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Imposible, detener la crisis climática
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as catastróficas inundaciones en el estado de Río Grande do Sul, sur de Brasil, superan todo lo conocido en estas latitudes. Grandes áreas de ciudades como Porto Alegre, 1.3 millones de habitantes con un área metropolitana de 4.1 millones, han quedado sepultadas bajo el agua y el lodo desde comienzos de mayo. Hasta el aeropuerto internacional han llegado las aguas, cuya actividad está suspendida hasta junio.

Hasta ahora hay 2 millones de afectados en un estado de 11 millones de habitantes. Las copiosas lluvias, un poco superiores a la media, han desbordado el Guaíba, donde vierten los principales ríos del estado. La mitad de la ciudad de Canoas (240 mil habitantes) está bajo las aguas. Unos 180 mil habitantes de Sao Leopoldo (de 230 mil, 75 por ciento) han sido afectados por las inundaciones, de los cuales 100 mil debieron dejar sus hogares.

Es la tercera inundación en esa ciudad en el último año. Hasta ahora se contabilizan 147 fallecidos y más de cien desaparecidos. El rescate y la distribución de alimentos y agua se ven dificultadas por daños en carreteras y puentes.

Los datos pretenden mostrar el tamaño de los daños que sufre la tercera ciudad más rica de Brasil y la decimoquinta aglomeración urbana de América Latina. Los servicios de salud, habitualmente saturados, colapsaron. El suministro de agua potable se interrumpió o bien ofrece un servicio de pésima calidad.

Cuando suceden catástrofes de este tipo, cada vez más frecuentes y de mayor intensidad, por cierto, las reacciones de los estados, los políticos y los medios, oscilan entre atribuirlas a situaciones puntuales ( El Niño o La Niña, entre los más citados), o a descuidos o falta de planificación de tal o cual gobierno o autoridad. En el caso de Río Grande do Sul, es evidente que hubo una política destinada a derribar las leyes que protegen el ambiente para favorecer la minería, los monocultivos de soja y eucalipto, al sector pecuario, y la especulación inmobiliaria, pese a las advertencias de investigadores y ambientalistas.

Las izquierdas suelen culpar a las derechas, mientras éstas niegan el cambio climático o miran hacia otro lado. Lo cierto es que no suelen aparecer las razones estructurales del caos climático en el que estamos sumergidos. Porque decir que la culpa la tienen los gobiernos, argumento muy frecuente, es tanto como pensar que algún gobierno puede resolver o frenar el camino hacia el abismo en el que nos hemos metido como humanidad.

La convicción que tenemos, desde el sentido común, es que no hay marcha atrás. El consumismo, el despilfarro, los modos del capitalismo realmente existente, como la acumulación por despojo, nos han llevado a esta situación. Por supuesto que hay culpables mayores (grandes corporaciones, ejércitos, estados-nación), pero eso no es suficiente. Los de abajo también tenemos nuestra cuota de responsabilidad, porque nos negamos a cambiar nuestro modo de vivir y consumir, profundamente depredadores.

Es imposible que algún gobierno consiga frenar esta carrera hacia la muerte. ¿Quién va a presentarse a las elecciones prometiendo disminuir el consumo, colocar restricciones a los poderosos, pero también a los sectores medios y a los de abajo? Nunca podría ganar, porque nos estaría diciendo que vamos a vivir peor y vivir menos años, o que debemos enfrentarnos frontalmente a los muy poderosos que usan y abusan de las armas.

Caer en semejante ilusionismo es hacer trampas con la vida de la gente común. Por eso creo que debemos dejar de pensar que pueda llegar algún salvador, ya sea caudillo, gobierno o instancias internacionales como la payasada de las COP (la cumbre anual sobre cambio climático de Naciones Unidas), que nunca hicieron ni harán nada para realmente frenar la crisis climática.

La otra cuestión son las guerras y los ejércitos que las hacen. Sabemos que el Pentágono se ha convertido en uno de los principales emisores de gases de efecto invernadero y sus operaciones militares en una de las principales fuentes de contaminación atmosférica. Pero todos los ejércitos hacen lo mismo. ¿Alguien puede creer que los ejércitos de China o de Rusia no contaminan? En la feroz competencia geopolítica en curso, pierden los pueblos y pierde la madre tierra.

Tampoco sabemos los niveles de contaminación que generan los bombardeos indiscriminados como los que suceden en Gaza y Ucrania, además de los conflictos armados en África y Asia. Para fabricar un coche pequeño se necesitan medio millón de litros de agua, incluso los eléctricos que pasan por sustentables.

Si descartamos la posibilidad de frenar el cambio y la crisis climática, debemos prepararnos desde ya para el colapso. Construir arcas colectivas, promover que otros abajos también lo hagan y prepararnos para defenderlas. Los de arriba ya tienen las suyas. Entre los de abajo, el zapatismo lo viene haciendo desde tiempo atrás y sigue indicando un camino necesario y posible.