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La música de Hiroshi Yoshimura
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▲ Hiroshi Yoshimura en su estudio a finales de 1980.Foto cortesía de Cloud Yoko Yoshimura
 
Periódico La Jornada
Sábado 20 de abril de 2024, p. a12

¿A qué suena nuestro lugar más íntimo?

Mejor: ¿a qué suena nuestra intimidad?

O quizá sea más conveniente formular la pregunta así:

¿Cómo debe sonar nuestro hogar, nuestro recinto, nuestra voz interior?

Respuesta:

Suena como suena la música de Hiroshi Yoshimura.

Estamos frente a un compositor de alcances metafísicos. Su música es sencilla, cualidad que aumenta su poderío. Proporciona estados mentales de paz, quietud, tranquilidad.

Es, por supuesto, una música zen, afincada en rituales japoneses milenarios, con proyección al futuro y poseedora de un profundo sentido de la actualidad.

Digámoslo pronto: es la música de la vida cotidiana. O como debería ser la vida cotidiana: sencilla, quieta, sin turbulencias ni ego.

Eso, es una música de ego aquietado, de mente entrenada en la gran tradición cultural de Japón.

Haikú, por supuesto. Noh, desde luego. Kabuki, sin duda.

El nombre que aceptó el compositor para denominar su música: kankyo ongaku, algo así como música del ambiente, siendo el ambiente arroyos balbuceantes, lluvia quieta, despertar con canto de aves.

Viene a mi mente la escena del despertar cotidiano del personaje de la reciente película de Wim Wenders, Perfect Days: el rumor quedo de una escoba hecha con raíces, sobre las baldosas.

¿Quién es Hiroshi Yoshimura?

Un semidiós, un visionario, un artista de calibre amplio, profundidad insondable, de esos que suelen pasar desapercibidos precisamente porque son muy sencillos y no ambicionan la fama ni el dinero ni lo superficial.

Hiroshi Yoshimura nació el 22 de octubre de 1940 y murió el 23 de octubre de 2002, es decir, un día después de su cumpleaños 62.

Su música tiene su aposento en la quietud, incluyendo el no movimiento del mercado, lo cual es buen indicador.

Para poner en movimiento sus discos, los gerentes desde su escritorio recurrieron al viejo truco de las etiquetas, los bautizos fatales, los compartimentos estancos.

Y hete ahí que para muchos Hiroshi Yoshimura es un compositor de música ambient, llevando al extremo el término japonés ambiente. Y mejor resolvamos: no problemo, porque lo importante es que esa música tan deliciosa, tan generadora de bienestar para la humanidad, se conozca, se escuche, se disfrute, se asimile. Y ya que cada quien le ponga el nombre que apetezca.

Lo que es un hecho es que Yoshimura tiene entre sus querencias la música de Brian Eno, a quien se atribuye la invención de la música ambient, y también a Harold Budd, de cuyos prodigios platicamos la semana pasada, pero en realidad Yoshimura viene de Erik Satie, ese revolucionario incomprendido que muchos prefieren reducir a el autor de las gimnopedias.

En realidad, Satie es el gran revolucionario sin quien no hubieran existido genios como John Cage, Morton Feldman, Harold Budd y tantos otros.

Vaya, el breve pero sustancioso movimiento denominado minimalismo nació de la música de Erik Satie, en especial de su partitura titulada Vexations, que tiene solamente 18 notas, pero su autor, Erik Satie, escribió en la partitura la indicación: tocar 840 veces, de la siguiente manera: Para tocar 840 veces este motivo, será bueno prepararse con antelación, y en el más profundo silencio, para la más intensa movilidad, y así la obra puede durar días enteros.

Precisamente, John Cage fue el primero en organizar un maratón con esa partitura: convocó a sus colegas y el estreno duró 18 horas 40 minutos. Desde entonces, la repetición de frases en una partitura se convirtió en un procedimiento para el placer, la inteligencia, la invención de nuevas formas de escritura, pero sobre todo la capacidad de crear atmósferas, ambientes. He ahí la música de Yoshimura: ambiente.

El diccionario de la Real Academia Española (RAE) define así el concepto: El conjunto de elementos naturales y artificiales o inducidos por el hombre, que hacen posible la existencia y desarrollo de los seres humanos y demás organismos vivos, que interactúan en un espacio y tiempo determinados.

Y nos da dos acepciones: Que rodea algo o a alguien como elemento de su entorno (temperatura, sonido ambiente), y también: Aire o atmósfera de un lugar.

El concepto kankyo ongaku llevó a Hiroshi a consolidar una actitud, una técnica propia, una poética. Se dedicó a crear música para museos, estaciones de tren, aeropuertos, como diseñador gráfico y diseñador de sonidos, para crear una poesía visual.

Yo veo con los oídos, dijo el maestro zen Hiroshi Yoshimura.

El maestro se preguntó: ¿Cómo suena un hogar? Mejor dicho: ¿cómo debería sonar un hogar? Y respondió con una de sus obras maestras: el disco titulado Surround.

Yoshimura creó el concepto kankyo ongaku para aliviar nuestro deseo de lograr tranquilidad e introspección en el implacablemente cacofónico mundo en que vivimos, y para el propósito creó música que permea el aire con sonidos, pero para inundarnos de quietud. Envolver un espacio con sonido lo transforma en algo próspero. Y cuando ese espacio es nuestro hogar, lo podemos convertir en un santuario de lo sublime.

He ahí: santuario de lo sublime. Eso es la música de Yoshimura.

Escribió este maestro zen: La música debe sernos tan próxima como el aire que respiramos y debe plantarse junto a la misma familia de sonidos cotidianos, por ejemplo la vibración de nuestros pasos, el tarareo del aire de un ventilador o el tintinar de una cuchara en la taza de café. Y eso y la poesía son lo mismo.

Así que las maneras de describir la música de Hiroshi Yoshimura se extienden a placer y de manera interminable, cualidades ambas, el placer y la infinitud, de la poesía. Entre las infinitas posibilidades, propongo algunas:

La música de Hiroshi Yoshimura es la de las patas de un gato al caer sobre el piso desde la ventana.

El sonido del té al salir de la tetera.

El sonido del té al caer, en chorro humeante, en la delicada taza alta y delgada.

Los engranes de un reloj de cuerda al girar.

El sonido de la tetera sobre la hornilla de la estufa cuando el contenido comienza su proceso de ebullir.

El bullicio de niños jugando en un parque, escuchado a lo lejos, mientras leemos un libro de Yasunari Kawabata.

El sonido discreto de las teclas de la laptop cuando comenzamos a escribir este texto.

El sonido de la lluvia quieta.

El sonido de una flor de jacaranda cuando cae sobre nuestra frente, mientras caminamos por la banqueta.

El sonido del pétalo de una flor al caer desde lo alto del florero, sobre la madera de la mesa.

El sonido de la vida, la vida cotidiana.

La música de Hiroshi Yoshimura es la caligrafía con tinta china que crean los grandes maestros con pinceles sobre papeles blancos sobre el piso.

Es el sonido del mandala que componen seis monjes tibetanos en el transcurso de seis horas y con el soplo de los labios lo borran todo para volver a hacer otro, más colorido aún.

La música de Hiroshi Yoshimura convierte una habitación oscura en un nirvana, cambia el tono, el ambiente emocional de una persona: si está triste, en unos instantes, unos cuantos compases apenas han sonado, su rostro está iluminado con sonrisas.

Hay pasajes, por ejemplo, en mi disco favorito de Hiroshi, el titulado Green, que suenan a cajita de música, a piano de juguete, a besos de hada.

Por cierto, ese disco se titula Green no por el color, sino por los arpegios que forman las palabras, el sonido ii: Griin, y por eso las piezas que componen el álbum se titulan Sleep, Green, Feet, Street: sliiip, griiiin, fiiiit, striiiit. Como un mantra, un estado meditativo, una sensación de tener sobre la lengua un cubo de azúcar que se va disolviendo.

La música de Hiroshi Yoshimura, toda ella, aunque sean pocos los discos que grabó, nos conduce a ambientes oníricos, nirvánicos, sublimes, pero que están sucediendo, que forman parte de nuestra vida cotidiana y así, al escucharla mientras caminamos en medio de la urbe, en realidad estamos caminando sobre neblina y nuestros pasos resuenan en los intersticios de nuestra alma y de otra alma. Sí, alguien nos deletrea.

Porque el fin último que persiguió Hiroshi al escribir, al componer música sentado en su estudio frente a una pared de equipos de sonido, fue crear belleza.

Así lo dijo este maestro zen: Serenidad es la música suprema que anhelo.

Y todos sabemos que en budismo la felicidad consiste en un estado permanente de serenidad.

X: @PabloEspinosaB

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