Cultura
Ver día anteriorMartes 27 de mayo de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Graciela Iturbide: imágenes que son sueños
T

oda obra artística es hija de las circunstancias de su creador. Su vida, con todos sus claroscuros, siempre se asoma; aparecen por igual detalles luminosos y sombras largas.

Tras la devastadora muerte de su hija Claudia, cuando apenas tenía seis años, buscó acercarse con su lente a la muerte de otros niños, en especial a los pequeño ataviados de angelitos, como es frecuente encontrarlos en varios lugares del país.

Ese ejercicio, que se convirtió en uno de los ejes de sus fotografías, quizá fue un intento para procesar su propio dolor al confrontar la muerte ajena. Pero nada es para siempre.

Un día, en un áspero paraje mexicano halló a una familia en su camino al cementerio con un angelito. Les pidió permiso para fotografiar y no sólo accedieron, sino que posaron para la cámara. Más aún: le abrieron el ataúd y pudo fotografiar al niño muerto. Decidió acompañarlos en el trayecto al panteón, pero metros más adelante el padre se giró con una mirada de pavor: en el camino yacían los despojos de una persona, un cuerpo mitad hombre, mitad calavera, pues las aves de rapiña ya habían empezado a devorarlo. Aún tenía pantalones y zapatos, pero los buitres ya lo habían desfigurado. Graciela Iturbide recuerda ese momento como si la muerte misma la interpelara: ¿Quieres retratarme? Aquí me tienes. Tomó fotos, mas nunca se atrevió a imprimirlas. Sus imágenes publicadas, y las que ni siquiera decidió imprimir, la hicieron merecer el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025.

Cuando habla la luz bajo su lente, las palabras sobran, surgen imágenes cargadas de poesía.

Según Michael Brand, director del Museo Paul Getty, Graciela Iturbide es la heredera de la mejor tradición de la fotografía subjetiva en México.

Dos de sus trabajos han quedado tatuados de manera indeleble en el competido mundo de la fotografía: Mujer ángel, que hizo con los seris en el desierto, y que es además su foto favorita, y Nuestra señora de las iguanas.

La mirada antropológica de la fotógrafa tiene, me parece, dos constantes: la poesía y la dignidad del ser humano en cualquier circunstancia. A estos dos elementos algunos la llaman magia; yo, poesía de circunstancias.

A diferencia de muchos fotógrafos que capturan decenas de tomas de un asunto, Graciela Iturbide sólo hace dos, por si un negativo se raya. Y, como le enseñó su maestro Manuel Álvarez Bravo, no lleva prisa para hacer sus fotografías: hay que llegar al pueblo, sentarse, estar en la fiesta y esperar el momento para accionar el obturador.

A pesar del uso masivo de la tecnología digital Graciela Iturbide continúa trabajando de forma análoga. Lo hace con tres cámaras de distintas capacidades: Mamiya, Leica y Rolleiflex.

Aunque quiso estudiar letras, terminó en cine; dirigió dos películas y actuó en una por la que fue reconocida como la mejor actriz del año. Y fue mientras estudiaba cine que conoció a Manuel Álvarez Bravo, quien la hizo su asistente y le hizo ver y conocer México un poco a través de sus ojos.

Pero además del factor Álvarez Bravo, tuvo un antecedente esencial que la involucró con la fotografía: de niña su padre acostumbraba sacarles fotos que guardaba en el cajón de un ropero. A ella le gustaba de tarde en tarde hurgar en ese cajón que detenía el tiempo con imágenes. La descubrieron varias veces robando fotografías a pesar de los castigos.

La poesía de sus imágenes provienen de los sueños. El sueño, le dijo hace tiempo a Fabienne Bradú, siempre ha sido muy importante en mis trabajos. Sueño en la noche con lo que hice en el día, sueño con las cosas que voy a hacer y tengo sueños premonitorios.

Tal vez por esa presencia onírica sus imágenes están cargadas de emoción y de sorpresas.