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La niñez migrante
C

on preocupación Yarely colgó esa llamada que entró aquella tarde, que le decía que la estaban vigilando. La voz al otro lado de la línea le prohibió comentarle a alguien más las indicaciones que le daban. Le decían que tenía que entrar al hotel García, ubicado en la calle Hidalgo, en Tlapa de Comonfort, en Guerrero. Estando ahí tendría que pedir la habitación número 22, donde esperaría con el celular apagado. En caso de no hacerlo la vida de su madre y sus pequeños hermanos estaban peligro. Yarely, de tan sólo 15 años, del pueblo nahua, permaneció ahí. Al día siguiente un operativo antisecuestros de la fiscalía la rescató. El caso de Yarely no es aislado. Durante 2021 en Tlapa de Comonfort se dieron una serie de secuestros virtuales. En todos estos hechos estaban involucrados menores provenientes de comunidades indígenas de la Montaña, cuyo factor común era que alguno de los dos padres estaban en Estados Unidos. En la mayoría de los casos los agresores tenían una relación cercana con las familias. Tras esta dura vivencia, la familia de Yarely decidió migrar junto con su padre a Estados Unidos.

Hosdely y Bryan vivían bajo la custodia de su abuela paterna en la comunidad Cuba Libre, en Xalpatláhuac, ambos del pueblo ñuu savi. Desde hace cuatro años, su madre, Eva, los dejó a cargo de su abuela, pues migraría con su esposo a Estados Unidos. A los pocos días que Eva llegó, él le fue infiel; cuando Eva lo confrontó, éste la golpeo hasta dejarla inconsciente. Eva decidió separarse y denunciarlo. La abuela de los menores en represalia, no permitió la comunicación de Eva con sus hijos. Las pocas llamadas que contestaba eran para recordarle sus obligaciones y las muchas necesidades económicas que tenían en la comunidad. La última amenaza que lanzó la mujer fue que si Eva no regresaba a la comunidad, vendería al mejor postor a Hosdely. Eva supo que la señora era capaz de hacerlo, es por esto que planeó el escape de sus hijos para irse a la frontera y entregarse a las autoridades.

Miguel, del pueblo ñuu savi, nació y creció en Xalpatláhuac. Él junto con su hermana y su sobrina vendían comida en las calles de Tlapa. Lo poco que juntaban servía para pagar los gastos médicos. Miguel nació con una condición de salud que no tardó en manifestarse. Paulina, la madre de Miguel, lo dejó bajo el cuidado de hermana desde que el niño tenía seis meses. La madre tuvo que irse a Estados Unidos, pues la familia de su esposo le quitó la casa y los echó a la calle. El hambre y la falta de un techo la hicieron migrar. Una tarde cualquiera, el pequeño Miguel empezó a sangrar de la nariz; luego presentó un cuadro fuerte de diarrea. Los doctores en Tlapa no sabían que tenía. Fue una hermana de Paulina la que se encargó de llevarlo a la Ciudad de México donde fue diagnosticado. El medicamento tan especializado que requería Miguel hizo casi imposible llevar un tratamiento en la Montaña. Algunas veces los doctores del Hospital General en Tlapa obligaban a la hermana de Miguel a firmar como si hubiera recibido los medicamentos, aunque no fuera así. La desesperación y la falta de atención médica hicieron que Miguel, su hermana y su sobrina dejaran la Montaña y se dirigieran a Estados Unidos.

Xóchitl y Gabriela vivían con su familia felices en Tlapa; su papá era un líder social en la región. En 2019 el padre de Xóchitl y Gabriela lideró una lucha por la defensa de los derechos de los vendedores ambulantes que le costaría la vida. En octubre de ese año desapareció; tras una intensa búsqueda fue encontrado tres metros bajo tierra. Desde entonces la vida de Xóchitl y Gabriela, de 8 y 12 años, cambió; tuvieron que dejar todo e irse de la ciudad. Su hermano mayor migró porque no había condiciones de seguridad para él. Además, el asesino de su padre, al ser un empresario de la región, contaba con los recursos económicos suficientes para salir impune. Durante el juicio, en más de una ocasión amenazaron a la familia, esto a pesar de que ya estaban reubicados. Así, la madre de Xóchitl y Gabriela decidió que ellas tenían que irse del país, pues temía por sus vidas. En julio de 2023 las dos niñas emprendieron un viaje a la frontera, donde les brindaron protección internacional. Mientras, su madre y su hermano se quedaron en Guerrero para continuar con la exigencia de justicia.

Estos son casos de niños indígenas de la región Montaña. Para ellos la migración no fue opcional. Tuvieron que partir de sus hogares, dejando su vida atrás. En muchas ocasiones pensamos que las personas que migran son sólo adultos que ante la falta de oportunidades deciden dejar todo atrás, pero no es así; Miguel, Hosdely, Brayan, Yarely, Xóchitl y Gabriela son un claro ejemplo de esto. Son algunas de las historias de niños que no tuvieron más opción que salir de su casa para salvar la vida. Su realidad es la que viven cientos de niños en zonas altamente marginadas y olvidadas, donde la disyuntiva es migrar o morir. Sus relatos nos muestran que las políticas gubernamentales les han fallado, pues no existen escuelas, ni centros de salud o lugares destinados para la protección hacia las infancias que les garanticen una vida libre de violencia. Es ahí cuando lo plasmado en papel no concuerda con la dolorosa realidad que la niñez indígena migrante vive, pues, acostumbrados al oprobio, tan sólo dan por hecho que el sufrimiento es parte de su vida. Estas palabras son de admiración y reconocimiento, pues ellos nos recuerdan la dignidad, resiliencia y fortaleza que tienen, que a pesar del miedo a lo desconocido y con lágrimas en sus ojitos cruzan fronteras. Ellos confían en un mejor futuro para sus familias. Son un ejemplo de resistencia, pues nos dan una lección de vida de no aceptar el destino que nos quieren imponer. Son la esperanza de un mejor futuro donde la justicia sea parte de sus vidas. A ellos, feliz día de la niñez.