a generación de la inteligencia artificial avanza en un entorno de expectativas crecientes, por un lado, y de escepticismo, por el otro. Mientras, puede advertirse un apocamiento de la inteligencia política, aquella que revuelve idealmente sobre las cuestiones asociadas con el mejoramiento de las condiciones de vida de la gente. Esas condiciones no se limitan a lo económico; se extienden a los derechos individuales –civiles y sociales–, a la integridad y seguridad de las personas y al espacio irrenunciable en el que se contiene y limita al poder político y se desenvuelve la libertad.
Hace unos días el pensador Boaventura de Sousa resaltaba en este diario un asunto que está desde hace tiempo en la discusión de las cuestiones sociales por todas partes. La formulación es útil: Está pasando algo que parece ser el final de una época. La democracia ya no tiene respuestas
. Así de contundente es la situación. A esto ha de añadirse el horizonte que destaca De Sousa: La hegemonía de la paz ha desaparecido
(https://bit.ly/3Zlo19i). La guerra y la perspectiva de su extensión alteran el entorno de la vida colectiva y de las prioridades individuales.
Hay una observación relevante en esa nota, asociada con la conformación actual de los conflictos en el mundo y que tiene que ver concretamente con las migraciones, los desplazamientos y las expulsiones de población en distintas partes del mundo, sean éstas producidas por procesos políticos, presiones sociales o transiciones ecológicas. Este es un fenómeno que se extiende cada día más y amerita más atención. Una mirada a este fenómeno pone en perspectiva su carácter global.
La democracia pretendió abrir el espacio social, la participación política y le expansión económica. El progreso fue notable. Pero como puede advertirse, es un sistema de organización frágil y siempre proclive a quebrarse en procesos de acumulación de capital desbordada que provoca crisis recurrentes y ensancha las desigualdades, en función, también, de cualquier posible intento de control político, ya sea de modo abierto o velado.
La proclividad actual a la conformación de lo que se ha denominado democracias iliberales
es una muestra fehaciente de la dirección política a la que se apunta, cuando no, de plano, a un autoritarismo que no requiere de adjetivos.
El pueblo va y viene en los postulados políticos como una especie de entidad maleable y susceptible de control. La ciudadanía, los derechos individuales, los espacios para la acción, se van estrechando. Los ejemplos, hoy, están a la vista y no hay cabida para la miopía en la acción política, ni tampoco para dejar de apreciar distintos tipos de ideologías y facciones.
No hay veladuras posibles, más que para provocar mayores desavenencias y extremismos hacia un lado y el otro de la escena política. En los momentos de tensión reaparece el impulso totalitario y altamente conservador. De una u otra manera hay siempre un engarce inevitable con la apreciación del otro, del contrario que debe ser derrotado. Ahí, una vez más, se asienta el asunto de las migraciones y los desplazamientos y su enorme sentido social y humano.
De acuerdo con la información del Acnur (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados), se cuentan hoy 122.6 millones de personas en el mundo desplazadas por conflictos, violencia o desastres económicos y ecológicos (72 millones de ellas son desplazadas internamente); otros grupos están formados por distintos tipos de refugiados, necesitados de protección y quienes buscan asilo. La resistencia para acoger a esos grupos sin ningún asidero es evidente, como puede apreciarse, por ejemplo, en el caso de Europa.
El tema del refugio y el asilo se ha tratado largamente y de diversas maneras en el pensamiento occidental. El filósofo alemán de la Ilustración Immanuel Kant, en sus ensayos sobre La paz perpetua
trató de la Ley de la ciudadanía mundial
, que estaría restringida a las condiciones de una hospitalidad
general. Ésta no significa una membresía completa de visitante que permanece como un forastero; el derecho de visita no implica el derecho de residencia. Conceder la primera es una obligación moral universal; la segunda es un acto de benevolencia del soberano y es, por tanto, una situación siempre precaria.
Puede destacarse la distinción legal entre ser apátrida (no tener nacionalidad) y ser refugiado (alguien que por causa de una guerra, revolución o persecución política busca ser acogido o asilado fuera de su país). Seyla Benhabib, estudiosa de estas cuestiones, destaca la paradoja que existe entre la igualdad y la diferencia; lo que se expresa en términos que van más allá de la hospitalidad y se refiere, en cambio, a los individuos que consiguen protección o incluso adoptan la ciudadanía, pero que anhelan retener sus distinciones étnicas, culturales y religiosas. O bien, en el otro extremo, pretenden deshacerse de esas diferencias por completo.
Aquí aparece una cuestión a la que se refiere Benhabib. Se trata de la dignidad de la igualdad ciudadana para todos, al tiempo del reclamo de la soberanía de la nación como las dos fuentes de legitimidad en el Estado moderno y cómo esto envuelve a la experiencia política. Hannah Arendt expresó las exigencias de la modernidad en la demanda del derecho a tener derechos
, que debe ser respetada para todos los seres humanos. De aquí emerge una reivindicación de lo político basada en la noción del bien supremo como el fin de los valores y prioridades de un sistema moral que previene la muerte y posibilita la consecución de una buena vida, siendo ésta la máxima expresión de lo político.
La soberanía democrática deriva su legitimidad no sólo de un acto de constitución, una forma legalista, sino de conformidad con los principios de los derechos humanos que de algún modo anteceden la voluntad del soberano y que, por tanto, se somete a ellos. La tensión que se da entre la demanda de derechos humanos universales, las particularidades culturales y las identidades nacionales es parte constitutiva de la legitimidad democrática. La disputa en las democracias modernas es entre los principios universales y la forma en que se circunscriben en una comunidad en particular. Esa tensión es la que tiende a agravarse en las condiciones que prevalecen hoy y en las tendencias que se avizoran.