e estima que la población mundial en 2025 alcanzará 8 mil 200 millones de personas. Se calcula que hay 5 mil 500 millones de usuarios de Internet y 5 mil 400 millones de usuarios de redes sociales.
Al final de la década de 1990, Umberto Eco se dedicó al estudio de la revolución informática
, desde donde fijó la atención en el significado y las consecuencias de la tecnología y sus implicaciones políticas.
Eco pensaba que podría establecerse lo que denominó “ Arcade multimedia”, y que podría incidir en un relevante cambio social. La clave de ese esquema estaría en la creación de una biblioteca pública de multimedia y un centro de entrenamiento computacional, todo esto supervisado por el Consejo de la ciudad de Bolonia, en cuya Universidad era profesor.
El sustento de un proyecto como éste era que, si el conocimiento de esta tecnología era un derecho, debería estar garantizado por el Estado. Lo exponía de esta manera: Si no dependemos del libre mercado para enseñar a los niños a leer, ¿por qué habríamos de hacerlo para aprender a navegar la red?
Se refería a las similitudes que podían establecerse entre la visión orwelliana y el riesgo de encaminarse a un 1984 en línea. Lo que proponía era generar cierta garantía de una distribución horizontal del conocimiento digital que, de alguna manera, previniera el control desde arriba. Se anticipó así a las condiciones que hoy caracterizan a los medios y las formas de uso extendido y bajo el mando de un conjunto de empresas con enorme poder.
En una entrevista sobre este asunto publicada en 1997 preguntaron a Eco si realmente pensaba que “los mecánicos y las amas de casa ingresarían en su planeada arcade multimedia”. Respondió que eso sólo sería una cuestión de tiempo. De cierta manera y en condiciones distintas, pero que había vislumbrado, tenía razón. Ahora el acceso a Internet y a la multitud de medios, aplicaciones, programas y formas de consulta que ésta provee está generalizado, mucho más allá de lo que Eco podía prever a finales del siglo pasado.
Otra cuestión de relevancia corresponde al formato. Actualmente, y según la información de W3Tech, la proporción de sitios en la red cuyo contenido está en inglés es de 50 por ciento; le siguen aquellos en español y alemán, con 6 por ciento, y japonés, con 5 por ciento. Además, los cinco principales sitios consultados globalmente son: Google, con un estimado de 112 mil millones de consultas mensuales; YouTube, con 52 mil millones; Facebook, 11 mil; Wikipedia, 6 mil 800 millones, e Instagram, 6 mil 500 millones. Esto indica que la emergencia de una cultura de Internet
no tiene una connotación geográfica, como en su momento pensaba Eco que ocurriría. Otra característica significativa es, como indica la información de la plataforma alemana Statista, que los tres países con más usuarios de Internet en el mundo en 2025 son: China, con mil 110 millones; India, 806; Estados Unidos, 322; México ocupa el octavo lugar con 110 millones de usuarios, es decir, 83 por ciento de la población.
Es en este amplio marco en el cual se introduce de modo ostensible el conjunto de tecnologías que comprenden la inteligencia artificial (IA). Sobre esto hay un considerable debate que enfrenta las altas pretensiones de este medio con la crítica acerca de sus alcances.
Una postura provocadora al respecto es la que ofrece, en una entrevista con el diario británico Financial Times, Emily Bender, profesora de lingüística de la Universidad de Washington. Escéptica respecto a las pretensiones de las empresas de IA, califica a los chatbots (programas computacionales diseñados para simular conversaciones con un usuario, ya sea por medio de un texto o de la interacción mediante la voz. Se utilizan para automatizar ciertas tareas con el procesamiento del lenguaje) de máquinas de plagio y extrusores sintéticos de textos.
Sam Altman, el jefe de la empresa OpenAI, ofrece sin recato alguno y de modo grandilocuente avances científicos tendientes a crear nada menos que un nuevo capítulo en la civilización humana. La IA, señala, ya puede realizar trabajos simples y pronto conseguirá descubrir nuevo conocimiento. Según lo que planteó en una participación con la organización TED el 7 de enero de este año, de manera pomposa y ciertamente preocupante, estaríamos viviendo una transición histórica en la que los humanos dejarán de ser el ente más inteligente en el planeta Tierra. Añadió que sospechaba que en unos cuantos años, y en casi cualquier asunto, la más interesante y empática conversación que se podrá tener será con la IA. Ésta sería, pues, omnipresente. ¡Vaya panorama el que se ofrece!
Para la profesora Bender esto es vender una mentira, pues la IA no cumplirá con esas expectativas, y tampoco nos matará, como algunos han advertido. Según ella, los sistemas que están hoy disponibles carecen de algo que pueda llamarse inteligencia y son una forma de automatización. Acaba de publicar, junto con el sociólogo, Alex Hanna el libro El engaño de la IA.
El espectro de Orwell vuelve a aparecer cuando dice Bender que la cuestión remite a que nadie debería tener el poder de imponer su visión del mundo y que, gracias a las enormes sumas de dinero invertido, una minúscula camarilla tiene la capacidad de dar forma a lo que pasa a una gran franja de la sociedad.