y que ha bajado, en consecuencia, de 2 millones 300 mil a 2 millones 100 mil.
Puesta en la escala de México, que tiene unos 133 millones de habitantes, una merma de población como ésta significaría la muerte de unos 6 millones 700 mil personas y la salida del país de otras tantas, es decir, una reducción poblacional de más de 13 millones de individuos en el curso de 21 meses.
No hay razón militar (la derrota de Hamas) ni humanitaria (el rescate de los rehenes) que valga para justificar semejante atrocidad. Hoy es meridianamente claro que el propósito real del régimen de Tel Aviv no es otro que acabar con la población palestina de Gaza –por una combinación de exterminio físico y de expulsión– para apoderarse de ese territorio. El designio genocida de Netanyahu y los suyos es inocultable y sólo una intervención decidida de la comunidad internacional puede detenerlo. Y si no actúa pronto y a fondo, la generación actual quedará marcada en la historia por la consumación de un nuevo holocausto.