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México y los republicanos españoles
E

l próximo 13 de junio se cumplirán 85 años de la llegada a Veracruz del Sinaia, el famoso barco que trajo a nuestro país una cauda de refugiados españoles que salieron del puerto de Sète el 26 de mayo anterior, con mil 599 pasajeros. Se dice que muchos habían pasado la noche anterior todavía en alguno de los siniestros campos de concentración –que los franceses llamaron cínicamente de acogida– en los que almacenaron a miles de republicanos en condiciones infrahumanas. Luego vinieron a México muchos más, hasta alcanzar una cifra que supera a la de todos los demás refugiados esparcidos por América…

La fecha se toma como un emblema de la hospitalidad mexicana, misma que muchos exiliados –no todos– guardan en su corazón envuelto en la mayor gratitud, aunque también participaban de la idea de que ellos resultaron muy benéficos para nuestro país.

También es cierto que no todos entre los que se vieron a sí mismos como verdaderos redentores que, según las palabras de algunos, incluyendo descendientes directos, sacaron a este país de atrás de la cortina de nopal

La frase que esgrimen los verdaderamente agradecidos es la de que Cárdenas les abrió las puertas, lo cual es cierto, aunque Ávila Camacho las conservó abiertas y hasta Miguel Alemán se las ingenió para favorecer el traslado a México, directamente de puertos españoles como Bilbao, Barcelona y también Vigo, a no pocos hijos, cónyuges, padres, hermanos y amigos de quienes vinieron antes de 1944 como auténticos refugiados, pero que también pueden englobarse en la idea de que hallaron refugio en nuestro país. Lo mismo que algunos arribados ya durante el gobierno de Ruiz Cortines.

Bien cierto entonces es que, en total, los peninsulares que, por una razón o por otra, buscaron y hallaron acogida en nuestro país, pasaron de 40 mil.

Hoy día, se insiste mucho en lo benéfica que fue la migración y la gesta mexicana se concreta a la frase Cárdenas nos abrió las puertas, pero no hay que olvidar que no fue eso lo único que hizo el Tata. Tanto o más meritorio que dejarlos entrar fue la enorme hazaña de la embajada de México en Francia, especialmente a cargo del cónsul general Gilberto Bosques, desde principios de 1939 hasta noviembre de 1942, cuando fue hecho prisionero de los alemanes, y después, entre 1946 y 1959, cuando fue embajador de Portugal.

No quiero detallar la enorme proeza que hizo la embajada y el consulado de México, pero tengo los elementos para suponer que se le debió la salvación de la vida o de pasar por un tránsito terrible a unas 140 mil personas, que por su negociación y el famoso acuerdo que le arrancaron a Petain en agosto de 1940, dieron lugar a que se consideraran en tránsito hacia México y evitar así que fueran llevadas a los campos de trabajo y presidios alemanes muchos miles de refugiados, incluyendo algunos que no tenían ninguna intención de cruzar el Atlántico…

Más de 60 mil exiliados recibieron el documento que los salvaguardaba tanto a ellos como a sus familias, gracias al escudo del águila y la serpiente…

Ello sin contar los que fueron protegidos por la misma embajada y fuera de las garras nazis y franquistas por diferentes vías, gracias a la compleja organización que desde Marsella tenía Gilberto Bosques Saldívar.

Ahora casi no se recuerdan estos hechos aunque fueron muchos los miles que se agolparon en la estación de Buenavista cuando Bosques regresó a México, después de ser prisionero de los alemanes. Se dice que no cabían en la plaza, no obstante que el tren, aunque cueste creerlo, llegó con diez horas de retraso.

En suma, puede decirse que no sólo abrieron las puertas, lo que ha sucedido algunas veces en la historia, sino que hubo algo más extraordinario y único: ¡fueron a buscarlos!