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León XIV y lo social
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l 10 de mayo, el papa Robert Francis Prevost explicó en el Vaticano, por qué decidió cambiar su nombre de bautismo por uno nuevo, nombrándose León XIV, siguiendo una tradición que data de hace unos mil 500 años: porque en su encíclica Rerum novarum, el papa León XIII abordó la cuestión social de la Iglesia ante la primera gran revolución industrial, y en nuestros días, en el marco de otra revolución industrial, los avances en inteligencia artificial (IA) plantean desafíos para la defensa de la dignidad humana, la justicia y el trabajo.

León XIII (1878/1903) promulgó la encíclica Rerum novarum ( De las cosas nuevas) en 1891, pero cuyos orígenes hay que ubicarlos a principios del siglo XIX, como derivación de la Revolución Francesa de 1789 y la revolución industrial, que llevaron a una progresiva laicización de los gobiernos y las instituciones; la descristianización de las sociedades y el surgimiento de colectividades democráticas modernas; el desarrollo técnico, el industrialismo; la irrupción del imperialismo como fase superior del capitalismo; la aparición del proletariado y la pauperización y miseria de las masas trabajadoras; la consolidación de un movimiento obrero influido por las ideas anarquistas y socialistas; la conquista del sufragio universal.

Rerum novarum fue considerada la primera encíclica social de la Iglesia católica y se caracterizó por el rechazo del liberalismo capitalista extremo y el socialismo ateo; el respeto de la persona humana y una sensibilidad destacada por el problema obrero. Allí, el Papa apoyaba el derecho de los trabajadores a formar uniones o sindicatos, pero también reafirmaba su apoyo al derecho a la propiedad privada.

Con esa encíclica la Iglesia pretendió paralizar la descristianización de las masas trabajadoras, cuando la credibilidad de la institución eclesial se veía disminuida debido a que los sectores populares de la cristiandad −e incluso del clero− se inclinaban por las ideas revolucionarias o pensaban que las soluciones vendrían de las acciones conjuntas de la Iglesia, el Estado, el patrón y los trabajadores. Ante el liberalismo capitalista y el socialismo marxista, la nueva doctrina social cristiana promovía un camino intermedio que incluía la colaboración entre las clases sociales y el reconocimiento pleno de la propiedad privada, porque era un derecho natural, aunque dentro de los límites de la justicia.

Hacia el segundo decenio del siglo XX, el sindicalismo católico adoptó cierta característica de corte corporativista, así como la pretensión de organizar sindicatos obreros y patronales para enlazarlos por medio de un consejo de conciliación y arbitraje, como planteó Pío XI –el pontífice admirador del duce Benito Mussolini− en la encíclica social Quadragesimo anno (1931), tras condenar otra vez al socialismo, el comunismo y la lucha de clases. Luego, Pío XII afirmaría que el corporativismo garantizaba la paz social y evitaba la presencia de socialistas en las organizaciones obreras. Influidos aún por Pío IX , los jerarcas católicos consideraban a la democracia como falacia, dado que según la Iglesia la soberanía proviene de Dios y no del pueblo.

En1958 llegaría al pontificado el cardenal y patriarca de Venecia, Angelo Giuseppe Roncalli, un hombre rechoncho y de buen humor que adoptó el nombre de Juan XXIII. Elegido como papa de transición, imprimió a la Santa Sede un aire renovador conforme a la sociedad moderna. Su decisión de convocar a un Concilio Ecuménico en el Vaticano, tenía la pretensión de abrir puertas y ventanas para que vientos democráticos sanearan la Iglesia.

Entonces, como ahora, el mundo estaba cambiando. John F. Kennedy en la Casa Blanca y Nikita Kruschov desde el Krem­lin, hablaban con nuevas palabras. El 1º de enero de 1959 los barbudos de la Sierra Maestra entraron en La Habana, después de dos años de una dura guerra de guerrillas contra la dictadura de Fulgencio Batista, testaferro de los monopolios estadunidenses en la isla. La Revolución Cubana a 90 millas del imperio vendría a inaugurar un periodo en las siempre conflictivas relaciones entre­ EU y América Latina: de la mano de militares entrenados por la Doctrina de la Seguridad Nacional made in USA −que definía al enemigo interno, por definición marxista, apátrida y ateo en la jerga castrense de la época de la guerra fría−, los golpes de Estado convertirían a la región en un gran campo de concentración. Se iniciaba la larga noche de los generales, los escuadrones de la muerte, la detención-desaparición forzada de personas, la tortura científica y el terrorismo de Estado. Al conjuro del desarrollismo impulsado por la Alianza para el Progreso (Alpro), Kennedy y la CIA generaron una sicosis anticastrista que permeó también el ámbito eclesial: a la consigna de la izquierda latinoamericana ¡Cuba sí, Yanquis no!, la derecha católica opuso la de ¡Cristianismo sí, comunismo no!

Así, el Concilio Vaticano II (1962-65) y la Conferencia de Medellín (que reunió a representantes de los obispos latinoamericanos en 1968), abrirían al clero ligado a las bases cristianas el concepto Iglesia como comunidad y surgirían categorías de análisis: dominación, opresión, violencia institucionalizada como pecado, dependencia, imperialismo del dinero, fuga de capitales, marginación social, económica y política, neocolonialismo, cambios estructurales. Y, sobre todo, liberación, como sinónimo de desarrollo genuino. En México, el obispo Sergio Méndez Arceo – El Señor de las Tempestades, como le llamaron sectores ultramontanos en Puebla− expresarían de manera pública su opción por un socialismo democrático.

La opción preferencial por los pobres –núcleo de la teología de la liberación enunciado en Medellín–, sería recogida explícitamente en los documentos del episcopado latinoamericano en Puebla (1979) y Santo Domingo (1992). Pero el dúo Wojtyla/Ratzinger se encargaría de normalizar a la Iglesia, dando pie, en palabras de Leonardo Boff, a la dictadura del clero sobre toda la comunidad cristiana. Después, en un escenario global marcado por la xenofobia, el racismo, la misoginia, las guerras y el cambio climático, y signado por declive de la hegemonía de EU y la irrupción del multipolarismo, el papa Francisco impulsaría pequeñas y tibias reformas.

Ahora, frente a los innumerables desafíos internos y externos que hereda –y que le exigirán coraje pastoral, capacidad de diálogo y habilidad diplomática de cara al atribulado mundo actual–, León XIV ha dejado claro ante el cuerpo de cardenales que continuará las reformas modernizadoras de su predecesor, enfocándose en hacer que la Iglesia sea más inclusiva y solidaria con los más necesitados. Y como Francisco, advierte que hay que regular la IA y que abogará por una tecnología centrada en el ser humano.