Opinión
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Pericos y tucanes en París
A

unque los científicos afirman que tiene lugar un calentamiento terrestre, una persona simple como yo no es capaz de sentir mayores variaciones del clima en su cuerpo. Y sin embargo, y sin embargo…, como diría el matemático y astrónomo Galileo: eppur si muove (y sin embargo se mueve), frase célebre que habría sido pronunciada ante la Inquisición según la leyenda. Al parecer, indican serios historiadores, Galileo no era tan estúpido como para exclamar esta frase ante los esbirros de la Inquisición. Otras anécdotas sobre este humanista y científico reflejan su realismo y disposición a lo práctico: asignado a residencia durante cinco meses, así como a recitar cada semana durante tres años salmos de penitencia, será su hija, una religiosa, quien los recitará en su lugar.

Sin embargo, pues, se da un cambio climático en el planeta. Los inviernos son menos fríos y los veranos más calientes, aunque el cuerpo no sea capaz de comparar con la precisión de un termómetro las temperaturas de un año a otro y la memoria no guarde el recuerdo preciso de las sensaciones de frescura o de calor durante las distintas estaciones. Pero si nuestro cuerpo no posee la memoria física capaz de graduar las sensaciones de calor o frío, otras muy reales señales pueden indicarnos que sí cambia el clima de la Tierra.

Si bien no soy capaz de contar las hojas de dos árboles y otras plantas del pequeño jardín del edificio donde vivo, tengo la impresión de una vegetación más frondosa cada año. Se puede alegar, en contra de que esta impresión corresponda a un cambio climático, que el aumento del espesor del follaje se debe al crecimiento de las plantas. Pero lo que sí puede argumentarse sobre la autenticidad del calentamiento terrestre es la presencia, este año, de un pequeñín y tropical perico.

Desde hace unas semanas, escuchaba un graznido distinto al trino de los gorriones o el canto de los mirlos que viven en el jardín. El graznido podía escucharse a horas fijas: a media mañana, a mediodía y a media tarde. Horarios distintos de los gorriones y los mirlos cuyos cantos se oyen al amanecer, antes y después de las lluvias, y al caer la tarde. El graznido me intrigó varios días. Al fin, al regreso a casa con Tania ayer por la tarde, vi al acecho a Milie, la gata siberiana de Emmanuelle Maupetit, vecina y excelente traductora del ruso. Alcé la vista y vi un coloreado periquito: un inseparable.

Pensé que se había escapado de alguna jaula como el perico que se escapa por la ventana en Una giornata particolare, filme de Ettore Scola con Sophia Loren y Marcello Mastroianni; obra maestra que, con el fondo de la visita de Hitler a Mussolini en pleno auge del fascismo, relata el encuentro amoroso de un ama de casa abrumada por el quehacer y un homosexual perseguido por los esbirros del régimen, a partir de la fuga del perico.

No, la bella cotorra no se había escapado de una jaula, me aclaró Emmanuelle desde su ventana. Había llegado del sur. Esta migración de aves tropicales hacia Europa se explica por el calentamiento terrestre. Si me quedaba alguna duda, una enfermera me confirmó el fenómeno de esta migración: ella ha visto, en los patios con vegetación de otros edificios que visita por su empleo, aves tropicales que se instalan en los árboles de París. Le tocó ver incluso un hermoso tucán con su colorido plumaje y su largo pico. Como, en principio, los tucanes provienen de las regiones del Amazonas, me pregunté si el tucán habría viajado desde tan lejos para llegar a la capital francesa. En fin, si las mariposas viajan miles de kilómetros, ¿por qué un tucán no volaría otro tanto? Al parecer, los pájaros han sabido hacer frente al cambio climático gracias a la emigración. Por suerte, es inútil cualquier ley contra la inmigración de pericos, por extranjeros que sean. Los animales nos han enseñado muchas cosas a lo largo de la Historia y pueden seguir enseñándonos a vivir en paz si somos aún capaces de aprender.